POR QUÉ NOS REÍMOS DE MACRI

POR QUÉ NOS REÍMOS DE MACRI

19/12/2019 Desactivado Por ElNidoDelCuco
















 

Por ANDRÉS GARCÍA

             Podríamos imaginarnos una comedia de Moliere titulada: “El domador de reposeras”, una sátira bufonesca en donde un presidente que vive de vacaciones apela constantemente a la cultura del trabajo, un eterno parásito del Estado que acusa al Estado de mantener vagos, un delincuente exigiendo mano dura, un psicópata con intenciones de unir y pacificar un pueblo. Hubiese sido todo un éxito sino fuese porque nos pasó a los argentinos.

“Es más vago que el cuñado de Rocky”, dijo Aníbal Fernández de aquel que nos pedía predicar con el ejemplo mientras ejercía el poder al margen de la ley. El mismo que se atragantó con un bigote postizo imitando a Freddie Mercury en la fiesta de su casamiento.

¿Pero por qué nos reímos tanto de Macri, si no es comediante, si ni siquiera tiene gracia? Sentimos vergüenza ajena cada vez que cuenta chistes o se quiere hacer el gracioso. No hay nada menos erótico para la risa que alguien queriéndose hacer el gracioso. Y Macri es el peor contador de chistes del mundo y aparte un tipo sin gracia queriendo hacer reír. Lo hemos visto en centenares de oportunidades, haciendo el ridículo en público y papelones con otros primeros mandatarios.

Quizás nos reímos de cierta parodia bufonesca, cual personaje idiota que intenta ser gracioso sin tener cualidades para ello. Y esto no una vez, sino repetidas veces a lo largo de cuatro años, como un mecanismo de repetición de algo fallido, como la incrustación de un guión malísimo en una persona sin dotes artísticas. Siempre la misma torpeza, la misma rigidez de espíritu.

Qué decir entonces de su discapacidad discursiva, que fue a lo largo de su carrera política todo un sello propio. Y no hablo de furcios (lo cual nos llevaría ya al terreno psicológico), sino de una especie de dislexia recurrente que atenta contra la claridad y fluidez de un discurso. No nos estamos burlando de un tartamudo, no parece evidenciarse ningún signo patológico de este estilo en Macri, porque en todo caso no nos causaría gracia. Más bien tiene todos los ingredientes que un escritor de sátiras políticas pondría en su personaje principal: un primer mandatario que no se sabe expresar, que no puede leer de corrido, totalmente inculto, que roza la insolencia de la estupidez, vago y torpe a más no poder, desubicado, insolente, siempre a contramano de las circunstancias, que abusa de metáforas deportivas para hablar de política, o recae en el uso de conceptos meteorológicos para hablar de economía, y una larga lista de etcéteras. Como dije al principio, un típico personaje de Moliere. Faltó un sonoro pedo en público y llenábamos la lista.

Todos estos defectos y vicios en una persona común y corriente a lo sumo nos causaría desprecio o cierto grado de compasión. Pero no en un presidente de la Nación, del cual la sociedad debiera exigir cierto nivel cultural y cierta preparación para ejercer su cargo. Macri en este caso es como el Bufón de la democracia, a veces rayando el absurdo, a veces poniendo en evidencia la farsa.

Esto de poner en evidencia la farsa fue algo característico de Cambiemos, como un sello distintivo. Podemos mencionar los timbreos o los viajes en colectivo del presidente. Una puesta en escena de una puesta en escena. La explicitación de la farsa en el show del backstage que nos ofrecían los medios de comunicación. Una arma certera contra la crítica, que intenta desnudar mentiras que ya vienen desnudas. Es un “me importa un carajo” del poder insolente. Un poder sin magia ni épica te muestra el “detrás de escena”.

Tampoco podemos olvidarnos de los bailes de Macri. Causaba dolor verlo. Como una marioneta rota en manos de un titiritero borracho, con movimientos espásticos y arrítmicos, parecía burlarse de nosotros con la insolencia de un niño rico quemando dinero. Esta rigidez cadavérica con voluntad de bailarín, e investidura presidencial, es más que suficiente para un sainete. Ni Moliere se animó a tanto.

Incluso el grado de pobreza psicológica y las variedades y tipos de locura en todo el proyecto Cambiemos dio para una producción de memes sin precedentes. La sociedad ha demostrado un nivel de creatividad pocas veces vista, y seguramente fue el único índice de producción positivo en toda la era macrista.

Y surge nuevamente la pregunta: ¿Cómo puede ser que nos riamos de inadaptados sociales, fuentes de miseria y actos criminales? ¿Cómo podemos reírnos de funcionarios que han hecho tanto daño? ¿Por qué nos causa risa gente con tan poca gracia?

