DIVINA PROPIEDAD

DIVINA PROPIEDAD

08/12/2020 Desactivado Por ElNidoDelCuco

 

 

 

 

 

 

 

 

Por FACUNDO GARCÍA

Como sabemos, los antiguos tenían dioses para todo. Los griegos tenían en Hermes (Mercurio, para los Romanos) al dios de los caminos y protector de los viajeros. Pero si un viajero quería saber dónde terminaba una ciudad y dónde empezaba otra, el dios era Término, dios de los límites, protector de la propiedad privada y pública y hasta tenía su propia fiesta, Las Terminalias.

 

Cascote sobre Cascote

 

Abel: No me venga con día de guardar que usted se

      Pasa el domingo haciendo parecita con escombro.

Cascote sobre cascote.

Caín: ¡Marco! Mido y marco. Y delimito. Lo del uno y lo del otro .Lo suyo y lo mío. Esto no es trabajar esto es honrar a Tatita: marco lo propio. Divina Propiedad.

(Terrenal, pequeño misterio ácrata, Mauricio Kartun)

 

         Si usted era un viajero que recorría los caminos del imperio romano,  tenía la suerte de saber que todos los caminos conducían a Roma, porque esa era casi la única información que poseía para guiarse, ya que el concepto de señalar caminos como lo entendemos actualmente estaba muy lejos en ese entonces.  Lo que sí veía con frecuencia el viajero, sobre todo el caminante, eran hitos de piedra, mojones e incluso montones de piedras.

Esos montículos tenían como función marcar un territorio, señalar un lugar especial como la tumba de un difunto o delimitar un espacio. Se les llamó a estos hitos  “hermes” o “hermas” en griego antiguo ἕρμα , herma. Palabra que significa “roca, montón de tierra”.  También tenían una función protectora  o apartadora de todo mal (del griego ἀποτρέπω, apotrépō, “alejar, apartar”).  Estos mojones solían estar coronados con el busto o figura de Hermes.

Hermes es un dios de la mitología griega, hijo de Zeus y Maya. Es el mensajero de los dioses, el protector de los caminantes, el dios de los comerciantes y también de los ladrones. El griego Hermes se corresponde con el dios romano Mercurio.

 

Así que el mojón, el hito, el bloque de piedra representa al dios Hermes y por eso en el mundo antiguo son muy frecuentes estos mojones de piedra de forma cuadrangular acabados con el busto del dios Hermes, en ocasiones adornados con los genitales masculinos, especialmente con el falo o miembro viril como símbolo de fertilidad. Estos “Hermes” se colocaban a lo largo y en las encrucijadas de los caminos, a las entradas de las ciudades, en los límites y fronteras de las poblaciones, etc. Quizás tengan su origen en la costumbre primitiva griega y romana de formar montones de piedra en determinados puntos del camino; el viajero al pasar arrojaba su piedra al montón formulando un deseo. El hecho de que sean de piedra nos retrotrae a creencias y cultos muy antiguos en los que la piedra tiene un espíritu o valor religioso especial.

 

MARCAR LO PROPIO

Habiendo tantos dioses, es obvio pensar que algunos tenían tareas compartidas, y Hermes no es la excepción. En la cuestión de marcar los límites de las ciudades este dios es similar al romano Terminus. Ahora bien, sobre este dios bien vale alguna observación. Personificado y divinizado, es un dios romano que protege los límites, tanto de la propiedad privada como pública. Es esta una función esencial, porque en realidad lo que protege es la propiedad privada en sí misma. La tradición atribuye a Numa (Rey de Roma, considerado sabio y piadoso que, se comenta, tenía una relación directa y personal con un número de deidades)  la costumbre de colocar mojones para delimitar la propiedad, que queda protegida por Iuppiter Terminus, en cuyo honor se celebran el 23 de febrero, a finales del primitivo año romano, las fiestas Terminalia.

Por extensión la palabra  “terminus”, que ha pasado al español,  significa también límite, término de algo y territorio delimitado por términos (por ejemplo término municipal); e incluso la palabra que delimita un concepto (término lingüístico).

Junto al sustantivo existe el verbo “terminar” con el significado de poner fin o término a algo y los compuestos “determinar”  (fijar los límites o términos entre los que algo se encuentra en sentido real o figurado) y “exterminar” (acabar completamente, destruir, llevar más allá de los límites o términos).

 

Sin profundizar la relación que tienen las fiestas, actos y ritos con la necesidad de inculcar normas y establecer leyes sociales, las Terminalias tenían como objeto resaltar la importancia de la propiedad privada de la tierra. Así lo describe el gran poeta Ovidio en  un pasaje de su Fasti, en que nos describe las ceremonias y sacrificios con que era honrado este dios:

  

