LA UTOPÍA DEL FUTURO

PASADO

Estamos empezando la pesadilla consciente del gobierno libertario sin entender cabalmente qué es lo que nos pasó para llegar a esto. Apenas sabemos que no hay solo una razón que explique todo y oscilamos entre folletines metafísicos donde toda opinión es posible y modelos teóricos que no reflejan nada de lo que quieren representar y por tanto, no explican nada. O directamente adaptamos la realidad a nuestro marco teórico, aunque tengamos que meter los hechos a  la fuerza y comprimirlos creando una masa tan densa de conceptos que a la manera de un agujero negro, nada, ni la luz, pueden salir de ahí.

No es suficiente saber que la voluntad, esa que nos permite elegir un gobierno, está digitalizada y dirigida por un aparato comunicacional que incluye los tradicionales medios, las redes sociales y la publicidad desenfrenada que no deja de bombardearnos estemos en el lugar que estemos sin descanso. Sabemos por gente como Schopenhauer que el mundo existe como voluntad (como deseo, como impulso vital) y como representación (lo neutro y puramente objetivo). Y aunque esos conceptos resuenen en nuestras vidas, han sufrido tantos cambios que podríamos preguntarnos qué validez tienen hoy. ¿Es hoy el mundo ese lugar donde los humanos construyen la Historia a pura voluntad, realizando un esfuerzo continuo que, aunque consciente o no, posee una coherencia, una meta? ¿O, al decir de Houellebecq, el mundo es más bien un supermercado, cuya lógica nos induce forzosamente a la dispersión de los sentidos?

PRESENTE CONTINUO

Abrumados por el constante flujo de información, nos sumergimos en las redes sociales  pensando que nada de lo que sale de ahí nos afecta. Consideradas básicamente como entretenimiento, como un lugar donde se es básicamente libre, donde se navega en un mar de opciones guiados por nuestro deseo, es en las redes donde la publicidad se acepta como parte del trato. No se puede poner un video en YOUTUBE sin que se interrumpa cada 5 minutos con algún anuncio. No se puede navegar por Instagram sin que te aparezcan sugerencias  que el omnipresente logaritmo te propone en base a tus búsquedas y rutinas de navegación. 

Sin que nadie se pregunte por qué es así, los políticos  expresan sus ideas en Twitter como si la población entera no solo los siguiera, sino que se da por sentado que todo el país posee esa aplicación.  Sin siquiera advertirlo, nuestra voluntad se convierte poco a poco en algo menos autónomo para transformarse en un producto armado de decisiones externas que podemos llamar, en sentido amplio, publicitarias. Paseamos por las góndolas buscando ofertas, si, somos libres de elegir, pero solo lo que se nos ofrece consumir, y de la manera que quieran vendértelo.

Así, en la lógica del supermercado, el pasado deja de tener validez como un lugar donde ir a buscar algún conocimiento. No hay posibilidad de reflexionar sobre el pasado (una pandemia por ejemplo, cuestión que todo el mundo pone empeño en olvidar) en una realidad donde todo fluctúa, donde nada tiene validez permanente: ni las reglas, ni las cosas, ni los seres.

En estos términos, el objetivo de la publicidad es provocar, ser el deseo, al decir de Houellebecq: “… instaurando un superyó duro y terrorífico, mucho más implacable que cualquier otro imperativo antes inventado, que se pega a la piel del individuo y le repite sin cesar: Tienes que desear. Tienes que ser deseable. Tienes que participar en la competición, en la lucha, en la vida del mundo. Si te detienes, dejas de existir. Si te quedas atrás, estás muerto.”

La publicidad construye el mundo, arma la infraestructura donde recibiremos el mensaje. Nos genera  incomodidad al mismo tiempo que genera  medios de desplazamiento que no nos llevan a ningún lado, desarrolla medios de comunicación para  un periodismo que ya no tiene nada que decir, incrementa las posibilidades de relacionarnos al mismo tiempo que nos sacan las ganas de entablar relaciones con nadie. La publicidad hace que el sujeto se volatilice, en la vida del supermercado, todo es actualidad permanente, todo es un presente continuo. Nos convertimos en fantasmas del devenir.

ABOLIR EL FUTURO

Volviendo al principio, no es esta la única razón por la que este país ha renunciado a tener un futuro. En un mundo donde todo es incertidumbre perpetua, corremos contentos a comprar la oferta de soluciones rápidas y de shock necesarias pero que  (y acá la paradoja) llevará mucho tiempo para que se puedan ver los resultados. Lo que se presenta como nuevo (una nueva oferta), lo es en tanto no habla de un futuro consecuencia de nuestro pasado y nuestras decisiones actuales. La idea misma de futuro se transforma en algo absurdo cuando todo es presente, vertiginoso y pasajero.

Si la idea de futuro, si su mera posibilidad ha sido abolida, si hemos descubierto que una sociedad con un alto grado de sobrecalentamiento no siempre implosiona pero nos vuelve incapaces de generar un significado, tal vez sea momento de crear nuevas utopías, nuevos relatos. Si la verdad es una consecuencia de la voluntad de poder, pues creemos nuestra verdad, inventemos nuestro futuro pero dejándolo de pensar con los parámetros con los que se pensaba hace 50 años, todavía podemos generar ideas colectivas, todavía podemos armar un futuro como un horizonte que nos incluya a todos y no solo como variaciones aleatorias de nuestras decisiones personales.