UNA BALA PARA TODOS

UNA BALA PARA TODOS

04/04/2020 Desactivado Por ElNidoDelCuco
















Por ENRIQUE SIMNS

“Macbeth: —Siniestras torvas, misteriosas brujas, negros fantasmas de la medianoche ¿qué estaís haciendo?

Brujas: —Algo que no tiene nombre.”

El director de cine documental, Jorge Prelorán, hace ya muchos años tratando de ilustrar la diferencia que encontraba entre pueblos etnocéntricos y egocéntricos citaba el siguiente supuesto; si en Buenos Aires en una función teatral para niños se produce un incendio, un padre entra desesperado a rescatar a su hijo. En Amsterdam, en cambio, ese padre entra a rescatar al primer niño que encuentre porque tiene la certeza de que otros se están haciendo cargo de salvar al suyo. Esa es la mentalidad etnocéntrica, donde el ego está extendido y difundido hacia las vecindades más lejanas de la propia existencia. En los pueblos egocéntricos, por el contrario, no existe tal extensión y los impulsos del amor así como las nociones de responsabilidad apenas ocupan unos tramos en el confuso derredor del sujeto.

Un holandés es un pirata depredador fuera de sus fronteras, pero un hombre generoso dentro de ellas; un argentino, con fronteras que sólo incluyen a familiares y amigos, es capaz de depredar en su entorno inmediato. Recuerdo también la expresión que dio el empresario Daniel Grinbank, sobre los motivos por los cuales jamás hubiera asistido al legendario festival de Woodstock: 300.000 personas defecando y orinando durante tres días tienen que haber producido aproximadamente un millón de kilos de excremento y algo más de dos millones de litros de orina. “Yo preferiría estar muy lejos de toda esa fetidez”.

Hay una cierta certeza en esa mirada industrial que visualiza  al hombre como una fábrica elaboradora de materias primas, un complejo tubo que introduce, transforma y expulsa sustancias y estímulos heterodoxos. Pero así como resulta conmovedor el ejemplo holandés de Perolán, hay algo desalmado, sin vida, helado como un teorema, esas afirmaciones de Grinbank. Los hombres que repudian los hedores que produce el sufrimiento o la alegría de sus congéneres. ¿Quiénes son? En la evidencia continua que tenemos sobre la existencia de los desalmados, nacen las más convincentes teorías sobre el ma: un malvado es un tipo sin alma, un individuo que no registra el ánimo, que no lo sensibilizan los humores animales de sus congéneres. Siempre sospeché cierto grado de malevolencia  en todos aquellos individuos que ocupan los lugares de poder en las instituciones. Tener poder siempre implica una capacidad de impiedad para actuar, algo así  como volar en un avión sobre los hechos cotidianos y observarlos en un abstracto conjunto y no en su siempre dolorosa particularidad. Hay distintos grados  de malignidad. En estos tiempos, no caben dudas que ese poder a sido acumulado por la voracidad de los sujetos más peligrosos que tengamos memoria. Ni siquiera los militares contaron con la impunidad que brinda el consentimiento de los propios ciudadanos para ser depredados. Y con esa siniestra impunidad actúan nuestros actuales gobernantes. El crimen hacia los postergados del sistema no es una noticia. Son eventos descarnados que atraviesan la tinta de los diarios y la imagen siempre fresca de los noticieros televisivos. Habitualmente las noticias tienen como función congelar las reacciones que el evento narrado provoca en el sentir colectivo. Las noticias suelen ser la enunciación pasiva de un decreto, una pincelada más de miedo en el paisaje del horror en el que nos hemos habituado a existir, tratando de no sentir los escalofríos que produce ese horror al recorrer la espina dorsal de la comunidad. Las empresas editoriales se asemejan al Estado. Los mandatos económicos que gobiernan la mayoría de los medios masivos, tergiversan la función esencial para los que han sido creados: las noticias no son más que la reproducción masiva de los eventos que generan individuos, y por tanto, ese continuo relato que la comunidad hace de sí misma es la que deben reflejar los medios.

El periodismo es el sistema inmunológico más eficaz para proteger a los ciudadanos cuando la administración gobernante muestra signos de corrupción, y su política económica va dañando de forma irreversible el tejido social: ya que no son los diputados, ni los senadores, ni los jueces, ni los intendentes, entonces han de ser los periodistas quienes conserven a ultranza su autonomía de opinión y de trabajo con respecto a los mandatos de la empresas que los contratan. 

¿No nos olvidaremos? Dice Borges: No es posible olvidar, sólo es posible ser olvidado. En la conciencia individual, un hecho traumático produce un complejo sistema de asociaciones reflejas que intentan cicatrizar la herida psíquica. Esta conciencia también tiene la capacidad de no producir la cura, de olvidarse de la misma. El tiempo mostrará inevitablemente la infección que va reproduciendo en el psiquismo la peste del olvido. Pero el recuerdo no es un puro acto mnemónico sino que se traduce en conductas activas. Hace ya muchos años que se incendian a nuestro alrededor las vidas de muchos desconocidos. No más asesinados. Tampoco más pendejos masacrados en las villas por la autoridad policial. De no producirse ese despertar de la conciencia colectiva, de no correr todos para salvar a cualquiera cuando el incendio se produce, entonces, los asesinos estudiarán atentamente nuestras reacciones y volverán por quien les convenga y cuando les venga en gana.

 

Publicado en Cerdos & Peces, Nro 50 (1997).

  

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