LABERINTO DE MOEBIUS

LABERINTO DE MOEBIUS

17/06/2022 Desactivado Por ElNidoDelCuco

 

 

 

 

 

 

 

 

Por ANDRÉS GARCÍA

            Les traigo una mala noticia. No hay ideologías (en plural). Solo hay una. Según la definición de Roland Barthes, ideología es cuando la idea domina. Es decir, solo puede haber ideología “dominante” (lo cual es una tautología o redundancia) pero jamás ideología dominada (lo cual sería una falacia).

Al ser la ideología una idea que toma el poder, este se ejerce desde el lenguaje y se reproduce a través de la lengua. Este poder, el único, es fascista. Se impone culturalmente y estamos obligados a usarlo de determinada manera y no de otra. Desde la más tierna infancia somos entrenados y adoctrinados por el lenguaje. Y para ser socialmente aceptados debemos respetar estrictamente sus reglas o pagar las consecuencias. El sistema educativo se encarga muy bien de esta tarea. 

El lenguaje no implica sólo hablar o comunicarnos, sino aceptar y reproducir una cosmovisión del mundo que nos rodea. Desde la ley de la gravedad, hasta los valores morales y estéticos. Es lo que solemos llamar Hegemonía. Y no tiene que ver sólo con el conocimiento, en sentido científico, sino, y sobre todo, con el Juicio. Distinguir entre el Bien y el Mal, entre lo Bello y lo Feo, entre lo Verdadero y lo Falso. La arquitectura del Juicio es ideológica, y en ella se basan todos nuestros (pre)juicios morales, estéticos y científicos. La conducta humana está determinada, sujetada y constantemente vigilada por estos valores.

No hay manera de escapar de la red ideológica, no se puede pensar fuera de los valores hegemónicos, ni siquiera el marxismo o el anarquismo han podido. La trampa diabólica de este laberinto circular es la dialéctica. Artilugio perverso de la Razón que nos plantea que siempre hay valores contrapuestos, tesis y antítesis, y que poniendo a los dos en conflicto surge la síntesis. El Diálogo, panacea de la filosofía, es el medio por el cual nos ponemos de acuerdo cuando surgen los conflictos, que no son otra cosa que la puesta en escena de valores contrapuestos (contradicciones) que surgen de la misma ideología. El resultado de esto nunca va a ser algo que ponga en peligro a la ideología, sino todo lo contrario, siempre la afianza y la consolida.

El Comunismo, que fue la contracara del Capitalismo, no hizo más que afianzar y consolidar a este último. Su aparición y cuasi extinción del escenario mundial, tiene un efecto dramático sublime. El marxismo y sus derivaciones son la contradicción del capitalismo, no su opuesto ideológico. No tenemos idea qué sería el opuesto ideológico de todo esto. 

Podemos ver el esquema de la ideología desplegarse de la idea fija del fundamento, el anclaje metafísico de una causa primera. Así sea Creacionista o Evolucionista, el Ser tiene un fundamento, un valor y un sentido. Sea Dios, la Razón, el Estado, o cualquier cosa que justifique la naturaleza de las cosas como algo dado. Esta causa primera es, a su vez, el fundamento del Poder, ya sea por la gracia de Dios o el aval de la Razón. De esta manera el Poder impone los Fines supremos y justifica los medios. Así sea en el Comunismo como en el Capitalismo o Neoliberalismo, el esquema es el mismo. Por esto mismo una revolución no nos sacará de este escollo. Las revoluciones surgen de las contradicciones (dialéctica) y se resuelven a través de la violencia. El sistema de poder resultante será acorde al esquema ideológico de siempre. Recordemos que el mismo término “Revolución” implica volver al punto de partida. Ergo…

Nietzsche hablaba de subversión no de revolución. Es producir una crisis en el sistema de valores. Hacer temblar y crujir ese anclaje metafísico. Llevar al absurdo las pretensiones de objetividad. Poner todo patas arriba, burlarse del poder. Deconstruir el lenguaje, crear nuevas formas de ver y sentir el mundo, hablar desde el futuro, ser póstumo. Porque lo que no se entiende hoy creará nuevas audiencias, rompiendo los duros moldes del estereotipo, dejando sin efecto los horizontes de fines supremos que determinan la conducta de la manada. 

