GUY DEBORD – El mundo como espectáculo

GUY DEBORD – El mundo como espectáculo

05/11/2019 Desactivado Por ElNidoDelCuco

 

 

 

 

 

 

 

 

Por FACUNDO GARCÍA

1967 fue el año bisagra del siglo XX. Fue el año del verano del amor. Fue el año del Sgt. Peppers y el estallido de la psicodelia. Fue el año donde empezaron las protestas por la participación de EEUU en Vietnam y la sublevación de la comunidad negra en Detroit que dejo un saldo de 43 muertos. Y ese año salió editado en Francia La sociedad del espectáculo, y desde entonces no ha dejado de ser un libro reverenciado como un lúcido retrato del totalitarismo oculto en el capitalismo, y al mismo tiempo defenestrado como un panfleto totalitario. Lo cierto es que su autor lo considero el “libro definitivo” y fue el responsable del clima, el ambiente, la atmósfera de lo que iba a pasar 1 año después en el Mayo Francés. Guy Debord fue su autor y fue el hombre que creó la última vanguardia del siglo XX y que, como nadie, vio el futuro que nos esperaba.

LA INTERNACIONAL SITUACIONISTA

“Dime qué situaciones has vivido y te diré quién eres.

 Dime qué situaciones has creado

y te diré cuánto has contribuido”

 

            A Guy Debord le importaba poco que su libro se entendiera. Si bien lo consideraba un libro-denuncia, su intención era “no dejar el plan demasiado claro”, ya que había verdades encriptadas peligrosas de leer para el mundo actual, por lo cual había que evitar que se difundiera demasiado entre los lectores equivocados. La sociedad del espectáculo nunca fue un libro de teoría, sino un pequeño manual de batalla para salir a la calle a fines de los ’60; una verdadera anti-moda que después de una década relegaba a Sartre y Les temps modernes a la intelectualidad oficial de la época, dejando la tarea “verdaderamente revolucionaria” a la fusión propuesta por la Internacional Situacionista. Para algunos, ésta era la última vanguardia artística del siglo XX; para otros, en cambio, estaba “más allá” de cualquier noción de vanguardia –constituyendo así, por ende, el fin de toda vanguardia.

La Internacional Situacionista surgió en 1956 durante un encuentro en Alba (Italia). Fue entonces cuando ocho artistas procedentes de distintas vanguardias (la Internacional Letrista, la Bauhaus Imaginista y el grupo CoBra, entre otras) se fusionaron, difundiéndose en muy poco tiempo en ciudades como París, Milán, Bruselas, Los Ángeles y Londres. En la Internacional Situacionista tomaron parte arquitectos, pintores, escritores, cineastas, etc., cuyo punto de unión fue una actitud crítica al capitalismo tardío de postguerra (en palabras de Debord, en su período “espectacular”) y el deseo de crear un órgano abierto y multidisciplinario; éste tendría como centro la creación de “situaciones”, la posibilidad de producir un arte verdaderamente político y de mantener viva la discusión con los referentes ideológicos y culturales que los inspiraban o que rechazaban: la teoría de izquierda (Marx, Lukács, Lefebvre), las vanguardias artísticas (dadaísmo, surrealismo, futurismo, entre otras) y las manifestaciones artísticas en general.

Entre 1958 y 1969 sus discusiones y propuestas fueron recopiladas en la revista Internationale Situationiste, que llegó a contar con 12 números, y en la cual Debord adquirió un gran protagonismo, estableciendo las estrategias, giros y líneas generales del movimiento… Si es que cabe hablar de tal cosa, porque si algo definía a la Internacional Situacionista era su rechazo absoluto a crear un movimiento masivo, al fin y al cabo, representaban a la vanguardia. Muy por el contrario, nociones como “situación” o “situacionismo” refieren a la confrontación – finalmente individual – del arte con la vida, ahí donde el arte ha pasado a ser una estetización de la vida, y ésta una mala caricatura de la utopía artística (en este sentido, lo peor que podía ocurrirles a las propuestas artísticas de la Internacional Situacionista fue, justamente, aquello que finalmente sucedió: terminar en la historia del arte como objetos autónomos, y no como consumaciones totales que tendiesen a disolver el arte).

