REOS DE LA PROPIEDAD

REOS DE LA PROPIEDAD

07/06/2020 Desactivado Por ElNidoDelCuco

 

 

 

 

 

 

 

 

Por ARIEL STIEBEN

“LE DROIT BOURGEOIS EST LA VASELINE DES ENCULEURS DU PEUPLE”.

(El derecho burgués es la vaselina de los enculadores del pueblo), Francia 1968.

 

           Como han consensuado los criminalistas, el delito es aquello que es definido como tal: los especialistas en “crimen” reconocen que no saben de qué se trata. En efecto, la historia de la criminalística puede contarse siguiendo lo que en cada momento fue considerado delito y, por lo tanto, quién es el delincuente. Dado que el capitalismo se caracteriza por un feroz individualismo, los valores morales individuales son, entonces, la base de la teoría burguesa del crimen. Si alguien delinque es que carece de valores adecuados, lo que quiere decir que no ha internalizado el valor de la propiedad. Lo que deja sin explicar por qué alguien se convierte en delincuente.

Por supuesto que siempre habrá un cura que responda que todo es así porque Dios lo quiere y que finalmente un delincuente es alguien que carece de formación religiosa profunda. Como todo empieza de niño, el problema ha de estar en la familia; relaciones pre-matrimoniales, un divorcio o falta de piedad en la educación del niñito/a deben de estar en el origen de la conducta delictiva.

Fue la criminología positivista la que se encargó de dar una explicación científica apta para espíritus ateos. La criminología positivista buscó y dijo haber encontrado la base de la conducta criminal en la biología: nació el criminal nato. O sea, el tipo ya nacía así, criminal. Esta es una idea muy arraigada en la gente y que suele asomar en expresiones como “hay que matarlos a todos de chiquitos”. Bueno, eso es lo que hacen en Río de Janeiro, por ejemplo. ¿En la  Argentina? No, en la Argentina, no.  ¿No? La bonaerense, la policía de la provincia de Buenos Aires, es acusada permanentemente de torturas a menores detenidos en promedio con tres denuncias por día. ¡Ahh! ¡pero no los matan! No, claro: Walter Bulacio, Miguel Bru, Ezequiel Damonte…

Volvamos a lo nuestro. Como el tipo ya nacía delincuente, lo que correspondía era observar el medio que lo creaba y atacar allí las causas, porque una vez en la calle no había nada que hacer. Así, el positivismo criminalista, cuyo epítome fue la obra de Cesare Lombroso, desarrolló, por un lado, métodos para reconocer físicamente al delincuente y, por otro, programas de reforma social. La frenología (estudios de las formas del cráneo), la caracterología (estudios de los rasgos faciales) y otras ciencias por el estilo (cuyo grado de cientificidad se acerca al de la astrología o la ovnilogía) crearon tipologías de delincuentes según grados de peligrosidad. Tener las ojeras grandes, los ojos desorbitados, la frente huidiza y mucho pelo era ser candidato seguro a degenerado sexual, sicópata, asesino o algo por el estilo. El modelo perfecto, en Argentina, fue el “Petiso orejudo”, un joven probablemente desquiciado que asesinó a varios niños sin causa aparente y que fue condenado a Ushuaia de por vida. Así que todo el problema se resolvía con dar a cada policía un formulario con las características delincuenciales, deteniendo a quien encaje en el molde. 

Como el tipo nacía delincuente, otra vez, era necesario evitar que naciera. De allí, la reforma social para evitar que nacieran ‘anormales’. El higienismo, la puericultura, los consejos para madres, se transformaron en instrumentos de lucha. La mujer no debía trabajar, no debía tener sexualidad, el niño debía ser encorsetado para que creciera derecho. Los barrios pobres vigilados permanentemente y, si alguno se salía del encuadre, a la cárcel o al manicomio. El objetivo central de la criminología positivista era controlar a la clase obrera, algo que se nota apenas encontramos que el anarquismo o el socialismo eran considerados ‘enfermedades’.

Con el tiempo, la criminología positivista se desprestigió y otras escuelas ocuparon su lugar, como la teoría de las subculturas, el “labeling approach” e incluso tendencias anti-criminología. Todas varían en la forma en que conciben el origen del delito. Lo más interesante es la del labeling approach o teoría del etiquetamiento. Es la que reconoce que delincuente es aquel al cual la sociedad le ha colgado la etiqueta de delincuente. El único problema de esta escuela (y de otras por el estilo, como la etnometodología) es que no pueden explicar por qué siempre se les cuelga la etiqueta a los mismos, quién elabora los criterios que definen al delincuente y por qué. Estas escuelas desgajan al ‘delincuente’ y a la ‘delincuencia’ de las relaciones de clase. Los valores dominantes de una época son, como las ideas y los sentimientos dominantes, los valores, ideas y sentimientos de la clase dominante. En el caso que nos preocupa es la burguesía. El delincuente es aquel que la burguesía dice que es delincuente. Eso es lo que explica la enorme dureza del sistema penal con los pobres y la extraordinaria lasitud con los ricos.