Son como un chiste negro. Solo podemos reírnos si nos insensibilizamos, si tomamos distancia, si no nos dejamos llevar por la emoción. De otra manera no podríamos reírnos. Hay una cuestión estética que tiene que ver con la construcción del espectáculo (en este caso político), esta mezcolanza de parodia, farsa y grotesco puesto en relieve, que degrada y corrompe las instituciones democráticas y sociales, a tal punto de que la verdad es sustituida por la verosimilitud. Obras mal logradas, pero creíbles para cierto sector del público que piensa que las intenciones son buenas pero interpretadas por malos actores.

 

HUMOR Y SUBVERSIÓN

El humor político atraviesa todas las épocas y sociedades. Es una necesidad. Una crítica mordaz, la más certera, la que deja expuesta todas las miserias y defectos. Por eso fue tan censurado a lo largo de la historia. La mayoría de los políticos le temen al humor, a las imitaciones, que los dejan en ridículo. Por eso en “El nombre de la rosa”, Jorge Burgos, ese monje ciego y maligno, ha envenenado el tercer libro de la Poética de Aristóteles, referido a la Comedia. Les prohíbe reír a todos en la abadía, porque la risa es un bálsamo contra el miedo, quien se ríe de Dios ya no tiene nada que temer.

Por este motivo es recurrente escuchar que el humor es subversivo. Pero si así fuese habría un Jorge Burgos atravesando toda la historia, ejerciendo la censura, cuando no ejecutando humoristas. La censura en general es coyuntural y produce efectos contrarios a los buscados. Por eso se usa lo menos posible, y muchas veces se usa con fines propagandísticos. Lo que es subversivo es el efecto del humor: la alegría. La alegría es una potencia vital, un poder limpio y sano que nos empuja a lo imposible. No hay miedos ni amenazas que puedan contra una sociedad alegre. No es solo felicidad, no es solo risas, es voluntad de poder tal cual lo planteaba Nietzsche o Spinoza. Es lo verdaderamente subversivo. Es lo que mata a ese otro poder, el de la ambición, la avaricia y el egoísmo. El poder que entristece, el de los contrabandistas del odio y la miseria humana. El humor es tolerado por el poder porque es solo un medio. El humor puede hacer daño con el sarcasmo, puede lastimar con la ironía. El humor puede ser entretenimiento y nada más. Pero cuando es inteligente y sutil puede desatar revoluciones.

El macrismo en este terreno hizo algo único en la historia política. Hizo humor político de sí mismo. Exacerbó los vicios y defectos de sus protagonistas y construyó las puestas en escena de cada uno. Un producto de malísima calidad por su guión y sus actores. Bien televisivo, faltaba Nicolás Cabré y Guillermo Franchella. De alguna manera esta estructura se replica y todo el humor político va a ser subsidiario de este. La risa se convierte en un bálsamo en un contexto de crisis económica y social. No podemos creer de lo que nos estamos riendo, pero nos reímos igual. La idea que se transmite es que los que ejercen el gobierno son todos unos estúpidos, vagos e inútiles que cometen impericias, cuando en realidad fue una administración exitosa en el sentido de que los resultados económicos fueron los buscados. Mientras nos reíamos del estúpido que nos gobierna como si estuviésemos en el teatro, se destruía todo en tiempo record.

Terminó la función de este vodevil de mala calidad. Nos reímos, sí, pero no fue una risa subversiva. La risa macrista dejó tristeza y miseria por doquier. Fue una risa entretenida, de calidad televisiva. Una risa construida que anuló la otra risa, la subversiva, la que produce alegría, la risa que hubiese impedido que un gobierno de esas características pudiese seguir adelante con su plan macabro. Era la alegría que el dramaturgo macrista no hubiese podido destruir. Caímos en la trampa del espectáculo que ellos mismos nos propusieron. Una tragicomedia que afectó indefectiblemente el futuro de todo un país.

 

UN APORTE FILOSÓFICO

Todavía no respondimos a la pregunta de por qué nos reímos de Macri. Vamos a recurrir a un estudio sobre la risa hecho por el filósofo Henri Bergson en su libro “La risa. Ensayo sobre la significación de lo cómico”, publicado por primera vez en 1899. El pensador francés intenta responder a la pregunta de por qué nos reímos.

Vamos con algunos principios y definiciones:

Primer principio: “fuera de lo que es propiamente humano, no hay nada cómico. Un paisaje podrá ser bello, sublime, insignificante o feo, pero nunca ridículo”. También si nos reímos de un animal será porque habremos detectado en él una actitud o expresión humana.

Segundo principio: “lo cómico solo puede producirse cuando recae en una superficie espiritual lisa y tranquila. Su medio natural es la indiferencia. No hay mayor enemigo de la risa que la emoción. (…) Lo cómico, para producir todo su efecto, exige como una anestesia momentánea del corazón. Se dirige a la inteligencia pura”.

