
RODOLFO KUSCH, HERÁCLITO Y EL INSULTO EUROPEO
2019-12-19 Desactivado Por ElNidoDelCuco
Por ALEJANDRO PASCOLINI
El insulto es un enunciado que, entre otras cualidades, parece definir de manera absoluta e inequívoca al sujeto al cual está destinado.
Por ejemplo, cuando se le dice a alguien “hijo de puta” no se lo está condenando de manera relativa, no se es “más o menos hijo de puta” sino que el improperio parece ir derecho y sin escalas al corazón de ese ente, a su esencia, a su ser más íntimo.
Entonces, para el discurso hegemónico es una estrategia de una eficacia insoslayable el ubicar sin ambigüedades su objeto de clasificación, regulación y control mediante el menoscabo de su dignidad.
Para dominar hay que definir sustancialmente lo dominado, arrasar cualquier posibilidad de crítica acerca de lo que se le atribuye y enmascarar el carácter histórico y político de esa operación prejuiciosa (e insultante).
En este sentido, el escritor y gato Marcos Aguinis en su libro El atroz encanto de ser argentino1, reivindica irónicamente los dichos del dramaturgo y cineasta español Jacinto Benavente, quién, ante la pregunta acerca de qué pensaba de los argentinos respondió: “Armen la única palabra posible con las letras que componen la palabra argentino”; queda claro que para Benavente los argentinos somos ignorantes, esa es su definición, nuestro ser nacional estaría enmarcado en ese agravio.
En realidad, la concepción misma de “ser” es una construcción cultural que tiene sus antecedentes en la antigua Grecia donde el filósofo Parménides (entre otros) establece que es posible que un fenómeno puede ser igual así mismo, esencial, eterno, inmodificable (nada más funcional a los intereses del poder de turno que pensar en la imposibilidad de transformación de la realidad).
De manera opuesta Heráclito de Éfeso acentúa que todo lo que es, además de ser no es, que la noche es noche y además día, que el mal es mal y además bien, que los opuestos coexisten en tiempo y espacio.
Por supuesto que Aristóteles (el filósofo que determinó el sentido común de la sociedad occidental) se inclina sin ambigüedades por la visión de Parménides logrando la ideología aristotélica determinar de una manera contundente el llamado sentido común del ciudadano normal. Los normales piensan efectivamente, a la manera aristotélica y luego europea, que hay existencias que son en sí mismas y de las que no puede negarse su carácter inmodificable y eterno (la base misma del pensamiento fascista).
Europa llega a América (en principio bajo el reino de España, tierra del dramaturgo antes mencionado tan enojado con nosotros) no solo para masacrar, violar, torturar a la población existente y robarle sus riquezas, sino también para imponer la ideología del ser, la ideología que sostiene que lo que señala el amo que es, es para siempre, a perpetuidad.
Rodolfo Kusch, antropólogo argentino y peronista, a diferencia de Marcos Aguinis, pensaba.
Pensaba entre otras cosas y con argumentos coherentes y fundamentados que existía y existe una perspectiva precolombina absolutamente distinta que la europea acerca de la vida y la muerte.
Quizás con Heráclito, Kusch afirmaba que no puede predicarse acerca de lo humano que alguien o algo “es” sino que “está siendo” con lo que lo rodea, con su comunidad. Es decir que no puede encasillarse al sujeto social en una concepción congelada e invariante (tal como la enunciación en juego que puede existir en el insulto) sino que se lo debe pensar en relación y en dinámica de transformación política.
La propuesta de Kusch es una respuesta subversiva al intento europeo de hacernos creer de manera irrespetuosa que “somos” esto o aquello.
Su investigación acerca de la mirada de los pueblos originarios nos invita a pensar fuera de los cánones impuestos por el amo español, inglés, yanqui, etc., y a recuperar la posibilidad de leer el deseo que está en juego según nuestras particularidades, más allá de las imposiciones de la metafísica europea.
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