Ahora bien, este tipo de escuelas de criminología pusieron en tela de juicio que pudiera definirse a priori qué cosa es delito y qué no lo es. En última instancia, delito es lo que la sociedad cree que es delito. Por esta vía, abrían la puerta al cuestionamiento de los valores que presidían la definición. Surgen así tendencias como la influenciada por la anti-siquiatría o la escuela de Frankfurt, que desembocan en la nueva criminalística. Esta nueva criminalística simplemente saca las conclusiones lógicas del relativismo cultural, del constructivismo del labeling approach: si delincuente es el que comete actos indeseables a los ojos de la sociedad y la sociedad está dominada por la burguesía, entonces, el delincuente es en realidad, igual que el loco, la expresión de la resistencia a los valores burgueses. El loco, como la prostituta o el delincuente, es revolucionario. Nace así lo que un historiador italiano, Carlo Guinzburg, va a denominar “populismo negro”, es decir, la apología del marginal. Puede notarse que se trata de una simple inversión de roles: el que antes era bueno es ahora malo y a la inversa. 

Era por los años ’60 y las teorías que intentaban hacerse cargo de la crisis generacional explicando los ‘nuevos delitos’ o mejor dicho, las conductas desviadas protagonizadas por la juventud, terminaron justificándolas. Así, los jóvenes vagos, el alcoholismo, las pandillas, los hippies, la marihuana, todo lo que constituía la rebeldía de los ’60, comenzó siendo blanco de la represión para terminar siendo objeto de alabanza. Obviamente, los nuevos teóricos de criminalística eran tipos de izquierda, que querían destruir los manicomios, la cárcel, la escuela y todas las instituciones que encerraban a la gente. Sobre todo porque el objetivo de las escuelas criminalísticas como el labeling approach era controlar a la juventud pequeño burguesa. Películas como Rebelde sin causa, El graduado, Atrapado sin salida, Busco mi destino, retratan muy bien la coyuntura. La situación no podía durar y la burguesía no podía mantenerse en el poder con teorías que le decían que estaba mal encerrar a los que no aceptaban valores asentados en la propiedad.  De todos modos, no hay  que creer que porque algunos intelectuales criticaran las estructuras carcelarias, se produjeron cambios profundos en el sistema. Aún con todos los intentos de reforma carcelaria, penal, de valores, la base de la estructura criminalística siguió (y sigue) operando con criterios positivistas, sólo que desprestigiados. Ese desprestigio generaba una situación molesta para la burguesía porque fomentaba el clima de rebelión.

Los años ’70 vieron el reflujo de la lucha y, por ende, una nueva criminalística que significó un retorno a las tradiciones positivistas más crudas. La pobreza acrecentada, la miseria renovada de las grandes ciudades del primer mundo, la desocupación y la violencia urbana, la drogadicción a escala de masas, un clima muy reflejado en Taxi Driver, La hora veinticinco o Haz lo correcto, recrean las condiciones en que la clase obrera vuelve a representar un problema penal, como descomposición social. Al mismo tiempo, la burguesía ha retomado el control de la vida política, de modo que no hay lugar para intelectuales progresistas. Es el retorno de los ultramontanos. Esto es porque la criminalística como cualquier otra producción intelectual no hace más que moverse según los vaivenes de la lucha de clases. Qué es delito y qué no lo es, quién es delincuente y quién no, depende de la evolución de la lucha de clases. 

En momentos en que la clase obrera no constituye un peligro político, el crimen por excelencia es el robo. Basta que el proletariado busque darse un nuevo horizonte como para que aparezcan como nuevos crímenes lo que hasta ayer eran derechos políticos. Reunirse, organizarse, coaligarse, manifestarse, pasan de ser sanas actitudes ciudadanas a constituirse en un peligro. Es la criminalización de la protesta: los mártires de Chicago, Sacco y Vanzetti, Leonard Peltier, Mummia Abu Jamal, Emilio Ali, José Barraza y tantos otros (en Argentina más de 3.000).

¿Es que no puede darse ninguna definición de delito? Sí: delito es, en el capitalismo, todo lo que afecte el derecho de propiedad directa o indirectamente, ya sea por atacar la propiedad misma o por atacar las condiciones de producción y reproducción de la sociedad basada en la propiedad, material o simbólicamente. Esto transforma en delito cualquier cosa según el momento, desde un simple robo hasta el comunismo, la homosexualidad o el pelo largo.

  

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