EL FIN DE LA HISTORIA y LAS RELACIONES INTERNACIONALES

EL FIN DE LA HISTORIA y LAS RELACIONES INTERNACIONALES

25/07/2018 Desactivado Por ElNidoDelCuco

 

En 1989, Francis Fukuyama publica un artículo en la revista “National Interest” que suscitó una sorprendente discusión internacional.

En pocos meses, ese alto funcionario del Departamento de Estado especialista en anticipaciones políticas y consultor de la Rand Corporation, egresado de Cornell y Harvard, se hizo famoso en todo el mundo.

Su afirmación más rotunda dice que la Historia ha llegado a su fin al haber triunfado en todas partes no por derecho, sino de hecho, la democracia liberal, en virtud del consenso mundial de ser el único régimen político legítimo y por la imposibilidad de concebir ningún otro modelo.

Fukuyama opina que hemos llegado al punto final de la evolución ideológica de la humanidad  y que el deseo de dominación, inherente a toda persona, puede satisfacerse dentro de la democracia liberal.

Por Ricardo Cuasnicu

        El funcionario norteamericano ha llegado a estas conclusiones luego del estudio intensivo de la filosofía hegeliana a través del gran exégeta, maestro de Foucault, que fue Alexandre Kojeve.

Para aclarar la tesis del “fin de la historia” será, entonces, necesario que reflexionemos brevemente sobre algunos conceptos de la filosofía hegeliana y de la exégesis de Kojeve.

La sorpresa que causó el comentado artículo está basada en que sus teorías no pierden de vista los acontecimientos actuales, así lo cree, al menos, B. Bourgeois, que debatió con Fukuyama para el diario Le Monde y le reconoce que “la originalidad de su trabajo estriba en estar, a la vez, en el centro de los problemas políticos internacionales y en el de la meditación filosófica. A la vez que provocó un cortocircuito en el espacio de las ciencias sociales, que siempre se creyeron intermediarias entre los conceptos puros de los filósofos y los datos de la experiencia social e histórica”.

A la luz de los recientes acontecimientos histórico-ideológicos, Fukuyama insiste en que el estudio de la filosofía hegeliana nos permitirá comprender la dialéctica del desarrollo histórico mejor que el marxismo, que fue a grosso modo el inspirador de las ciencias sociales.

Transcurrían los primeros años del siglo XIX, cuando apareció la fundamental “Fenomenología del Espíritu”, en la que Hegel escribe: “La Historia esta terminada. Habrá acontecimientos, pero no variará la significación fundamental de la vida humana”.

Por eso es que Fukuyama dice que a pesar de todos los cambios y de todas las revoluciones que hemos conocido y soportado, en los dos siglos que transcurrieron desde la Revolución Francesa, arquetipo de toda Revolución, a pesar de todo, nunca se pudo ir más allá de sus principios ni política ni filosóficamente.

Del “triunfo” de la visión hegeliana sobre la marxista, él desprende la teoría de la primacía de lo político sobre la vida económica, porque es la clave para comprender la realidad del triunfo del modelo democrático liberal y de su alcance universal.

 

Voy a resumir, ahora, en cuatro puntos el esquema conceptual de aquel famoso artículo:

  • Para comprender en qué sentido la historia puede tener un fin, se precisa analizar algunas cuestiones teóricas referentes a la naturaleza de los cambios históricos.
  • El final de la historia acontece como el advenimiento del “Estado homogéneo universal”, donde todas las contradicciones (que han sido el motor de la historia) quedan resueltas, las necesidades humanas pueden ser satisfechas, no hay luchas ni conflictos esenciales y lo que verdaderamente importa es el desarrollo económico.                    
  • Para que estemos al final de la historia no es necesario que todas las sociedades se conviertan en liberales y exitosas sino, simplemente, que pongan punto final a sus pretensiones ideológicas de representar formas superiores de la sociedad humana.

           Actualmente parecen existir dos contradicciones que no han podido ser resueltas por las sociedades modernas, una vez que han resuelto la contradicción de clases por imperio del avance tecnológico: la religión y el nacionalismo.

  • En el campo de las relaciones internacionales está claro que la amplia mayoría de los países subdesarrollados seguirán empantanados en la Historia y seguirán siendo terreno de conflicto durante largos años.


Pero la vida internacional de la parte del mundo que ha llegado al fin de la Historia se preocupará mucho más de los asuntos económicos  que de los meramente políticos.        Esto no implica el fin de los conflictos internacionales per se pero, a este nivel, el trabajo quedará dividido entre la parte aún histórica y la parte posthistórica de las naciones.

