El sentido del sinsentido

El sentido del sinsentido

2018-06-20 Desactivado Por ElNidoDelCuco

Una fotografía más, un simple retrato de la Patagonia profunda de los barrios, con el sentido de tantos sin sentidos que algunos construyen y que otros otorgamos.

 Desde los arrabales andinos.

Por Sergio Di Bucchianico

EL SENTIDO DEL SINSENTIDO

           

         Cae la nieve con su manto impiadoso de blancura y resignación. El barrio de a poco adquiere características paisajísticas siberianas que determinan encierros involuntarios e interrupciones laborales que presagian un destino inexorable de carencias.

Cae la nieve sobre las precarias casas con su gélido y aterrador esplendor, desbastando voluntades y esperanzas en la periferia de una ciudad tan hermosa como siniestra, de pintorescas vistas y desigualdades cada vez más acentuadas.

Mate y tortas fritas constituyen una alianza mucho más efectiva -para palear la incertidumbre- que las electorales, tan efímeras como inútiles. Tan cercanamente lejanas de las barriadas.

Bariloche acumula algunos privilegios bajo la solapa del traje turístico confeccionado a la medida de ciudades europeas y en los intersticios invisibles o negados de la imagen, laten realidades que parecen ancestrales: el boleto mínimo de colectivo de casi veinte pesos, sobrevalor de las mercancías en un treinta por ciento –a veces mas- con respecto al norte del país, violencia institucional, alcoholismo sediento de bienestar, mil pesos el metro de leña (que con suerte dura una semana), mano de obra ocasional bien flexibilizada y unos cuantos etcéteras congelados en una vida cotidiana de vulnerabilidades aceptadas.

Recortes de una realidad ubicada en las márgenes de un cuerpo social que se deshilacha con penas y sin gloria, donde los nexos vinculares entre los órganos, las gandulas y las células de ese cuerpo son el sálvese quien pueda, el primero yo, la salida individual y la ceguera política increíblemente alimentada por ambiciones partidarias.

Cae la nieve, majestuosa, silenciosa, hidalga. Y los apetitos depredadores de algunas fieras enjauladas comienzan a desplegar sus ansiedades: artificiales, fabricadas y funcionales.

El barrio que en un pasado no muy lejano fuera espacio de encuentros, organización y posibilidad de poderes populares, hoy es un miserable campo de batalla, donde se disputan posesiones de tesoros mezquinos, carísimas baratijas que la modernidad dispone para que el mercado siga marcando el ritmo cardiaco de ese cuerpo cada vez menos neuronal, y donde acaso la guerra de pobres contra pobres constituya el sentido de un sinsentido, parido por esa madre joven que algunos llaman post verdad.

El gran sociólogo alemán Max Weber afirmaba que “la sociología es una ciencia que pretende entender la acción social. La misma, es aquella que se realiza en un sentido pensado por él o los actores y que se refiere a la conducta de otros. Toda acción que realiza un individuo tiene ciertos requisitos, sostenía Weber: 1) El actor le otorga un sentido a la misma y 2) Dicho sentido se remite a otro”. Además define al poder como “la posibilidad de imponer la voluntad dentro de una relación social”.

Ahora bien, si los postulados del gran sociólogo alemán fueran los acertados, es decir que cada acción realizada conllevaría el sentido que cada individuo le otorgaría en función de los demás, deberíamos pensar que la trama vincular construida entre los sujetos que integran un grupo social yace anclada hoy, en el concepto del enemigo, anidado en las relaciones familiares, vecinales, deportivas, interbarriales, etcétera, y cuyo resultado palpable seria justamente la violencia social, que no es lucha de clases, sino guerra de pobres contra pobres.

Entonces en ese caso estaríamos ante un panorama bastante desalentador a la hora de pensar un futuro de igualdad y fraternidad, pues como sabemos cualquier guerra deja consecuencias devastadoras en términos no solo materiales, sino en las subjetividades tanto individuales como colectivas.

Por otro lado el autor de “La ética protestante y el espíritu capitalista” sugiere que en toda relación social encontraríamos la presencia del poder imponiendo la voluntad, de lo cual se podría inferir que al fin de cuentas, pareciera ser que los vínculos humanos en diferentes contextos históricos serian siempre, nada más que una cuestión de poder. Por lo tanto pensar el poder seria también pensar en los modos, maneras y formas que los sujetos adoptan para relacionarse, elaborando los sentidos de acuerdo a la voluntad que ese poder implanta.

Tal vez estos tiempos, donde reina la moral de la depredación, sean la consecuencia inevitable de los vínculos existentes entre el campo popular y los sectores del privilegio. Uno aceptando pasivamente los sentidos impuestos por los otros, incapacitado de generar nuevas formas de relación que constituyan novedosos núcleos de resistencia. Y los segundos perpetuando su dominio milenario en la generación de universos simbólicos cada vez más complejos que parecieran tener la virtud perversa de la permanencia.

 Cae la nieve y con ella la tarde se desvanece, las calles del barrio se mimetizan con el resto del paisaje absolutamente blanco y las luces otrora mortecinas parecen hoy mas potentes; como desafiando estoicamente el poder del invierno que se viene, sus destellos desenmascaran las trampas de la noche. Solo algunos perros deambulan en la búsqueda vana de algún descarte que sirva de alimento, y un vecino de paso lento y cansado avanza como haciéndole retranca al viento, como si ello fuera una revancha repetida que reaparece invierno tras invierno.

Una fotografía más, un simple retrato de la Patagonia profunda de los barrios, con el sentido de tantos sin sentidos que algunos construyen y que otros otorgamos.

 Domingo 10 de junio, 2018

Desde los arrabales andinos, Sergio Di Bucchianico.