La creación de algo nuevo solo surge en un estado de libertad. El artista es un gran jugador del Lenguaje. Es libre jugando. No anda atado a nada, se permite todo, rompe formas y contenidos, corre los límites o los anula… nos hace ver y sentir de otra manera. No da respuestas, plantea nuevas preguntas, nos pone en crisis. Es parte del esquema, sí, pero sabiéndolo. Y lo confirma mostrándonos el truco de magia, los piolines de la marioneta. Por eso la subversión de los valores sólo puede venir de un acto creativo, libre de la rigidez del esquema ideológico y su parásito dialéctico. Es el camino a una transformación sin violencia. La violencia es revolucionaria, porque surge de la contradicción del esquema ideológico. El Arte no es revolucionario, es subversivo. Lo vemos siempre en las vanguardias. Artistas póstumos. Nuevas audiencias. Luego el sistema se ocupa de interpretar lo nuevo dentro de su esquema y decir que ha revolucionado esto o lo otro. El parásito corrompiendo y fagocitando todo.

 

Pero entonces, ¿estamos condenados a la resignación de lo inevitable? ¿El mundo es así, no se puede hacer nada? Otra cárcel de la ideología, quizás la peor de todas. Nada se puede cambiar. Son todos iguales. No podemos negar que hay una resignación social, y no podemos culpar a nadie por eso. Es una lucha desigual siempre en terreno enemigo. Pero mientras sigamos buscando la solución dentro de este esquema de valores vamos a seguir tropezando una y otra vez con la misma piedra. “Querer cambiar y hacer siempre lo mismo, es la definición de locura”, dijo Albert Einstein. Entonces estamos atrapados en un manicomio. El científico alemán aseguraba que la imaginación es más importante que el conocimiento en tiempos de crisis. Y la imaginación es la materia prima de cualquier creación artística. Suelen decir que de un laberinto se sale por arriba, pero de este, que no tiene entrada ni salida, no hay que salir, simplemente hay que hacer como los chicos cuando se aburren de algo: dejar de jugarlo jugando a otra cosa.

¿Entonces está en los artistas la tremenda responsabilidad de una transformación tan radical? Quizás la pregunta esté mal formulada. Ya se ha definido a la política como el arte de lo posible (o imposible). Como dijo Marx de la filosofía, la política también tiene la tarea de transformar la realidad y no solo de interpretarla. La política debe tener un rol creativo por sobre todas las cosas. Tiene que estar a la vanguardia del presente. Tiene que prender fuego todos los viejos manuales y deconstruir el tejido social que está encarnado al esquema ideológico. Hay que pensar a la política como una actividad artística, arrancándola así de cualquier juicio moral y metiéndola en la dimensión estética. Recordemos que en el artista está en juego la libertad y la belleza. Nada de buenos y malos. Una obra maestra se reconoce, no se justifica. Así debería ser la política también. Hay que ponerle punto final a la idea de “representación política”. Ya sabemos qué intereses representa. 

Hay que crear una nueva raza política. Con el Genio de un Miguel Ángel o Mozart. Con una Ética subversiva como la de Spinoza o Nietzsche. Con una imaginación digna de Einstein. Necesitamos creadores subversivos que pongan en crisis este sistema e inspiren a las generaciones futuras a la deriva de lo nuevo. Está todo tan bien atado que parece imposible. Pero lo imposible es la garantía de lo viejo. El ancla de la reproducción ideológica. Hay que romper las cadenas e ir a la deriva de lo desconocido, en busca de nuevos mundos, no aptos para cobardes ni conservadores. Una política del goce que no use más las armas del enemigo para el placer revolucionario, sino la imaginación creativa para la intervención, y la inter-versión de nuevas herramientas discursivas que dejen en ridículo viejos paradigmas.

Es un proceso largo que ya empezó con Nietzsche, Marx, Freud, Einstein, Foucault, Barthes, Derridá, Deleuze y tantos otros artistas de la deconstrucción. A esta lista habría que agregar músicos, pintores, escritores y artistas plásticos que intervienen en la subversión del goce. 

No sabemos cuál será el resultado, pero la crisis está en marcha.

  

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