 

Estos son, en síntesis, algunos de los tópicos que Fukuyama analiza en su escrito, basándose en la concepción de la historia de Hegel, que pasamos a desarrollar:

Ante todo, la refutación del fin de la historia por el sentido común al hecho de que ella “continúa”, carece de relevancia si observamos no los hechos que se suceden sino la significación que los rige. De lo que se trata es de una mutación y no de una paralización de los acontecimientos, de esclarecer si el horizonte en cuyo marco se generaba lo histórico-mundial permanece idéntico o un final de imprevisibles consecuencias ha advenido, como el más incómodo de los huéspedes de Nietzsche.

Filosóficamente hablando, la Historia que termina es la europeo-occidental que comenzó hace dos mil quinientos años en la antigua Grecia. Pero el final no acontece como decadencia sino como consumación y la forma que adquiere es la del imperio planetario del trabajo como modo de vida científico-tecnológico que homogeniza todas las diferencias. Se lucha, se trabaja y se desea como siempre, pero ya no es lo mismo.  La lucha, el trabajo y el deseo carecen de relevancia para alterar la vida humana, por ello, el final de la historia nos alcanza a todos, pueblos e individuos.

El descubrimiento de Hegel en relación a la Historia es el del principio que la impulsaba, ya que no es un suceder infinito, sin sentido ni finalidad, sino que se movía por la progresiva desocultación y concreción fáctica de su  principio inteligente que la orientaba desde el origen: la subjetividad.

Hegel fue claro al decir que con su filosofía y con las conquistas napoleónicas se consumaba el destino histórico de Occidente y, que por lo tanto, una cierta lógica que regía el desarrollo de los acontecimientos perdía vigencia.  Porque una vez descubierto conceptual y realmente el secreto motor de la historia, ésta se vería conminada a alterar su ritmo pues, con la constitución de la sociedad burguesa y el Estado universal napoleónico, se realizaba el concepto de la libertad, que era todo el sentido de la Historia.

Nos corresponderá, ahora hacer una lectura sumaria del libro de Kojeve: “Introducción a la lectura de Hegel”, para poder comprender quién ha sido el mentor de Fukuyama. Dice así: “sea como fuere, el fin último del devenir humano es, según Hegel, lograr la síntesis de la existencia guerrera del amo y de la vida laboriosa del esclavo. El hombre que está plenamente satisfecho de su existencia y que, por eso mismo, concluye la evolución histórica de la humanidad es el ciudadano del Estado universal homogéneo, en términos hegelianos es el trabajador-soldado de los ejércitos napoleónicos”.

“Es la guerra (por el reconocimiento) lo que hace consumar la Historia y lleva al hombre a la perfección (entendida como satisfacción), de esta manera el hombre no puede perfeccionarse sino en la medida en que se asume mortal y acepta concientemente el riesgo de la vida”.
En efecto, una vez establecido el estado universal homogéneo se puede vivir sin arriesgar la vida, pues ya no habrá guerra ni revolución.  Lo cual implica, para Kojeve, el acabamiento de las posibilidades creadoras del hombre.

Es notable esta visión del destino de Occidente que él ve plasmada en la realidad luego de una serie de viajes comparativos que realiza a EEUU y a la URSS entre 1948 y 1958 y que resume así: “si los norteamericanos figuran como unos soviéticos enriquecidos, es porque los rusos y los chinos no son más que norteamericanos todavía pobres pero, por otra parte, en vías de rápido enriquecimiento. He sido llevado a la conclusión de que the american way of life es el género propio del período post/histórico, prefigurando la presencia actual, en 1993, de los EEUU en el Mundo, el eterno presente futuro de la humanidad entera. De este modo, el retorno del hombre a la animalidad aparecía no como una posibilidad por venir sino como una certeza ya presente.”

Sólo el esnobismo, es decir, una práctica más allá del trabajo, el deseo o la lucha, le permitiría a una élite ultradesarrollada y postmoderna, ir más allá de la Historia.

Es a partir del pensamiento de Kojeve, su muy particular y brillante lectura de Hegel, que Fukuyama identifica el fin de la Historia con el triunfo del modelo liberal democrático. A esta altura me parece prioritario concederle la palabra directamente a Hegel para que nos ilustre y podamos contextuar sus dichos. Porque, si bien es cierto que le corresponde a Fukuyama el mérito de volver a la gran Filosofía clásica, para concebir la esencia de lo pres-ente también le corresponde el débito de cierto oportunismo mediático. Oigamos lo que el gran filósofo tiene para decirnos:
Ante todo, que la idea de historia presupone una concepción teológica, como toda ideología o sistema de ideas. Esa idea de historia es válida sólo para lo que se llamó Occidente, es decir, para el mundo griego-romano. Para Oriente la teología no concluye en la historia ni la funda, no hay ningún telos que Oriente. Pero Occidente deviene universal en sentido filosófico al transformarse en civilización planetaria, en aldea global y, quizás, en Estado Mundial.