Dentro de las operaciones estéticas de producción de obra realizadas por la Internacional Situacionista destacan el reciclaje, el collage, el establecer tensiones entre palabra e imagen, dando a la primera un rol fundamental, y en general, operaciones destinadas a apropiarse de los productos culturales del capitalismo tardío (cómic, publicidad, graffiti) y a re-convertirlos para su propio beneficio. Otro rasgo destacable de la Internacional Situacionista es la preocupación sobre la ciudad, que podría articulares en 3 niveles: La crítica al urbanismo, llamado “acondicionamiento del territorio”, nuevas proposiciones realizadas desde la arquitectura, relativas al “urbanismo unitario”; a partir de éstas Debord imaginó un París en estado fragmentario, visual y a la deriva, y la propuesta de experiencias “psicogeográficas”: trayectos y recorridos libres por la ciudad, que se encuentran en el límite de la performance y la intervención urbana.

La máxima situacionista, “la recuperación de la vida en un mundo que ha perdido el sentido”, no deja de tener ciertas reminiscencias existencialistas (por mucho que ello hubiese provocado el malestar de Debord), lo que en parte es entendible dada la gran influencia que poseían, en la época, filósofos como Sartre, Heidegger o Merlau Ponty. Los ecos de tal corriente filosófica no terminan acá, sin embargo, y tienen profundas consecuencias en ciertas nociones trabajadas en La sociedad del espectáculo, obra cúlmine de Debord, donde se intentará dar forma a una teoría total que diese sentido al situacionismo.

 

LA SOCIEDAD DEL ESPECTÁCULO

“El espectáculo es el capital en un grado tal de acumulación

que se transforma en imagen”

 

La crítica radical que desliza Debord en su texto es, aún hoy, difícil de asimilar. El libro intentaba ser una radiografía total del capitalismo avanzado, y su autor había encontrado un concepto esencial para definirlo: el espectáculo. Arraigado en lo más profundo del capitalismo, el espectáculo parecía ser un paso lógico dentro del sistema de producción del capital, donde las imágenes eran comprendidas como su extensión lógica. En el primer párrafo del libro, Debord entrega las primeras pistas de su tesis central, que reiterará y profundizará a lo largo de las siguientes páginas: “Toda la vida de las sociedades donde rigen las condiciones modernas de producción se manifiesta como una inmensa acumulación de espectáculos. Todo lo que antes se vivía directamente, ahora se aleja en una representación”.

El carácter radical de tal idea se encuentra en el hecho que Debord consagre al acto de representar una condición perversa. Sin embargo, ¿dónde comienza el “grado cero” del espectáculo? Para Debord, la respuesta apunta al surgimiento del cristianismo (una era post-mítica), y junto con ello, al origen de la producción de capital en un tiempo histórico y progresivo que da en llamar “tiempo irreversible”. El “tiempo espectacular” correspondería a la fase siguiente, en la cual ya no sólo estaría acordado en un falso trato la división entre tiempo de ocio y tiempo de producción, sino que además el primero sería el acuerdo perverso para mantener intacto el tiempo productivo. Este falso pacto encubriría, finalmente, la inexistencia del tiempo fuera de la producción, desde el momento en que la base de ese tiempo consumible es también producción e industrialización; con esto, el acuerdo entre imágenes y consumo resulta así equiparable al tiempo consumido de una vida inactiva, de una vida que ha vendido su tiempo vital al precio del capital. En la fase espectacular de la sociedad las imágenes han sido desbordadas por su mediatización y han “objetivado una visión de mundo”, o un ordenamiento y fragmentación de los campos de saber donde cada cosa es relegada a su propio lugar: la separación consumada.

Después de su suicidio en 1994, y luego de décadas como objeto de culto desconocido o ignorado (La sociedad del espectáculo podía verse circulando en circuitos universitarios o políticos, o publicado en fragmentos en algún fanzine punk). El estallido en torno al libro y a su autor fue desmedido, perjudicándose con ello los análisis y aproximaciones a sus teorías. En la obra de Debord no hay espacio para parodias o estrategias de resistencia, ni tampoco para poner en duda sus propias teorías. A su vez, tampoco hay análisis metodológicos que puedan hacerse cargo del tamaño de éstas (aunque han originado corrientes completas de investigación). Quizás todo esto constituya un signo de aquello que acusa Debord: una fragmentación o institucionalización del saber, la exigencia de una jerga académica que es sólo reproducción del espectáculo o el no cuestionamiento de algo moralmente incuestionable: lo perverso del capitalismo en su fase actual.

