URGENTE ¡Busco un planeta para vivir!

URGENTE ¡Busco un planeta para vivir!

22/07/2018 Desactivado Por ElNidoDelCuco

Tiempo atrás y no mucho de ello, por ahí un par de años, que cierto amigo que hice de latitudes australes hace una montaña de almanaques y de la cual él no me dejará mentir, al saber de mi estancia por este lado del planeta – casi como cumpliendo una kármica condena y siendo portador de nacimiento de esa excluyente enfermedad con carácter terminal que es el escribir – me sugirió en gesto más que sapiente y cual mágica receta de consagrado tratante de las cosas del alma que, sin pérdida de tiempo, empezara a contar las historias en las que me debatía aquí, en la nación de las barras y las estrellas con un solo dios, importante barón don dinero: el país del infierno en la Tierra.
Por Carlos Suarez

   Pocas veces le encuentro una utilidad real al Facebook, no más porque es, en definitiva y casi excluyentemente, la bitácora egocéntrica en que todos nos ponemos en vitrina, algunos vendiéndonos mejor o peor, el cual es mi caso, dicho sea de paso. Me encanta contar historias, estrujarlas y aderezarlas si es necesario. Podría a esta historia haberle puesto personajes que suplieran a los reales pero se me antoja decirla en primera persona, en hueso y pellejo, para ponerlo en criollo y cristiano pues, como nunca, necesito exorcizar mi existencia, soltar las amarras y verter todo el carrizo que llevo por dentro.               

   Valga decir para los curiosos, que supongo no han de ser pocos, lo hago público porque me viene en gana. Es de mortales el regocijarse con esa cuota de morbo que despierta el saber de la vida ajena; y vaya esto a quienes por ahí se crean alguna autoridad y se jacten vanidosamente, pues a mí no me mantiene el gobierno, ni me amarré – ni lo haría nunca – con una perra gringa para que me diera papeles estando en un país (el primero del mundo) que, por ratos, bien pudiera ser el último. Escribo porque es una necesidad cuasi vital. Me gustaría poder vivir de esto, pero sé también que no me daría lo suficiente y ¿qué es lo suficiente? Pues, en blanco y negro, para no tener que morir en el intento. Entonces, es así, que este orate suelto y recurrente escriba, tiene que cumplir con el riguroso ritual de un empleo formal.

   Es así que dentro de esa formalidad laboral, de los incontables que he tenido en estos ya diecisiete años, tuve uno que acabó de lo más abruptamente. Duré cerca de cinco meses. ¿Qué hacía? Era el encargado de hacer carts retriever. En buen romance, el ”chupe” que lleva y ordena los carritos en una cadena de supermarket. Con toda la joda que ello implica, como trabajar a plena intemperie, jalar los putos carritos (apilados con un cordón especial de acero y en cantidad de a diez) con lo que se forma una suerte de mastodonte de fierro con un peso de arrastre que es capaz de romperle el espinazo al más dotado de los físicoculturistas. La gente, es decir, los clientes asiduos entre anglosajones, hispanos, negros, hindúes, asiáticos y cuanta raza se puedan imaginar, cada cual con su propio acento, quisquillosos hasta el tuétano, creyendo que todo se les debe aguantar. Y sí pues, aunque siempre he creído y maldecido esa estupidez de que ”el cliente siempre tiene la razón” cuando en realidad siempre la están cagando. Con todo, aguanté y hacía rápido el encomio pagante, cumpliendo a cabalidad. Tan es así que, superado el lapso de por lo menos dos meses y medio de ese derecho de piso en que al tiempo me pusieron a cabecear tareas en mantenimiento y ya ahora, trabajando al interior del almacén para, al tiempo, nuevamente, me reubicaran en el departamento de producción.  

   La función allí, como su nombre lo indica, es la de producir, reabastecer constantemente, no dejar lugar al vacío en las estanterías. La sección era la de vegetales y frutas. Ya había hecho esa labor – años luz – en 2002 cuando viví en New Jersey. La cosa no me era desconocida. Pero, claro, tenía dieciséis años menos, otra perspectiva de la vida aunque, para decir verdad, no muy distinta de la que ahora me anima o, más bien, me deprime. Ni modo. Entonces, me tienen que a mis ya casi 49 años (en 2016), periodista desempleado, bloguero disfuncional, escritor de pacotilla, mal y reticente hablante de la lengua de Shakespeare (lo siento por el vago), excéntrico contumaz y expectorado elemento nocivo de la sociedad peruana, cargando costales de papas, cebollas, cajones de plátanos, carreando bolsones de naranjas y demás avituallamiento para toda esa miscelánea quisquillosa de anglosajones, hispanos, negros, hindúes, asiáticos y cuanta raza se puedan imaginar, cada cual con su propio acento. ¡Qué odio, por Dios Santo, el tener que soportar a tanta gente imbécil, a tanta estupidez elevada al sacrificio de la invalidez mental! Como bien la achuntó el no bien ponderado y siempre bien amado de Piero con su ”Los americanos”.   

