DESCARTES, EL GENIO MALIGNO

DESCARTES, EL GENIO MALIGNO

04/04/2020 Desactivado Por ElNidoDelCuco
















Por ANDRÉS GARCÍA

           Con el Renacimiento (siglos XV y XVI) muere la era medieval, en donde el poder de la iglesia, la autoridad y la educación escolástica había estancado a la humanidad en tradiciones vetustas e inquisiciones sangrientas. El siglo XV vuelve a entronar a la Razón y la lógica por sobre la tradición y las creencias. El hombre asume su papel protagónico y una explosión creativa atraviesa todas las artes y ciencias. El mundo deja de ser el centro del universo, la tierra deja de ser plana, un nuevo continente aparece en escena, Copérnico patea el tablero y casi lo fríen en la hoguera, Leonardo da Vinci recrea el arte y las ciencias y Newton revoluciona la Física.

Esta nueva autonomía liberada necesitaba un nuevo método y nuevo fundamento que ordenara y legitimara este cambio rotundo.

Aquí es donde aparece René Descartes, considerado el primer filósofo moderno, ya que con él nace un nuevo método y fundamento, no solo para la filosofía sino para la ciencia toda. La filosofía antigua (Griega) tenía como fundamento de todo lo que existe a la Sustancia y el método dialéctico; la filosofía medieval (cristianismo) a Dios y la escolástica. Con Descartes el fundamento va a ser, por primera vez en la historia, el Sujeto, y la fenomenología como método.

 

EL ORIGEN DE LA MATRIX

Descartes publica en 1637, de forma anónima, “El discurso del método”. Allí critica duramente la educación escolástica que había recibido de chico, y nos invita al mejor estilo Sócrates, a la Duda Metódica, es decir, a dudar de todo, exclusivamente de aquello que nos han enseñado. Todo lo que nos dé un solo motivo de duda hay que descartarlo y solo aceptar ideas claras y distintas, para fundar desde nuestra propia experiencia los pilares del conocimiento verdadero.

Para poner en práctica su método, en 1641 escribe “Meditaciones Metafísicas”, obra fundacional de la modernidad. Incluso su estilo, en sentido literario, es original, ya que narra en primera persona las distintas fases de sus meditaciones, cosa nunca vista en textos filosóficos o científicos.

Lo primero que va a destruir Descartes como soporte o fundamento de la verdad son los sentidos (siempre devaluados en la historia de la filosofía). Para esto va a recurrir a un argumento muy fuerte y original: los sueños. Solemos tener sueños de una vivacidad y realismo que cuando despertamos quedamos desconcertados. En los sueños podemos sentir olores, sabores, dolor, incluso tener relaciones sexuales (el ejemplo es mío) y poluciones nocturnas, sin que nada de ello ocurra mientras dormimos acostados en nuestra cama. Es Matrix diríamos hoy. Con esta hipótesis podemos descartar como real o verdadero todo el mundo exterior e incluso nuestro cuerpo. No hay ninguna evidencia certera de que todo eso existe, podría estar soñándolo o conectado a una realidad virtual.

Quedan las ciencias exactas, como las matemáticas o la geometría. Dos más dos es cuatro y un cuadrado no puede tener ni más ni menos que cuatro lados, esté soñando o esté despierto. ¿Pero qué pasaría si existiese un Genio maligno que me engañase todo el tiempo y me hiciese creer que dos más dos es cinco o que el cuadrado tiene siete lados? Esta hipótesis funciona pero es rara. El Genio maligno no es una idea clara y distinta y está metido como a la fuerza. Con el argumento del sueño alcanzaba. El mundo onírico no tiene estructura lógica, en los sueños puede pasar cualquier cosa, incluso que yo sume diez más diez y me dé veinticinco sin que me parezca erróneo el resultado.

Lo cierto es que Descartes llega a la conclusión de que no hay nada en lo que pueda creer como cierto y verdadero más allá de que mientras duda (piensa) existe. El pensamiento antecede a la existencia como fundamento. Yo pienso, luego existo. No hay nada que pueda hacerme dudar de que exista mientras pienso. El argumento es fuerte, poderoso. Es una idea clara y distinta, como exige el método, una verdad difícil de rebatir.

