ESTO NO ES UNA CANCIÓN, ES UN ESTALLIDO

ESTO NO ES UNA CANCIÓN, ES UN ESTALLIDO

04/04/2020 Desactivado Por ElNidoDelCuco

 

 

 

 

 

 

 

 

Por FACUNDO GARCÍA

La historia dice que en EEUU grabó solo dos discos que fueron fracasos rotundos y que luego desapareció de la tierra. Se lo creyó muerto, a la par que tenía una resurrección artística en otro lugar del mundo: La Sudáfrica del apartheid. Esta es la historia de Sixto Rodriguez, el hombre que iba a ser el nuevo Dylan, fue albañil durante 30 años mientras su música se convertía en un himno de miles de jóvenes que se lanzaban a la calle para pedir justicia e igualdad.

 

COLD FACT

De la segunda mitad del siglo 20, la década del 70 fue la de mayor escalada de violencia en el contexto de la guerra fría que jugaban las naciones ganadoras de la segunda guerra. A principios de los 70, la guerra de Vietnam se encaminaba hacia su colapso, Allende ganaba en Chile y en Argentina Ongania era destituido y asumía en su lugar el General Levingston. Europa veía como una juventud radicalizada y desilusionada se organizaba y tomaba las armas al calor de las experiencias revolucionarias que surgían desde el tercer mundo.

Por supuesto, la mayoría de los regímenes surgidos de los procesos colonizadores gozaban de buena salud. Tal era el caso de Sudáfrica, donde el apartheid seguía inconmovible a los movimientos que peleaban contra ella. Sin embargo, a mediados de la década de 1970 la resistencia al apartheid se iba a intensificar. Al principio fue a través de huelgas y más adelante a través de los estudiantes dirigidos por Steve Biko. Biko, un estudiante de medicina, fue la fuerza principal detrás del Movimiento de Conciencia Negro que abogaba por la liberación de los negros, el orgullo de la raza y la oposición no violenta. La juventud sudafricana fue fundamental para que el régimen segregacionista finalmente cayera en la década del 1990, y durante todo ese tiempo un músico del que nada se sabía y del cual no se tenía ningún rastro fue una voz de resistencia y todos cantaban las canciones de este hombre que era como una leyenda, un murmullo, un código secreto.

México, Detroit, Sudáfrica

En 1971, una sudafricana que había estado en un intercambio estudiantil en Detroit le llevó un disco de regalo a su novio, al volver a Ciudad del Cabo. No lo había escuchado pero se  lo habían recomendado: “Alguien me dijo que va a ser el nuevo Dylan”. Era de un mexicano, o hijo de mexicanos, llamado Rodriguez (así, a secas, y sin acento), que hacía un áspero folk de protesta con su guitarra, aunque todos los músicos que aparecían en los créditos eran todos souleros de Motown. A partir de ahí, los hechos se desencadenan uno tras otro en progresión ascendente. El novio hizo escuchar el disco a sus amigos, que se asombraron con el sonido y la voz de este extraño músico, tal es así que uno de ellos lo pasó un día por la radio de la universidad, y gustó tanto a la audiencia de estudiantes y profesores que lo siguió pasando las semanas siguientes. Uno de esos estudiantes trabajaba en la filial local de la Polygram inglesa y descubrió maravillado  que tenía el disco de Rodriguez en el catálogo y convenció a sus jefes de hacer una edición local. No nos olvidemos que era la Sudáfrica del apartheid: con la excusa del boicot comercial no pagaban regalías a nadie. De todos modos, los ingleses ignoraban quién era Rodriguez; lo tenían en su catálogo por esos acuerdos transatlánticos con discográficas yanquis, pero para entonces el sello de Detroit que apostó por Rodriguez ya había ido a la quiebra, luego de que el disco vendiera menos de cien copias en EEUU.

En un mercado como el de Detroit, vender 100 copias es vender nada, pero Cold Facts (asi se llamaba el disco en cuestión) una vez editado vendió quinientas mil copias en Sudáfrica en los años siguientes. Sus canciones se convirtieron en himnos de la juventud, y cuando el gobierno afrikaaner se dio cuenta, las prohibió. Pero ya era demasiado tarde.

Sin embargo, en todo ese tiempo no salió una sola nota o reportaje a Rodriguez en Sudáfrica; ni en el resto del mundo tampoco, pero en quinientos mil tocadiscos sudafricanos sonaban sus canciones sin que se supiera nada de su autor, salvo un rumor que corría de boca en boca entre los fans: después de aquel disco, Rodriguez se había disparado una bala en la sien o se había prendido fuego a sí mismo en medio de un concierto, o se había matado de una sobredosis de heroína, o había matado a su esposa y lo habían mandado a la silla eléctrica.

