EL DESPERTADOR
17/10/2023 Desactivado Por ElNidoDelCuco
Por ANDRÉS GARCÍA
No hay música más hermosa que el sonido del despertador por la mañana, ese dulce despertar que vaticina una jornada laboral revitalizante y sobrecogedora, dijo nunca NADIE.
La sobrecargada valoración de la dignidad del trabajo es propia de una moral de esclavos. Viene escrita a fuego en las tablas de los mandamientos del amo esclavista. Una rémora antigua y feudal que se utilizaba para matizar y justificar la imposición de tareas forzosas. Había que dignificar aquellas tareas que la clase acomodada no quería hacer. Con la revolución industrial son abolidos los grilletes para inaugurar los campos de concentración llamados fábricas, donde la gente libre es explotada sin horarios ni límites de edad, para sostener un consumo desenfrenado e inútil y abastecer de armas cada vez más destructivas a una minoría psicópata que promueve la libertad y la democracia, genocidio por medio.
El boom tecnológico del siglo XX prometía un futuro utópico. Las máquinas, los robots y las computadoras harían gran parte del trabajo y la humanidad por fin tendría tiempo de ocio. Y de hecho fue así. Hoy gran parte del trabajo fue delegado para generar un excedente de mano de obra. Lo que debería ser tiempo de ocio hoy es desocupación y miseria. Lo que a la vez genera una devaluación del salario, por lo cual el agraciado debe trabajar más para no caer en la pobreza.
Hace prácticamente un siglo que las condiciones están dadas para que la jornada laboral sea de cuatro horas. No solo cubriría la canasta básica, sino que garantizaría el pleno empleo. Incluso la Organización Internacional del Trabajo (OIT), que no es marxista, sacó las cuentas y nos dice que con seis horas diarias de trabajo está bien. Ya en el siglo XIX Karl Marx demostró como el proletariado no solo paga su jornal, sino que produce plusvalía. Es decir, trabaja horas de más que se queda la burguesía.
Hay pruebas concretas de que estamos trabajando de más. Por ejemplo, durante la primera y segunda guerra mundial, Inglaterra puso a la mitad de sus trabajadores activos en las fábricas de armas y municiones, por un lado, y en el frente de batalla por el otro. Así y todo, las fábricas seguían funcionando y los campos seguían siendo atendidos como siempre. Todo el sistema productivo de Inglaterra era atendido por la mitad del personal sin reducción de salario. Y como si nadie se hubiese dado cuenta, terminada la guerra todo volvió a ser como antes.
Para que nadie nos chicanee en blanco y negro, tomemos un ejemplo contemporáneo. La pandemia de COVID. Según estadísticas de la OIT, en Argentina durante el principio de la cuarentena se perdieron alrededor de un 35% de puestos de trabajo. A esto hay que sumarle la paralización total de toda actividad que no fuera esencial. Sin embargo, y pese a todas las dificultades, el país siguió adelante. Con intervención del Estado, es verdad. En casi todo el mundo la situación fue muy parecida. Sin embargo, no hubo ningún apocalipsis. El mundo siguió girando con la mayor parte de la gente en sus casas, sin trabajar, o trabajando lo mínimo. Y como si nadie se hubiese dado cuenta, terminada la pandemia, todo volvió a ser como antes.
Las experiencias del siglo XX y XXI nos dejan unas cuantas conclusiones. Primero, que están dadas todas las condiciones para una reducción de la jornada laboral con mismo salario. Esta sola medida llevaría al pleno empleo. Segundo, la centralización de la producción en manos del Estado. El caos económico global y la injusta distribución de las riquezas son consecuencias de lo que llamamos libre mercado. Un principio indiscutible para los liberales, hasta que aparecen las guerras, las catástrofes naturales o sanitarias. Ahí acuden al Estado para que los rescate.
Tenemos ejemplos al alcance de la mano para demostrar que la centralización de la producción en manos del Estado es la clave. Países que tenían economías primarias y hasta esquemas feudales, como lo fue Rusia, China o Japón a principios del siglo XX, se convirtieron en potencias industriales en el transcurso de dos décadas. También EEUU un siglo antes. Ninguna lo hizo liberalizando su economía.
Estas ideas viejas y egoístas fueron impuestas por los ganadores de la II Guerra Mundial como una verdad indiscutible. Ninguno las usó para desarrollarse. Sin embargo, la imponen en paquetes de ajustes sobre países subdesarrollados. Un veneno que mata de a poco a un eterno enfermo convaleciente.
El ultra ajuste y la super concentración de la riqueza post pandemia nos debe alertar sobre la necesidad inmediata de aplicar reformas estructurales en un sistema agotado por las burbujas financieras que multiplican exponencialmente riquezas que no existen.
Hay que acabar con el sistema geriátrico que mantiene a este mundo en estado vegetativo. O seguir puteando a la mañana cada vez que suena el despertador.
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