Esta es la idea que funda la Modernidad. La tierra deja de ser el centro del Universo para ser ocupado por el hombre. Dios deja de ser creador y garante de todo lo que existe para recluirse en la dimensión espiritual. Ya no nos preguntaremos más qué son las cosas, sino cómo es que las conozco. Cuáles son sus condiciones de posibilidad, qué leyes de la Razón regulan la Naturaleza y no al revés. Lo que Kant un siglo después bautizó como fenomenología. El tiempo y el espacio dejan de ser un problema de la naturaleza y pasan a ser estructuras trascendentales de la Razón, condición de posibilidad de toda experiencia. Las puertas del idealismo.

 

GENIO MALIGNO

La filosofía cartesiana se convirtió en ideología. Como idea política puso al hombre por sobre todas las cosas y convirtió a la naturaleza y al otro en un recurso. No hay humanismo posible (más allá de lo que diga Sartre) en un yo individual, que somete, explota y fagocita todo aquello que se le aparece como fenómeno (lo otro). Todo lo que se presenta ante el sujeto es un objeto. Tanto el mundo como el otro se cosifican. Están a disposición del sujeto.

Descartes se vanagloria de haber dudado de todo y haber llegado así a una verdad indubitable, fundamento de todo lo demás: pienso, luego existo. Se atrevió hasta de dudar de Dios en un momento en donde tiraban gente a la hoguera por mucho menos. Pero se olvidó de poner en duda el medio por excelencia que usa y abusa el filósofo a la hora de pensar y dudar: el lenguaje. ¿No nos engaña acaso el lenguaje como nos engañan los sueños y los sentidos? ¿No es una especie de Genio maligno que nos hace creer cosas que en realidad no son? ¿No nos engaña sobre nosotros mismos? ¡Hemos dudado hasta de Dios y el lenguaje ha quedado ahí sacándonos la lengua! Si naciéramos hablando podríamos decir que el lenguaje es algo innato, genético, viene ya con nosotros. Pero no. El lenguaje es un producto de nuestra cultura y como tal, es algo aprendido, heredado. Por lo tanto el hecho de hablar implica a otro. Ese otro está antes que yo. El Otro me precede. Es decir, el yo no puede ser fundamento de nada. Es un delirio gramático. A lo sumo podríamos decir junto a Descartes: se piensa, luego se existe. Todo de manera impersonal, como si el pensamiento no tuviese dirección (de un yo a un tu). De hecho Wittgenstein decía que no hablamos un lenguaje, sino que somos hablados por él.

Este delirio gramático encarnó junto al capitalismo la ideología individualista en una cruzada contra todo lo otro. La separación de mente y cuerpo propulsada por esta filosofía cartesiana nos descarnó de la naturaleza, y creó las condiciones óptimas de depredación y contaminación. El mundo en su versión mecanicista y el hombre en su versión espiritual son como dos piezas de rompecabezas que no encajan y que quieren ensamblarse a la fuerza. El hombre quiere tener la naturaleza a su disposición sin condiciones, al mejor estilo bíblico del Génesis, en donde Dios le entrega su creación al hombre para que este la someta.

Esta maldición cartesiana, en donde el yo impone su verdad con arrogancia mientras que el otro es fuente de toda duda y representa a la vez un recurso para su propio beneficio, es difícil de exorcizar. Estamos poseídos por este Genio maligno del egoísmo que nos presenta al otro como una amenaza. Encerrados en esa coraza fundamentalista, el odio y la venganza se vuelven pandemia, y la sangre llena ríos y mares sin que nadie suelte una lágrima.

Como en las viejas historias homéricas, nos han conquistado con un hermoso regalo, un Caballo de Troya de verdad resplandeciente que metimos en nuestra cabeza, y que estaba lleno de enemigos. Ni la ardiente belleza de Helena pudo detener el saqueo ignominioso que empezó con un delirio gramático.

  

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