Sin embargo, La sociedad del espectáculo no es un libro fácil de olvidar ni de descartar. En su núcleo argumental encontramos reminiscencias del pasado (filosóficas, teológicas, sociológicas) y repercusiones importantes en el pensamiento contemporáneo. Para entender esto, sin embargo, debemos revisar algunas ideas más. Así, en el apartado 18, Debord entrega una clave de lectura: “El espectáculo como tendencia a hacer ver a través de diferentes mediaciones especializadas el mundo que ya no es directamente comprensible, suele encontrar en la vista el sentido humano privilegiado, como en otras épocas fue el tacto; el sentido más abstracto, el más mistificable corresponde a la abstracción generalizada de la sociedad actual”.

Debord nos lleva a otro problema, y de la constatación de un hecho (la circulación de imágenes, la industrialización del espectáculo), nos formula otras preguntas: ¿Cómo estamos mirando? ¿Qué consecuencias posee a nivel del conocer esta forma de mirar? A este respecto, el destacado crítico de cine Serge Daney comentaba, a propósito del ambiente reinante en Cahiers du cinema en los ’60: “Un libro que hablaba con desprecio del devenir espectáculo de todas las cosas decía que el mundo estaba destinado a la ironía de los cambios y simulacros. Se hablaba de ‘sociedad del espectáculo’, aún no de medios”.

La palabra, el concepto que Debord nos deja de “Espectáculo” viene a hacer hincapié en la des-naturalización de una mirada ya mediatizada, ya tecnologizada, donde el referente se ha dado a pérdida pero que, por algún motivo a sospechar, los mass media tienden a esencializar, a naturalizar, a objetivar. Y aunque Debord aspira a que hubo algún momento en que esto no fue así (nótese en la cita ese mundo que “ya no” es directamente comprensible), podemos hacer ver que hoy, en la producción de pensamiento, la tarea de denunciar tal estado de las imágenes y – junto con ello – establecer una crítica de la mirada, se ha vuelto algo necesario.

 

EL ESPECTÁCULO AHORA SOS VOS

 “El espectáculo representa

el modelo dominante de vida”

 

La intervención callejera, las famosas pintadas en las paredes, el tomar la ciudad y perderse en ella sin ningún plan, la frase “La imaginación al poder”, todo el Mayo francés parece una gran performance situacionista. Por supuesto, el sueño duró poco y hoy se utiliza el término “izquierda caviar” para denominar a todos esos revolucionarios de mayo del 68 que ahora han sentado cabeza, tienen puestos de responsabilidad y sueldos poco o nada revolucionarios. Esa izquierda caviar es tal vez la cara más llamativa y vergonzante de quienes dieron la espalda a lo de buscar la playa bajo los adoquines o abolir el trabajo alienante, pero no son los únicos: de alguna forma, todos nos hemos convertido en parte de un espectáculo construido a base de likes que ni el mismísimo Debord podría haber imaginado, aunque sí profetizó en La Sociadad del Espectaculo, como íbamos a pasar de  criticar el entretenimiento vacuo como divertimento a convertirnos nosotros en el propio espectáculo del siglo XXI.

Ya los Estados no tienen necesidad de invertir millonarias sumas en vigilar la sociedad. Hoy, un like, un comentario que satisfaga nuestro ego o un retuit que nos haga creernos relevantes por unos segundos, y listo, ya todo el mundo tiene acceso a todo lo que hacemos, cómo, dónde y con quién. Nos hemos convertido en ese espectáculo del que el situacionismo se mofaba. Instagram, con su billón de usuarios mensuales y sus nano, micro y macroinfluencers es un escaparate de consumo: #miraloquecompro, #miraloquecomo, #miraloqueconsumo, #miracuántoviajo.

Google Maps ha terminado para siempre con la posibilidad de un mapa psicogeográfico: el espacio ya no se puede recortar ni fragmentar, ni siquiera se puede engañar a la geolocalización. Twitter podría haber sido un espacio maravilloso para escupir aforismos y máximas contra el sistema, pero se ha convertido en un lugar en el que nos tomamos muy en serio a nosotros mismos y Facebook es un escaparate de vidas perfectamente heteronormativas en la que presumir de hijos y vacaciones. Las redes podrían haber sido herramientas maravillosas para impulsar esa revolución desde dentro con la que los situacionistas nos hicieron soñar. En su lugar, las hemos convertido en herramientas de marketing, y nosotros, en puro espectáculo y bien de consumo: hemos cambiado los adoquines por los likes.

  

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