 

A la caceria de Rodriguez

Todo esta historia estaba destina a terminar en el basurero, olvidada bajo los sucesos posteriores juzgados más importantes, pero sucedió que en el 2006 el dueño de una tienda de vinilos en Ciudad del Cabo, le cuenta esta historia a un joven documentalista sueco que anda viajando por el mundo buscando temas para filmar. Y le dice además: “Para nosotros es como Dylan, como Marley, como los Stones. Si no me cree, salga a la calle y pregunte a la primera persona con que se cruce si puede tararearle una canción de Rodriguez.” El sueco lo hace: cuatro personas seguidas, de diferentes edades y color de piel, le tararean una canción de Rodriguez. El turista vuelve a la tienda muy sorprendido, y el dueño le dice que eso no es todo y le cuenta que, en los años ’90, por puro fanatismo, armó una página en Internet (“The great Rodríguez hunt”) pidiendo información de su ídolo, para al menos averiguar cómo había muerto exactamente. En pocas líneas resumió lo poco que sabía de él y la tituló “Buscando a Jesús”, porque creía que el primer nombre de Rodriguez era ése. Estuvo cerca, porque Jesús era el nombre de uno de sus seis hermanos: Rodriguez era el menor, y se llamaba  Sixto.

Todo eso le informó por mail una hija de Jesús a nuestro disquero sudafricano cuando éste ya se había olvidado de aquella página web. Sí, decía la hija de Jesús, el tío Sixto había grabado un disco cuando era joven, pero no se había matado después, ni había matado a nadie, ni estaba en prisión ni seguía haciendo música tampoco: había trabajado toda su vida como obrero de la construcción, ya estaba por jubilarse, seguía viviendo en el mismo barrio pobre en el que había nacido, y sí, ella podía darle la dirección.

Sin creerlo del todo, el dueño de la tienda  hizo algunos febriles llamados, después cerró el local  y se subió al primer avión que pudo y llegó hasta el monoblock donde vivía Sixto en Detroit para contarle que en Sudáfrica lo adoraban y que para ellos sería un honor invitarlo a dar un concierto allá. Sixto llevaba más de veinte años sin tocar una guitarra y no había compuesto un solo tema desde 1971, pero aceptó igual. Llegó a Ciudad del Cabo pensando que tocaría en un bar de mala muerte o en un salón vecinal. Cuando salió al escenario con su guitarra, cinco mil personas lo aplaudieron de pie diez minutos seguidos antes de dejarlo empezar a cantar. La experiencia se repitió cinco noches seguidas, a sala llena, y después de esa semana de gloria Sixto se volvió a Detroit, a seguir con su vida como obrero de la construcción. Todo esto le contó el dueño de una tienda de discos a un documentalista sueco que no salía de su estupor. ¿Eso era todo? ¿Así terminaba la historia? Bueno, Sixto sabía que bastaba un llamado telefónico para que le organizaran nuevos conciertos cuando él quisiera, pero nunca había llamado. Agradecía educadamente la postal de feliz año que le mandaban ellos cada diciembre, pero ni una palabra sobre volver a tocar. Según la última postal, Sixto ya estaba por cumplir sesenta y cinco años y andaba mal de la vista y con dificultades para caminar, de manera que sí: así terminaba la historia.

 

Searching for Sugarman

No, dijo el joven documentalista sueco, y logró llegar hasta Rodriguez y durante los siguientes cuatro años siguió peregrinando desde Estocolmo a Detroit con una camarita digital (y cuando le robaron la cámara siguió filmando con su iPhone), habló con todos los que pudo hablar (porque Rodriguez era monosilábico frente a la cámara) y después se sentó a llenar los huecos de la historia con imágenes de animación hechas caseramente por él mismo porque ya no le quedaba una moneda, y mandó sin muchas esperanzas su documental (Searching for Sugarman) al Festival de Sundance donde ganó el premio del público al mejor documental internacional, y desde entonces no ha parado de ganar premios, coronando con el Oscar en 2012. Desde el momento en el que el documental fue nominado, Rodriguez ha aparecido como invitado en los programas más importantes de la TV yanqui (David Letterman, 60 Minutes) y ha tocado a sala llena en Nueva York primero y en su ciudad natal después. No quiso banda soporte; toca él solo con su guitarrita; empieza y termina cada tema sin la menor ceremonia, como un aficionado practicando solo en su casa; hace una detrás de otra sus viejas canciones como un fantasma, como un hombre que encontró su pasado y no sabe bien qué hacer con él, y después espera pacientemente que terminen los interminables aplausos para abandonar el escenario.

No ha reclamado las regalías por aquellas 500 mil copias vendidas en Sudáfrica y ha repartido entre sus hijas lo que le vienen pagando por sus shows desde que se estrenó el documental. Su disco se acaba de reeditar en Estados Unidos, pero no han conseguido convencerlo todavía de que acepte hacer un disco nuevo. Sigue viviendo en la misma casa, en el mismo barrio, sólo que ahora los dealers del barrio llevan su cara en la remera

En uno de los tantos reportajes que le hicieron, Rodriguez enfrenta por enésima vez el asombro del entrevistador ante su increíble historia y, detrás de sus sempiternos anteojos negros, se limita a contestar: “Si hay cosas que tienen sólo una posibilidad en seis mil millones de ocurrir, eso significa que hay una cosa como ésta ocurriendo cada día en el mundo. Es decir que mañana habrá otra, y ustedes irán detrás de ella, en lugar de venir hasta aquí”.

Compartimos el link de la película

https://www.documaniatv.com/biografias/searching-for-sugar-man-video_033fec27b.html

 

 

  

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