    Para mi malhadado infortunio y usufructo de la mierda de corporación a que pertenece este almacén, con tal carácter de excelencia volví a cumplir mis tareas laborales como verdulero, que me chantaron la sección a la espalda. Es decir, me soplaba el horario desde 12 am a 8 pm, incluyendo muchos fines de semana. En esos días la gente, entre anglosajones, hispanos, negros, hindúes, asiáticos y cuanta raza se puedan imaginar, cada cual con su propio acento, salen como hipnotizados y posesos compradores compulsivos y lo peor es que van con los hijitos que, cuales intocables joyitas, se ponen a jugar y a corretear por los pasillos del supermarket. De los propios clientes adultos espéranse preguntas, consultas, repreguntas antojadizas una y mil veces, cada una y cada vez más repulsivamente jodidas. O sea: el ser verdulero, traductor y una especie de relacionista público automatizado todo el tiempo de esas malditas ocho horas diarias mal pagadas y con la premura de correr contra el tiempo y dejarlo todo expeditivo para el día siguiente. Que si tenía razón el maestro Charles Chaplin  con su tierno y a la vez crítico personaje de ”Charlot”, que bien puedo dar fe de sus Candilejas en mi penar.   

   No sé por qué (aunque sí lo sé) fui movido una y otra vez como una vil y miserable pieza fusible, como un Joker de la baraja para salvar la situación. Lo pudieron hacer porque sabían de mi incondicional destreza, a pesar de mí mismo. Pero no hay paga alguna, ni aún siendo la mejor posible, que sea capaz de compararse con el absurdo de las horas vitales idas, perdidas y que jamás se podrán recuperar. Es tiempo precioso, tiempo vano que hasta es el peor de los pecados, el dejar seguir perdiendo esas horas vitales por un mal pago. Presenté entonces mis excusas al jefe superior y pedí volver a mis inicios. Es decir, sólo medio tiempo y afuera jalando ese mastodonte de fierro en que se convertía la hilera de diez carritos, tantas y cuantas veces fuera posible, multiplicado por 400 de ellos. ¿Me van tomando el apunte?
 
   No obstante, tal función es para un sujeto con nada de cerebro y, de hecho, lo hacían y lo seguirán haciendo hasta el final de sus días,  dos chinitos muy simpáticos, a pesar de sus esperpénticas humanidades y nulo dominio del idioma inglés. Como para reírse y fumar opio todo el tiempo con ellos… Fui entonces, ahora, asimilado a las tareas de mantenimiento.
   ¿Qué se hace en mantenimiento? Dirán…pues nada, entrando a las 5 am y como ”desayuno” limpiar los baños, tanto de hombres como de mujeres, sacando de éstos últimos tampones, toallas con mucha sanguinolencia y extraños residuos de procedencia uterina para empezar. Realmente es en estos receptáculos cerrados en donde uno puede darse cuenta de lo criminalmente ofensivo, asqueroso, denigrante y sub-humano que puede ser la persona y no digo más para no herir hipócritas ”sensibilidades humanas”. Siguiendo después con el barrido y ordenamiento del salón de descanso y almuerzo de todo el personal, que como podrán imaginar, acaba siempre cada día hecho un vergel de burdel. Luego, cambiar las bolsas de todos los tachos de basura dentro y fuera del almacén para barrer los pasillos del market – a la velocidad de la luz, siempre con el maldito tiempo en contra carcomiéndote el alma – con una especie de cepillón llamado swifter con el que se acumulan todos los desperdicios y tierra del piso. Todo ello en las primeras 4 horas, para apenas media hora de descanso que no lo sentirás y que se lo llevará el viento -como a tu vida misma-, porque ya estás enfermizamente sobrepasado de adrenalina.     

   Ya al volver de ese break, tener que montarte sobre una máquina de lo más extraña -literalmente pilotando una suerte de Saturno 5 del programa Apolo, aunque sin viaje a la Luna – y para lo cual debes estar debidamente acreditado y entrenado. Una máquina que se encargará de hacer resplandecer el piso para esos anglosajones, hispanos, negros, hindúes, asiáticos, y cuanta raza se puedan imaginar y cada cual, con su propio acento jodiéndote con preguntas, consultas, repreguntas antojadizas, una y mil veces, cada una y cada vez más repulsivas, que salen como hipnotizados y posesos compradores compulsivos…hasta la hora de salida a la 1pm. Eso es ser un miembro del Team de Maintenance. Pero resulta que eres hispano y latino, y lejos de ser una plusvalía personal – que en realidad lo es pero para la mierda de corporación y su plana mayor de acomodaticios y asalariados Managers – ella va en contra de uno mismo.   

