
DESCONECTADOS
2019-12-19 Desactivado Por ElNidoDelCucoPor ALEJANDRO PASCOLINI
Soñaba con poder hablar una vez, solo una vez, con alguien.
Mientras conversaba de las supuestas conveniencias de adherirse a un nuevo plan de servicios de telefonía celular con su novia, Andrés no podía dejar de irritarse cuando ella, haciendo caso omiso de sus palabras, verificaba en su propio celular si le había llegado la tan anhelada suscripción (por la página Facebook) a un sistema de felicidad electrónico. Ese sistema prometía, en el momento exacto en que uno lo deseara, recibir de algún contacto oriundo de Filipinas o China lo que a uno más desearía escuchar de sí mismo.
Andrés odiaba que siempre, pero siempre, su novia estuviera con su mirada fija, petrificada, en la pantalla de su computadora, su celular, su Ipad, su mp3… Sentía celos de sus varios e incontables chiches electrónicos, pero al tratarse de aparatos ni siquiera le quedaba el recurso aliviador de enojarse abiertamente para descargar esos celos, ya que sería ridículo enojarse con objetos sin vida.
Decidió, entonces, conectarse al chat de Facebook para verificar si se encontraba un conocido en línea. Efectivamente, se encontró con Raúl, ese amigo con el cual conversaba online por lo menos una hora por día. Chateando, le propuso visitarlo directamente a su hogar, ya que se estaba empezando a cansar de tanta comunicación virtual. Raúl, aceptó la idea y le anunció que mientras se dirigía a su domicilio, él encargaría por internet una pizza y dos cervezas.
Una vez llegado a destino se encontró con su camarada fascinado por un video de Youtube donde una pareja de lesbianas tenían relaciones sexuales dentro de un lavarropas (encendido por supuesto). Permaneció asombrado observando como la cabeza de su camarada giraba sin cesar intentando acompañar los movimientos del artefacto y especialmente lo que sucedía dentro de él.
Cuando se acercó mejor a la pantalla de la computadora le pareció notar en una de las mujeres el rostro de su propia novia, por lo cual también comenzó a mover su cabeza, con la intención de poder confirmar su sospecha.
Dos amigos, un jueves a las 12 de la noche, moviendo circularmente sus cráneos delante de un LCD.
Dos amigos, en silencio, frente a lo absurdo.
En medio de tan particular danza, Andrés rompió el silencio y preguntó si habían llegado las pizzas y la cerveza.
Su amigo le respondió que no porque no le funciona el sistema de llamadas de comida por internet. Entonces, su propuesta fue bajar a comprar algo en un local de la zona, pero en ese barrio y a diez kilómetros a la redonda no había nada abierto ya que sólo respondían a pedidos de manera virtual.
Sin comer nada y sin mediar palabra alguna seguían los sujetos absorbidos por el enigmático video.
A las tres de la madrugada y desilusionado por el encuentro, Andrés emprende el camino de regreso a su hogar, a la búsqueda de explicaciones de su novia y con la esperanza de comer algo…
En su casa se encontró con su pareja observando el mismo video, moviendo la nuca de la misma forma que él, horas anteriores. “Esa no soy yo, si es eso lo que te preocupa” fueron las únicas palabras que le dirigió su compañera a lo largo de todo el día.
Aliviado por la información pero angustiado por la pobreza de palabras de su cónyuge se fue a dormir sin probar bocado.
En sus sueños lograba hablar con las personas que más quería. Su pareja, sus amigos, su familia, no eran entes “tomados” por distintos monstruos tecnológicos sino personas con historia, con miedos, con esperanzas.
Quizás por eso es que deseaba durante todo el día que llegue la noche. Mientras dormía era la única oportunidad donde podía escuchar lo más íntimo y lo más real de la gente que lo rodeaba. Paradójicamente, mientras soñaba era la única ocasión donde se encontraba con su realidad.
Intentó realizar en su vida diurna la misma utopía que en su vida onírica. Para esto recurrió como todas las semanas a su psicólogo, pero esta vez con la intención de que le ayude en esta particular empresa.
Mientras hablaba recostado en su diván, notó cierto ruido a teclas ante lo cual interrogó al licenciado sobre el fenómeno. El analista le respondió que no se quería perder una oferta de mercado libre y que en cuanto realice la compra online podrá escuchar sus palabras.
Indignado, se levantó del mueble psicoanalítico y se dirigió apresurado a la puerta de salida con la intención definida de cerrarla de un portazo luego de cruzarla. En ese instante, fue interceptado por el profesional para que no abandone la sesión, pero segundos después sonó un Blackberry ante lo cual el psicoanalista fijó su mirada sobre la pantallita mágica y dejó el espacio libre para la salida de Andrés.
Comprendió que su salida del mundo virtual debía ejecutarla sólo y a su manera.
Todos sus amigos eran “contactos” del Messenger y del Facebook, la única forma que tenía de “conversar” con su pareja era mediante mensajes de texto. Con su familia (incluyendo un hijo que tenía de una antigua relación) se encontraba por Web Cam, siendo que vivían a menos de 10 cuadras de su actual residencia.
De todas maneras, debía cortar la red y liberarse… Una vez despojado de tantas ataduras informáticas quizás empezaría a encontrarse con personas reales. No sabía si su decisión iba a traer consecuencias deseables o no, pero tenía la certeza enigmática pero irrefutable de que no podía seguir viviendo de esa manera…
Se dio de baja de Facebook, se desconectó irremediablemente del Messenger, tiró a la basura los tres celulares, el Ipad y el Blackberry. A su computadora la usaba sólo para escribir e imprimir por lo cual la cambio por una máquina de escribir Remington. Sólo se quedó con su teléfono de línea, con el cual intentó comunicarse con todas aquellas personas con las que antes establecía vínculos electrónicos.
El primero con el que intentó hablar fue con su hijo, pero se encontraba jugando a la Play Station. Ensayó hablar con él llamando dos horas después y su hijo seguía jugando con la Play.
Llamó dos horas después y su hijo no lo atendió porque seguía jugando a la Play.
Llamó a su novia y esta le respondió que le mande un mensaje de texto. Él le respondió que ya no tenía teléfono celular, pero ella no entendió ¿Cómo alguien puede no tener celular? Por lo cual le volvió a responder que le mande un mensaje y le cortó.
Dejó el teléfono y se acercó hasta la casa donde vivían su ex y su hijo Roberto. Si bien se conectaban en la web casi todos los días hacía un año que no veía a Robertito personalmente.
Su hijito ya no seguía jugando pero su ex se asombró de la presencia de su padre, ya que estaba acostumbrada a que interactúe con su hijo por medio de la compu. Muy alterada por la novedad obligó a Andrés a que regrese a su casa y le espetó que si quería ver a su hijo que lo haga como siempre: por la pantalla de un LCD.
Por motivos legales (y otros), no pudo discutir la decisión de la madre de su descendiente (ni pudo explicarle que ya no tenía monitor, ni cámara, ni teclado) y regresó solo a su casa.
Sin maneras de saber de su hijo, sin poder hablar con su pareja y sin amigos (ya que los únicos que tenía eran “contactos” de aquellos sistemas de vinculación que había desechado) decidió suicidarse, arrojándose del décimo piso de su edificio.
Pero recordó que en sus sueños volaba, y al descender a la tierra no lo hacía de manera dura y brutal como un suicida sino que aterrizaba junto a su hijo y junto a la vida que tenía con sus afectos antes de que estos estuvieran tan ocupados mandando o recibiendo mensajes.
Entonces decidió regresar una vez más a ese mundo de sueños… y se durmió una siestita.
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