Una vez que ha pasado la noche, se celebra con el honor acostumbrado al dios que separa con su marca los campos de labor. Oh Termino, tanto si eres una piedra como si eres un tronco enterrado en el campo, tú tienes poder divino desde los días antiguos. A ti te coronan los dos dueños en los dos lados; a ti te traen dos guirnaldas y la ofrenda de dos tortas. Para ti se ha construido un altar: a él la rústica labradora en persona trae en un  roto tiesto de barro el fuego recogido del caliente hogar. El anciano corta leña, y con habilidad amontona los trozos cortados y se esfuerza por colocar las ramas en la tierra sólida: entonces aviva las primeras llamas con corteza seca; el muchacho queda de pie y sostiene en sus manos unas grandes canastas. Luego cuando arroja tres veces los frutos de la tierra en medio del fuego, la pequeña hija  extiende sus manos con los panales cortados. Otros sostienen los vasos de vino: uno a uno se arrojan en sacrificio a las llamas. El grupo, vestido de blanco, se queda mirando y guarda silencio. Término, en sus dos lados, es rociado con la sangre de un cordero sacrificado y no se queja cuando se le ofrece una cerda todavía lactante. Acuden los sencillos vecinos y celebran un banquete y cantan tus alabanzas, santo Término. Tú marcas los límites de los pueblos y de las ciudades y de los grandes reinos: sin ti todos los campos serían motivo de conflicto. Tú no tienes ambición alguna ni te corrompes por ningún oro, tú conservas con tu buena fe los campos a ti confiados. Si en otro tiempo hubieses marcado tú la tierra de Tirea (en Laconia) no hubieran sido enviados a la muerte trescientos cuerpos ni  Otríades hubiera sido elegido por una lluvia de armas.  ¡Oh cuánta sangre entregó a su patria! ¿Y qué pasó cuando se construía el nuevo Capitolio? ¿Acaso todo el grupo de dioses no cedió ante Júpiter y te entregó el lugar? Término, como recuerdan los antiguos, que se encontraba en el espacio sagrado, allí se quedó y comparte el templo con el gran Júpiter. Incluso ahora, el techo del templo tiene un pequeño agujero para que nada pueda verse por encima de él, excepto las estrellas. Término, después de esto no tienes una libre movilidad; permanece en el lugar en que has sido colocado. Y no cedas nada a tu vecino aunque te lo ruegue, para que no parezca que antepones un hombre cualquiera a Júpiter: y ya seas golpeado con la reja del arado o con el rastrillo, grita “este es tu campo, aquel el tuyo”. Hay un camino que lleva a la gente a los campos Laurentinos, reinos buscados en otro tiempo por el jefe Dardanio (Eneas): el sexto mojón, Término, desde la ciudad ve cómo se te hacen sacrificios con las entrañas de un lanudo cordero. Otros pueblos tienen una tierra marcada con unos límites fijos: pero el espacio de la ciudad de Roma es el mismo orbe del mundo.

 

Ovidio no fue el único en insistir en el carácter de garante de la propiedad privada que tiene Terminus. Tito Livio, en su libro de historia Ab urbe condita (Desde la fundación de la ciudad – naturalmente, Roma -), nos cuenta cómo cuando Tarquinio quiso construir el templo de Júpiter en el monte Tarpeyo tuvo que desacralizar y echar de allí a los dioses ya existentes en la zona y así se lo permitieron los augurios; pero hubo una excepción: allí había el mojón, el hito, Terminus, señalizando el lugar, y los augurios no permitían moverlo a otro sitio. Por eso la solución fue que Terminus compartiera el templo con Júpiter. La anécdota puede parecer inocente, pero no es así. En realidad está consagrando la inviolabilidad de los límites marcados por Terminus.

Ovidio nos dice claramente que el dios garantiza los límites y propiedad de cada uno de los campos a sus propietarios y que, sin él, el conflicto en el campo sería permanente.

En la Roma primitiva quien movía un mojón era considerado maldito y podía ser asesinado. Luego la pena de muerte fue sustituida por una multa. Esto es justamente lo que el texto de Tito Livio viene a remarcar:

Para que toda la zona del templo de Júpiter que se iba a ocupar estuviera libre de otros cultos, decidió  (Tarquinio) desacralizar las capillas y los terrenos sagrados, algunos de los cuales habían sido ofrecidos antes por el rey Tacio en el momento culminante de la batalla contra Rómulo y luego habían sido consagrados e inaugurados (en el sentido de recibir los augurios o bendición divina). Dice la tradición que, al comienzo de la construcción de estas obras, los dioses dieron  señales divinas para advertir la grandeza de tan gran  imperio, pues mientras que las aves (los auspicios) admitían  la desacralización de todos los  santuarios, no fueron favorables en el templo de Terminus.

Ahora se entiende mejor lo que el gran Ovidio expresó en sus versos. Los templos y capillas de los otros dioses pudieron ser desacralizados y movidos a otro sitio; el de Terminus, no.

Livio acepta la consecuencia de lo que el presagio y la aparición parecen certificar y que la tradición nacionalista romana viene repitiendo: que los límites del imperio romano, de la ciudad de Roma, serán fijos y eternos. Pero hay una segunda lectura de enorme importancia: lo que el relato certifica es que los límites marcados por Terminus son absolutamente inviolables, incluso para Júpiter, el padre de los dioses; nada hay por encima del derecho de propiedad que Terminus garantiza.

Este es un buen ejemplo del sentido práctico de los romanos, que afecta a toda su creación cultural. He aquí una creencia, un mito, un rito, con un sentido práctico y eficaz en la vida social: garantizar el derecho de propiedad del agricultor romano y evitar los conflictos. Vaya ingenuidad.

Por supuesto, el mito busca remarcar el destino trágico que tendrían aquellos usurpadores que se atrevieran a desafiar a Término. La fábula contada por Ovidio sobre el templo de Júpiter fue divulgada entre la gente del pueblo para demostrar que los límites de los campos son sagrados y que el usurpador que tuviese la audacia de cambiarlos debía ser entregado a las Furias, personificación romana de la venganza y el antiguo concepto de castigo. Las Furias perseguían sin piedad a los culpables hasta volverlos locos.

Omnipresente, el dios de la propiedad privada ya no requiere altares ni sacrificios, ni enviar Furias vengadoras a perseguir usurpadores.

 Las Furias de hoy son las leyes que rigen la Propiedad Privada.

  

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