BORRACHO AD HONOREM

BORRACHO AD HONOREM

28/05/2023 Desactivado Por ElNidoDelCuco

Por Ursula O-Morales

         Me gusta ponerme en pedo un sábado a la noche después de salir de trabajar. Pasan las horas y no veo el momento de largar la corbata de mierda, el saco e irme al bar más cercano a gastarme una buena parte del sueldo en birra industrial, vodka, en cerveza artesanal, aunque esta no es de mis favoritas y alcoholes más fuertes como tequila, mojito o ginebra. wholesale sex toys nfl san francisco 49ers chiefs super bowl wins best jordan 4 women’s adidas sneakers on sale custom jerseys mens nike air max 97 cheap nfl jersey yeezy adidas shoes Dallas Cowboys nike air max 270 womens custom basketball jerseys nfl jersey for sale nfl jersey shop custom nfl jersey

Quiero pasar mis horas del sábado por la noche perdido en mis pensamientos, en las nubes de pedo, en un estado etílico sin nada más de qué preocuparme. Las jornadas laborales son un horror, trabajo diez horas de corrido y solo quiero irme hasta mi casa a descansar y tomarme una cerveza bien helada, más en estas épocas que viene el verano. Pero lo que más me gusta de tomar cerveza, es que me desinhibe mucho, o mejor dicho, demasiado. Puedo encarar a las mujeres sin tener que mentir o chamuyar. Me da más valentía. O cuando se arma una piñadera en algún bar los sábados a la noche (cosa que es moneda corriente si sos un borracho ad honorem como yo), estar tan en pedo me permite sacar toda la bronca acumulada que llevo adentro de tanto aguantar el maltrato físico y psicológico de mi trabajo. Me gusta pelearme con los fisuras, los cachivaches y gente estúpida sin códigos que suele presentarse en los antros. No me gusta ir a bailar, si voy a la bailanta, es para ponerme en pedo y nada más. A veces voy para conocer mujeres o irme con mis amigos, que son más borrachos que yo. Ellos me ganan por experiencia. Yo tengo 33 años, tomo desde que tengo 16 años, así que imagínense como tengo el hígado a esta altura de mis lustros.

Mis sábados comienzan con un ritual para prepararme para ir al bar. Llamo a mis amigos y hacemos una previa con vodka, algo tranquilo. Luego, jugamos a las cartas, particularmente al Uno y después, vamos todos juntos en una furgoneta al bar del viejo Pirincho, que queda en la ciudad. Solemos ser entre diez o quince ñatos los que salimos a tomar. De alguna manera, los muchachos se las arreglan para decirles a sus esposas, novias o madres, de que volveremos temprano. Que un par de copas y nada más… ajá… solemos volver quince horas más tarde o quizás un poco más. Todos los fines de semana volvemos a nuestras casas con olor a cerveza, cigarrillos, con un aliento a vómito o con moretones de las ya clásicas peleas de borrachos que solemos ofrecer; o que se nos presenta según lo ocasión.

No estoy casado por suerte, no tengo a nadie que me diga a qué hora tengo que volver a la casa. Suelo zafar de mayores conflictos, sobre todo cuando voy al trabajo. Mi oficio, que es ser un puto telemarketer en un Call Center, no incluye prueba de alcoholemia a los que trabajamos ahí atendiendo las llamadas. Tampoco test de drogas ni nada por el estilo. Mi trabajo no es en blanco, por lo que no tengo obra social. Aun con todo, tengo una prepaga que me cobra barato en casos donde he salido muy lastimado en alguna pelea. Una vez, en una de las tantas trifulcas, un bonehead (un neonazi), me apuñaló en el brazo a la salida de un bar porque no quería pagar una entrada (¡100 pesos!) y yo le rompí la nariz de un solo cabezazo. La prepaga me lo cubrió por supuesto. La cicatriz que tengo es muy llamativa: a pesar de la violencia con la que me atacó el neonazi, la entrada era casi quirúrgica, tenía muy buena puntería el culiado. Y como si tratara de un pirata, me sentía orgulloso de esa cicatriz.

Solía ponerme en pedo entre semana también. No había día en que no tenía excusas para no dejar de chupar. Hasta que el páncreas me estalló. Y no solo eso, también tuve que someterme a una cirugía de vesícula de urgencia. El hígado, como dije, lo tenía hecho pija, aunque zafaba de evitar que me operaran de ello. Cuando salí de la intervención, un médico con más de cincuenta años, pelo canoso y con un ambo de color blanco, a pesar de mirarme con un cierto aire de asco y aversión, se mantuvo muy profesional. Luego de hablar con mis padres, él fue muy tajante: Tuviste suerte pibe – y añadió: “Un trago más y te morís flaco”. La pancreatitis fue aguda y milagrosamente tuve muchísima suerte. No tenía control en aquellos años. Tomaba casi hasta perder el sentido y solía ponerme violento.

Esperen, esperen… tampoco vayan a creer que vi a Dios y la luz y todas esas pelotudeces de los evangelistas ni nada por el estilo. Lo que sí, es que tuve pánico cuando veía una botella, jarra o lata de cerveza fría. Ahora me daba un escalofrió tremebundo. Con el vino mantenía una fuerte dialéctica de amor-odio: lo odiaba, aunque tomaba un poco para que me hiciera bien, sin embargo, se demostró científicamente que el vino no tiene curas de ningún tipo, una razón más para odiarlo. Intenté durante algún tiempo de dejar de tomar definitivamente y lo conseguí.

Tiré todas mis copas, rompí todos los embaces y me deshice de los premios que ganaba en peleas de borrachos para eliminar de mi vida todo vestigio del alcohol que recorrió mis venas durante casi veinte años. Durante este período de abstinencia, descubrí los placeres que me había perdido por culpa del alcohol y las peleas: una caminata para mantenerme en forma. Desde que había dejado de tomar, perdí como quince kilos. Comí más fruta, tomaba un helado de vez en cuando, leía un libro, veía una película, etc. Fueron pocas las secuelas de la pancreatitis, quizá si un helado me caía mal, tenía gases, pero nada grave. Ah, eso sí, no pude hacer ejercicios de elongación por casi un año debido a que me había abierto la panza y me manosearon adentro y era un dolor particularmente molesto. Mi recuperación fue bastante gradual y lenta. No deseo que nadie pase por lo mismo que yo.

Han pasado casi cinco años desde esos acontecimientos. Hoy, estoy libre de alcohol. Me he mantenido sobrio desde entonces. Es viernes, son las 21.00hs. Hoy, hace más de cinco años, comenzaba con mis habituales ritos para hacer la previa con los muchachos. Me alejé de ellos. Todos hicieron la suya. Hoy salgo temprano del trabajo. En el medio de estos cinco años, me casé y me separé. Volví a estar solo. Recién salí de mi nuevo trabajo, un bufete de abogados. Ahí me desempeño como escribano. Me pagan muy bien y vivo en un departamento muy modesto.

Mientras camino por la avenida principal, veo que hay muchos bares. Algunos son más chetos que otros. Mientras sigo mi camino, recordé la frase que me dijo el médico que me atendió durante mi internación: “Un trago más y te morís flaco”. Cuando vi que el diagnostico había sido exagerado y que después de eso me agarró un miedo irracional a tomar; crucé la calle y entré en un pequeño bar y le pedí al mozo una cerveza fría.

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