   Mi desempeño laboral en este lugar venía siendo desde el principio de la historia la crónica fílmica de mi propio interpretar del ”Fred Flintstone” del gracioso cartoon. Uno más tal vez , entre muchos otros, perdido entre el tener y el deber, entre el sueño endeble y la pesadez concomitante de una pesadilla, en la vida de un inmigrante, más allá del poseer o no documentación en regla. Contratado para una labor en teoría pero, ante mi versatilidad, haciendo las mil en una, a cada rato, todos los días, por una paga nada acorde al gasto físico, como si no me doliera el cuerpo, como si en vez de sangre tuviera agua en las venas, como si en vez de corazón, tuviera un motor fuera de borda.   

   Puse mis cartas sobre la mesa. Estaba por irme, pues me llegué a hartar el que cualquier otro co-worker del mismo rango (y ya ni digo siquiera del tan chato nivel y genotipo de individualidades) me cargase la mano con tareas que no tenía por qué siempre hacerlas yo, cuando otros (gringos del montón y muchos negros también, en funciones de cajero y otras) jamás lo harían. El jefe Superior me escuchó y se interesó en querer salvar la situación. Sabía lo que podía perder. Al final, me convenció. El full time de Maintenance era mío, con un dólar más de aumento JA!…gran cosa, y que hablaría con el equipo para poner en orden la casa. 

 
   Al tiempo, me enteraba horas después de que un latino, un compatriota, un perucho como yo, aunque él con ese clásico cacharro de ”Manco Cápac” – una cuasi copia del cholón que asfixiaba a Jack Nicholson en ATRAPADO SIN SALIDA – un amigo al final del día, quien era mi supervisor en mi nueva función, era puesto de patitas en la calle a un año de jubilarse por terceras razones, aunque igual me sigo reservando las dudas. A este amigo peruano, con quien tuve una empatía instantánea apenas de conocerlo y tratarlo y a quien le confesé mi intención de dejar el trabajo, el que me aconsejaba el cómo debía hacer las cosas y cómo actuar ante la adversidad del abuso, a él lo botaban como si fuera una bolsa de basura, probablemente como las tantas que él mismo había arrojado a la compactadora.
   Fue apenas ayer (por decirlo de algún modo) y no lo podía creer. Fue apenas ayer… y no terminaba de procesarlo. No me quedaba muy en claro que conmigo pudiera ser distinta la cosa. Empezaba una nueva semana. Mi flamante nueva posición a full time. Todo iba, mal que bien, dentro de lo normal. Me estaba ya pasando la hora de tomar mi descanso, aunque eso era irrelevante, igual hubiera sucedido y de pronto, uno de los managers, ”el pequeño dictador”, Mister Rusty L., el que hipócritamente me seguía el apunte, el que, sabiendo español (aunque sin mucha fluidez) detestaba el hablarlo y, por contraparte, me ametrallaba con su inglés tan elocuente como tan odiosamente irritante, me llamaba por los altavoces y ya estando yo cuadrado frente a él, para escuchar decirme que un cliente necesitaba que le llevaran un inmenso TV plasma afuera hacia el estacionamiento.

     Le repliqué lo que había acordado con Larry S., el jefe superior, pero éste insistió en que no tenían a quién decirle, que algunas veces tendría que hacerlo. Le hice notar entonces que estaba el cajero gringo (sin hacer nada al momento) u otro cualquiera del backstore o ¿por qué no, hasta él mismo? Acto seguido a su respuesta conminativa, le dejé un lacónico: 

– ”Entonces, hasta aquí nomás llego. Me voy, dejo el trabajo”.

Me dí la vuelta con rumbo a tomar mis cosas del locker, a lo que Rusty atinó, como reacción, a decirme:
-¡Carlos, Carlos!…¿Estás seguro de lo que estás diciendo, es tu última palabra..?

 

   Volteé por una cosa de delicadeza y solo lo miré juntando ambas manos, como cuando uno hace un amago risible en actitud de oración. ¡Y vaya que sí me sentí liberado! Casi hasta podía llevarme al pecho la mano y entonar la primera estrofa de mi himno nacional:

SOMOS LIBRES, SEÁMOSLO SIEMPRE Y ANTES NIEGUE SUS LUCES, SUS LUCES, SUS LUCES EL SOL, QUE FALTEMOS AL VOTO SOLEMNE, QUE DE LA PATRIA AL ETERNO ELEVÓ

No me habría de durar mucho, era una lástima, pues sigo con una ”arruga” producto de mis devaneos por el orden de los US$ 35,000. Tendría que empezar de nuevo. No sé cómo me venga la mano, no tengo mucho tiempo. Esto es Estados Unidos y sinceramente hace mucho que también le diría de buena gana ”Hasta aquí nomás”. No sé, tal vez no existan ya más países a dónde ir. Si alguien sabe, pásenme el dato: ¡Urgente, busco un planeta para vivir!


Extraída del libro: Volveré… y no me JODAN ! : Tras las huellas de mi desarraigo (Spanish edition – January 16, 2018)
@CarlosGSuárez

Pp: 36/42
ISBN-13: 978-1983828102
Derechos cedidos por una gentileza de CreateSpace Independent Publishing Platform (January 16, 2018)

  

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