Para Hegel la lógica de la Historia coincide con la historia de una Lógica, por eso desde el origen griego, lo que impulsa el desarrollo histórico es la subjetividad absoluta, que se encuentra a sí misma como sujeto al mismo tiempo que como sustancia, tal como ha sido escrito por su pluma.

Constituir una subjetividad deseante del saber absoluto parece haber sido el secreto telos, el sentido de la historia de Occidente que se ha materializado.

En tanto la subjetividad absoluta, la Idea se devela como motor del cambio o de la Historia, la subjetividad se devela a si misma  atravesando todas las figuras dialécticas de la conciencia.

La última, agrego yo, es la figura mítica del Trabajador como nuevo Titán, que en batallas de fuego y hielo abate el largo reinado de los dioses caducos. Pero esta es otra cuestión.

El saber absoluto de Occidente es el saber que se sabe como el sujeto-objeto que domina todo el devenir histórico, hasta alcanzarse al fin a sí mismo.

La técnica, en cuanto subjetividad absoluta, domina el orbe porque crea el medio de conocer infinitamente lo mismo, se sabe a sí misma pero en tanto objeto técnico que supera al sujeto al negarlo.

La modernidad es la época del sujeto que comienza en el cógito cartesiano que no reconoce ningún fundamento revelado. La época parece cerrarse con el imperio de la subjetividad como tiranía planetaria del pensamiento técnico-productivo, que es el emblema de la subjetividad absoluta, puesto que se piensa a sí misma como otro objetivo, el científico.

Es “a partir de aquí, cuando la subjetividad descubre que la Historia tiene la lógica de su autoconstrucción, que algo varía sustancialmente en el conjunto de los momentos diferenciados constitutivos de su estructura íntima.” Dicho de otro modo, hay como una incompatibilidad o una mutua exclusión entre historia y subjetividad, pues aquella no es más que el desarrollo de la subjetividad en busca de su plenitud, mientras que la segunda  debe negar la historia para afirmarse como síntesis. Por esto, digo que el famoso fin de la historia tiene muchas lecturas, distintos planos de significaciones como, por ejemplo, la consumación de la metafísica como imperio del nihilismo más desembozado.

Pero volvamos a los hechos históricos que Fukuyama propone leer munidos del sistema conceptual hegeliano:

En una conferencia dictada en la Universidad de Chicago, insiste en que la forma más acabada de Estado es la democrática liberal, porque reconoce y protege el derecho universal del hombre a la libertad mediante leyes y que la democracia liberal es la forma más acabada de Estado porque existe sólo por el libre consentimiento de sus gobernados. 
Esto dice Fukuyama y agrega esto otro: “El peso intelectual del materialismo es tal que ni una sola teoría contemporánea válida del desarrollo económico se refiere seriamente a la cultura y al espíritu como a la matriz en la que se forma el comportamiento económico”. Con lo cual no deja títere con cabeza, puesto que el sayo le cabe al marxista tanto como al capitalista y sirve de muestra de la perspicacia con que el hombre de la Rand Corporation observa la realidad estratégica mundial.

Por ejemplo, para ejemplificar el error habitual de atribuir  causas materiales a fenómenos que por su naturaleza son esencialmente ideales, Fukuyama se refiere a los últimos acontecimientos en los países ex comunistas en estos términos: “En Occidente se suelen interpretar los movimientos reformistas en China y en la URSS como una victoria de lo material sobre lo ideal, es decir, como el reconocimiento de que los incentivos ideológicos no pueden sustituir a los materiales a la hora de estimular una economía moderna altamente productiva y que, si un país quiere prosperar, tendría que recurrir a formas más básicas de interés  particular, pero esa interpretación olvida o desconoce que las deficiencias de las economías socialistas ya eran evidentes hace 30 o 40 años para cualquiera que se preocupara seriamente por analizarlas.

Entonces, se pregunta, ¿porqué esperaron ésas economías hasta la década del 80 para abandonar la planificación centralizada?

