CON LOS DÍAS CONTADOS
13/12/2023 Desactivado Por ElNidoDelCuco
Por PABLO TASART
El alemán se suena la nariz. Tiene los ojos llorosos y una congestión total. A Kassler, si bien se le nota el conurbano en cada una de sus historias y comportamientos, le encanta que le recuerden el origen germánico de su apellido. Entre tantos Rodríguez y González tras las rejas, él se siente especial.
“Si, hay una peste dando vueltas, pero no es solo eso profe”. Me explica desde el primer banco mientras intenta ordenar su carpeta. “Acá el tema es que muchas veces te tenes que ir a bañar con tan solo la toalla. Porque si no se salpican y se te moja la ropa. Es para evitar roces al pedo. Ya no tenemos 20 años”.
El alemán comparte banco y muchas veces trabajos y tareas escolares con Jansen, un flaco, alto, morocho y bien canoso que a pesar de su apellido nada tiene de europeo. “El galán incaico” lo llaman, no solo por su origen sino además por sus buenos modos y elegancia al vestir.
Jansen camina arrastrando los pies y ligeramente encorvado. Al igual que Kassler tiene alrededor de 50 años, y también parece más. Habla casi en voz baja, como para pasar desapercibido. Se sabe un extraño en este lugar y sus compañeros se lo hacen sentir. Sin embargo, entre casi susurros, su cara se le ilumina cuando alguien le consulta por su Arequipa natal. Entre “chaufas” y “anticuchos” viaja por un momento a sus orígenes.
Pero no siempre fue así, no siempre los viejos se mantenían casi ocultos en la vida carcelaria para evitar problemas.
Hace pocos años, Condorito reflexionaba siempre en voz alta. Era quien casi siempre captaba mejor los conceptos de las materias y trataba de trasmitírselo a sus jóvenes compañeros, cada vez más numerosos en los pabellones. El panóptico lo deslumbró. Pero no la aplicación a su contexto de encierro que tanto conocía, sino afuera, en esa vida a la que nunca renuncian a pesar del intento social de mantenerlos aislados. Reflexionaba en voz alta y decía: “porque claro que nos tienen vigilados. Pero no con esa boludez de la tarjeta SUBE. Ellos ya saben quiénes somos pero a partir de nuestros consumos y de las redes sociales. Así es como de repente te llega una oferta de pañales. Claro, saben que tenes un bebe porque ya compraste el chupete y la mamadera. Y así nos tienen verdaderamente presos, pero del consumo”.
Condorito también contaba anécdotas personales. Una vez seseando por la repentina falta de algunos dientes se refirió a las fuertes discusiones que había tenido con su hija mayor. De repente se tocaba la costura de unos puntos en la cabeza recién dados y contaba que la chica pegaba portazos y le recriminaba los años de soledad a causa de sus reiteradas condenas. “Yo le decía que todo lo había hecho por ellas para que no les faltara nada. Y ella me decía: ¿Quién te dijo que nosotras necesitábamos todas esas cosas? Nosotras queríamos que estés en casa”, cuenta; levanta la mirada y cierra: “Claro, nosotros preocupados por mandarlas a las mejores escuelas, por comprarles las mejores pilchas y ellas lo único que querían era tener a su papá”.
Y cuando parecía que todo iba indefectiblemente para el lado melodramático uno lo interrumpió: “¡Cóndor no se te entiende nada! ¿Qué pasó que perdiste los dientes?”. A lo que con una sonora carcajada respondió: “Y sí. ¿Qué querés? ¡Si estos pendejos maleducados me hicieron el ataque piraña! Me cagaron a palos porque quise poner orden en el pabellón. Ahora estoy hecho un paria, me rajaron a la mierda y ni los dientes me quedaron”.
Entre risas contenidas a causa de una fisura en las costillas, el Cóndor aseguraba que las cosas ya no eran como antes. Hablaba de “códigos” y de “respeto”. En cada conversación sacaba el tema, hasta que un flaquito desde el fondo una vez lo cortó haciéndole recordar como las gloriosas antiguas generaciones violaban a los jóvenes recién llegados a la tumba.
Ávalos también era un tipo grande. Aseguraba que todos lo conocían en el oeste. No hablaba tanto de códigos pero discutía seguido con los más pibes. “Acá se las dan todos del “robo del siglo” pero seguro que más de uno cayó por sacarle una cadenita a alguna pobre vieja”. Y remataba: “En vez de ir a hacer mierda el Mc Donald’s del Obelisco hay que que dársela a la joyería que está ahí nomás. No se puede ser tan cabeza de termo. ¿Cómo le vas a robar a un pobre tipo que viene de trabajar?”.
Esa sorprendente conciencia de clase en medio de todo este contexto, alguna vez encontró explicación contando una anécdota de los 80. Un dato que no le movía un pelo a ninguno de sus compañeros pero que a él lo enorgullecía. Nada espectacular, pero aseguraba haber conocido a Luis Zamora militando en el M.A.S.
Hasta que otra cosa pudo más: “Es que la merca es muy rica profe”, explicaba con sonrisa pícara mientras se acariciaba el bigote, ante la obvia consulta de cómo había llegado a la cárcel.
El pelado Verón me busca entre los alumnos durante el recreo. Me quiere hablar antes de que lo reciba el director. Ya egresado vino a buscar unos papeles, pero quiere aprovechar para charlar. Casi sin dejarme hacer las preguntas de rigor, “quehacecomoteva”, me mira fijo y dispara: “Ya me di cuenta de todo profe. Ya no tiene que ver mas la familia. Quizás nunca fue eso. Pero ahora más que nunca no tengo excusas. El otro día los vi a mis hijos: estudiaron, son profesionales, tienen una familia. Ya no puedo decir que todo lo hago por ellos. Mire los años que tengo. ¿qué carajo hago acá sin disfrutar de mis nietos?
De casi ninguno de ellos supe nada más. Salvo algún encuentro casual, muy afectuoso, en alguna calle del conurbano, casi nunca sabemos nada más de quienes cumplen sus condenas y pasan por las aulas de las escuelas carcelarias.
De Cristian Golech tampoco sabía nada desde hace rato. No era lo que se decía un viejo, pero parecía de casi 70 años la última vez que lo vi. Estaba muy flaco, hasta más chiquito, muy diferente al gigante orgulloso que en aquel acto escolar cantó como diez veces seguidas el mismo tema de Fito Páez a pedido del público.
Amarillo por un cáncer de hígado nunca tratado, Cristian vagaba por la escuela en busca de terminar de una vez. Pero también estaba buscando alguna mirada piadosa o una voz de aliento.
Cristian no murió por viejo. Pero acá adentro se envejece bastante más rápido. Y mucho más si caes sin plata. Un resfrío puede complicarse hasta llegar a lo peor. Por eso Cristian no murió por viejo, tampoco de cáncer. Murió por preso y por pobre.
Porque las consecuencias funestas que puede traer la vejez, en definitiva, nunca tuvieron que ver sólo con una cuestión de almanaques. En contextos de encierro y afuera también.
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