Tercer principio: “No saborearíamos lo cómico si nos sintiésemos aislados. Diríase que la risa necesita un eco. Nuestra risa es siempre la risa de un grupo”. Por más que estemos solos, nuestra risa siempre oculta una complicidad con otros rientes reales o imaginarios.

Y este es el punto neurálgico de la risa, ya que Bergson no solo quiere explicar por qué nos reímos sino cuál es la función útil de la risa, que para el filósofo es una función social. “La risa debe responder a ciertas exigencias de la vida común. La risa debe tener una significación social”. Pero antes de saber cuál es la función social, debemos dilucidar cuál o cuáles son los mecanismos que nos hacen reír.

Bergson comienza con un ejemplo simple y universal. Un hombre va corriendo por la calle, tropieza y cae al piso; la gente ríe. Sin embargo no nos reiríamos si supiésemos que lo hizo a propósito. Nos reímos porque cayó contra su voluntad. “Por falta de agilidad, por distracción o por obstinación del cuerpo, por un efecto de rigidez o de velocidad adquirida, han seguido los músculos ejecutando el mismo movimiento cuando las circunstancias exigían otro distinto”. Lo ridículo de la situación está en “cierta rigidez mecánica allí donde hubiéramos querido ver la agilidad despierta y la flexibilidad viva de un ser humano”.

Hay una postura metafísica de Bergson con respecto a la vida social y su evolución que es central en su análisis y tesis sobre lo cómico. Todo girará en torno a esta idea de rigidez, torpeza, etc.

“La vida y la sociedad exigen de cada tino de nosotros una atención constantemente despierta, que sepa distinguir los límites de la situación actual, y también cierta elasticidad del cuerpo y del espíritu que nos capacite para adaptarnos a esa situación. Tensión y elasticidad, he ahí dos fuerzas complementarias que hacen actuar la vida. ¿Llegan a faltarle en gran medida al cuerpo? Entonces surgen los accidentes de toda índole, los achaques, la enfermedad. ¿Es el espíritu el que carece de ellas? Entonces sobrevendrán todos los grados de la pobreza psicológica, todas las variedades de la locura. ¿Es el carácter el que está falto de ellas? Pues entonces se seguirán las profundas inadaptaciones a la vida social, fuentes de miseria, y a veces ocasiones de actos criminosos”.

Para Bergson estas inferioridades afectan la existencia, que tienden a eliminarse en la lucha por la vida, para que el individuo pueda hacer vida en común con sus semejantes. Pero la sociedad exige más. No le basta con vivir, aspira a vivir bien. No hay peor enemigo para la sociedad que cada uno de nosotros se limite a lo esencial de la vida, y nos abandonemos al automatismo de las costumbres adquiridas. “Toda rigidez del carácter, toda rigidez del espíritu y del cuerpo será, pues, sospechosa para la sociedad, porque puede ser un indicio de una actividad que se adormece y de una actividad que se aísla, apartándose del centro común, en torno del cual gravita la sociedad entera. (…Ésta) encuéntrase frente a algo que la inquieta, pero solo a título de síntoma, apenas una amenaza, todo lo más un gesto. Y a este gesto responde con otro. La risa debe ser algo así como una especie de gesto social. El temor que inspira reprime las excentricidades. (…) La risa no nace, por lo tanto, de la estética pura, toda vez que persigue un fin útil de perfeccionamiento general. Sin embargo, lo cómico tiene algo de estético, pues aparece en el preciso momento en que la sociedad y la persona, libres ya del cuidado de la conservación, empiezan a tratarse a sí mismas como obras de arte. (…) en una zona neutral en que el hombre se da simplemente en espectáculo a sus semejantes, queda una cierta rigidez del cuerpo, rigidez que la sociedad quisiera eliminar a fin de que sus miembros tuviesen la mayor elasticidad y la más alta sociabilidad posibles. Esta rigidez constituye lo cómico, y la risa su castigo”.

 

La risa, como dice el filósofo francés, tiende a disciplinar, a corregir, a dejar en evidencia; y castiga la rigidez de las costumbres, las torpezas físicas y los vicios de carácter.

Si seguimos los principios e ideas de Bergson podemos contestar satisfactoriamente la pregunta de por qué nos reímos de Macri. Cumple cada uno de los requisitos enumerados por el filósofo. Lo que yo no creo que se cumpla es el efecto disciplinador de la risa, su utilidad social. Y creo que esto no ocurrió porque, como dije más arriba, fue una risa instalada por ellos, ridiculizándose a sí mismos (no riéndose de sí mismos que es otra cosa), neutralizando cualquier censura o crítica social. No se ríen de sí mismos, se ríen de nosotros que caímos en la ensoñación que produce un espectáculo que a lo sumo roza el sainete.

Por eso de ahora en más deberíamos poner más atención en estas cuestiones y nunca más dejar que nos roben la risa y la alegría.

  

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