La respuesta que él da nos indica que “debe buscarse en la conciencia de las élites y líderes en el poder que, al fin, decidieron optar por la vida protestante de Weber de riqueza y riesgo y desecharon el camino católico de pobreza y seguridad. La condiciones materiales en las que se encontraban esos países en vísperas de las reformas, en ningún caso hicieron inevitable este cambio, sino que éste fue el resultado de la victoria de una Idea sobre otra.”

Con respecto a las consecuencias que el fin de la Historia acarrea en las relaciones internacionales, Fukuyama mantiene opiniones proyectivas que debemos conocer para comprender qué está en juego en la situación mundial.

Claro que, como analista del Departamento de Estado yanqui, lo que más le interesa investigar a Fukuyama es la parte fundamental de la política mundial, que no nos incluye porque no determinamos lo histórico, sino que lo padecemos.

En su opinión es altamente improbable que Rusia y China se unan en un futuro cercano al grupo de naciones más desarrolladas. Pero, en el supuesto de que el marxismo-leninismo deje de ser un factor determinante en la política exterior de esos Estados, la pregunta que conviene hacer es sobre las diferencias y características generales entre un mundo sin ideología y el que ya conocemos. 

También critica a Charles Krauthammer de la conocida escuela académica de la teoría de las relaciones internacionales, que sostiene que los conflictos son inherentes al sistema internacional y que, por lo tanto, creen que la Rusia post comunista será en su comportamiento internacional similar al de la época Imperial del siglo XIX.

Para Fukuyama ese es un punto de vista cómodo y simplista, que si bien reconoce que algo está cambiando en esos países, no está dispuesto a aceptar la responsabilidad de recomendar un nuevo planteamiento de la política internacional.

Él, en cambio, parte de la tesis de la integración política en una especie de mercado común de la parte fundamental de las naciones, en detrimento de la teoría que postula que en un mundo sin ideologías se volverá a la competitividad y expansión que caracterizó al siglo pasado.

Encuentra una prueba de su tesis en el punto de vista de la elite soviética, porque se asemeja al punto de vista del “Estado homogéneo universal” de Kojeve.

Por eso le gusta citar al ex ministro Shevardnadze quien, a mediados de 1988, escribió lo siguiente:

“La lucha entre dos sistemas antagónicos ya no es una tendencia dominante de nuestra época; en la etapa postmoderna, la capacidad de elaborar bienes materiales a un ritmo acelerado sobre la base de una ciencia de vanguardia y con alto nivel tecnológico y distribuirlos de forma justa aunando esfuerzos para restaurar y proteger los recursos necesarios para la supervivencia de la humanidad, adquiere una importancia decisiva.”

De todos modos, la ex URSS se halla ante una gran encrucijada y la elección que haga será de enorme importancia para aquellos países que creen haber emergido ya del  otro lado de la Historia, dada la gran extensión de su territorio y la extraordinaria fuerza militar que conserva casi intacta.

En conclusión, si bien es probable que siga existiendo un alto e incluso creciente nivel de violencia étnica y nacionalista en las regiones del mundo post-históricas, así como entre los países que aún están en la Historia, a partir de la muerte de las ideologías hay una probabilidad cada vez menor de que estallen conflictos a gran escala entre Estados verdaderamente poderosos.” Por esto, “el fin de la Historia será un tiempo muy triste, la lucha por el reconocimiento, la disposición a arriesgar la propia vida en nombre de fin puramente abstracto, la lucha ideológica universal que daba prioridad a la osadía, al atrevimiento, a la imaginación y al idealismo, se verán sustituidos por el cálculo económico, la interminable resolución de problemas técnicos, la preocupación por el medio ambiente y la respuesta a las sofisticados necesidades del consumidor. En la era post/histórica no existirá ni arte ni filosofía, nos limitaremos a cuidar eternamente los museos de la historia de la humanidad.  Personalmente siento una fortísima nostalgia de aquellos tiempos en que existía la historia, pero, en realidad, esta nostalgia seguirá alimentando la competencia y los conflictos humanos durante bastante tiempo, incluso en el mundo posthistórico. Aunque reconozco su inevitabilidad, mis sentimientos hacia la civilización que se creó en Europa a partir de 1945 con sus ramificaciones noratlántica y asiática son de lo más ambivalentes.  ¿Quién sabe si ésta misma perspectiva de siglos de aburrimiento al final servirá para que la historia vuelva a comenzar?”

Así, finaliza el famoso artículo de Fukuyama que tanto revuelo ha levantado en la comunidad político intelectual.

Para finalizar, no debemos olvidar que el destino de un pueblo se juega en el modo en que su élite encarna la tarea a que está llamada por su posición y la gravedad con que la encara.

  

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