Memoria de un país llamado PERÚ

   A poco menos del Bicentenario de la que fuera cuna de una de las más grandes civilizaciones del mundo, tierra de dos inmensos imperios, el milenario Tahuantinsuyo de las tres cuartas partes del continente amerindio y, luego, el del europeo Español conquistador de ultramares, es necesario hoy más que nunca sentir y transmitir la vívida sangre de peruanos cabales que dieron lección al mundo con su integridad, valor, gallardía y dignidad de gentes. El encuentro en la simbiosis de dos mundos que parieron una particular nación.
   Saber que, más allá de estas aciagas horas de dudas, como en tantas otras veces de la historia del Perú, nos toca ahora seguir sí o sí enarbolando esas virtudes como estandarte moral e imperecedera llama.

   Es entonces el momento para la evocación del martirio insufrible y único de nuestro rebelde Cacique Túpac Amaru II, en 1780, el de la primera intentona de romper las cadenas. De la valerosa e irrenunciable resistencia del Mariscal Andrés Avelino Cáceres, el hombre salido de las entrañas de Huamachuco y la regia gesta de La Breña que con poco se impuso en esa tríada Pucará-Marcavalle-Concepción ante el infausto invasor sureño, al punto de ser bautizado como El brujo de los Andes por el propio enemigo. De agradecer eternamente la inmolación al Caballero de los mares, Contraalmirante Miguel Grau Seminario en su indetenible Monitor “Huáscar”, faenando pese a las circunstancias numéricas adversas en ese océano que sólo él conocía como un Zeus y, no obstante, fue también un Titán de espíritu en la solidaridad frente al rival chileno, caído en el combate naval de Punta Angamos de 1879; y cómo no, al viejo soldado, el que a despecho del retiro obligado del ocaso, volvió para ser el primero en la línea de la pelea del terruño. Honor y gloria al Coronel Francisco Bolognesi Cervantes, el que supo allá en lo más alto del morro de Arica blandir el pabellón de guerra bicolor y disparar hasta quemar su último cartucho.

Pensemos en lo alto que llegó el nombre del Perú con la hazaña de los Alpes en 1910 encarnada en el intrépido y juvenil aviador Jorge Chávez Dartnell, en su pequeño y frágil monoplano Bleriot. ¡ Arriba, más arriba y siempre arriba !
   Levantemos altivas nuestras voces broncas,  cual Páginas Libres, de ese iracundo peruano ejemplar, Don Manuel Gonzáles Prada.
   Enorgullezcámonos de la universalidad que nos heredó el alma india y poética, el inmortal César Vallejo con  “Los Heraldos negros”.

   Entendamos de una buena vez que se puede ser pobre pero más digno aún, tal como nos legara el juglar Felipe Pinglo Alva en su vals “El plebeyo”. Cómo no también, siendo humilde y morena, ser toda una dama de porte, garbo y donaire que bien supo desde el puente a la alameda eternizar Chabuca Granda Larco con ese otro himno que bien pudiera ser “La flor de la canela”.

   Aplaudamos de pie una y otra vez el desprendimiento sin par que demostró nuestro gran cañonero de todos los tiempos: Teodoro “Lolo” Fernández Meyzán, no dejándose seducir por la vanidad del dinero y defendiendo solo al Perú y a su “U” de toda la vida. Sepamos que de estas tierras salió también un negrito carismático que hizo de su fútbol cimbreante algo tan mágico y brillante que hoy sigue siendo el mismo “Nene” Teófilo Cubillas Arizaga de aquella gesta inolvidable de México ’70.

   Si de mujeres se trata, sólo baste decir que las parimos de la categoría de Juana Alarco de Dammert, Clorinda Matto de Turner y Mercedes Cabello de Carbonera, entre otras tantas más ¡ por seguro !
 Mujeres de genio, temple, moral y virtud sin igual comprometidas con la justicia y el desarrollo de su género en predios de la educación, literatura y periodismo combativo, ciertamente ajenas de las veleidades del ufano poder.

   Estaremos en breve en este 28 de Julio, apenas a tres años del Bicentenario, del saber hacer respetar nuestra memoria colectiva o, por el contrario, haber caído en la terrible amnesia de un país perdido, en los extravíos del oscurantismo de unas gentes que jamás terminaron de cuajar como nación.