HAY ALGO MÁS…

HAY ALGO MÁS…

28/07/2019 Desactivado Por ElNidoDelCuco
















EDITORIAL

           El viejo sintió dolores nuevos, agudos, interminables. La cama le parecía mucho más grande, “es inmensa”, pensó el viejo buscando una distracción, pero no había caso, el dolor seguía ahí. Quiso hablar y no pudo, entonces se dio cuenta… el final había llegado.

Juntando todas las fuerzas que le quedaban, lentamente y con un incontrolable temblor, la mano se despegó de la sábana, el dedo índice apuntaba el ropero. La única persona que lo acompañaba era el hijo. El tipo, que había pasado largamente los 40 años, no manifestaba ninguna expresión. Se tocó los bigotes con el índice y el pulgar, abrió la puerta del mueble y asomaron viejos trajes… Cuando acarició lentamente las añejas telas y tocó un sobretodo, la mano del viejo empezó a rascar el aire. El hombre descolgó el abrigo y lo desplegó en la cama a modo de frazada, convencido que el viejo sentía frio.

La mano volvió a emerger por el costado de la manga del sobretodo y volvió a señalar, esta vez fue más difícil, recién después de un rato de tocar prendas y otras cosas que se guardan casi para siempre, llegó hasta el estuche rígido de la guitarra, los ojos del viejo se encendieron por un instante y la mano volvió a rascar el aire. El instrumento, pegado al moribundo, a pesar de su encierro de cartón, daba la sensación de que lo estaba abrazando. El viejo cerró los ojos y la mano volvió a hablar, esta vez indicó que el hombre lo deje solo, de hecho toda la vida había usado ese gesto para que su hijo lo deje solo, un lento aleteo de cuatro dedos.

Como toda la vida, cerró la puerta en silencio, apartó de la mesa una silla del comedor e inmediatamente recordó que ese era el lugar de su madre, hacía más de 20 años que allí no se sentaba nadie, la volvió a su lugar y se dirigió a la cocina. Se sentó en una incómoda silla de junco y empezó a recordar.

Recuerdos de él, vividos, pocos… Su madre en esa cocina con la sonrisa olvidada, sirviendo a ese hombre que se estaba muriendo. De los que le contaron, recuerdos prisioneros en otras memorias, datan de antes de que él naciera. Una bailarina embarazada que ya no podía ejercer su profesión, desesperada por no poder pagar el alquiler de una húmeda pieza en el conventillo. Las penas de los jóvenes son malas consejeras cuando uno las trata de mitigar con calamidades,  a veces uno no sabe a lo que está renunciando, aceptar la miserable propuesta del regente del conventillo la llevó a hipotecar su vida por la “tranquilidad de un techo y comer todos los días”, la condenó a los trapos de piso, tabla de lavar, fuentón, sartenes y ollas urgentes para comidas puntuales. De lo que si se acuerda es del día en que ese tipo dejó de ser “el patrón”, se mudaron a la casa grande y su madre le dijo: “Desde hoy él es tu padre”. También se acuerda de ese otro día, cuando el muchacho asomaba en los pantalones largos y el tipo le aclaró: “Deje de embromar con eso de papá, yo para usted soy el patrón”.

La mujer hacía rato que se había convertido en sombra, no fue sorpresa que una noche de invierno se la llevara, todavía joven, todavía hermosa.

Ya estaban en camino los herederos, los legales, los que tenían papeles, el muchachón que jamás se había quejado dejó la cocina y abrió la puerta despacio. Estaba el viejo con los ojos abiertos, clavados en el cielorraso… Como al frío de la muerte no hay abrigo que lo alivie sacó el sobretodo, el estuche y los acomodó en una banqueta, como hacen los músicos cuando se despiden de un lugar en el que han tocado.

Escuchó los intentos de llaves que no abrían, hasta que finalmente alguien dijo: “Por acá Escribano”. Ni lo miraron. “Llevate tus cosas”, le dijo uno señalando la banqueta y movió los cuatro dedos en un lento aleteo. El hombre acostumbrado a obedecer, acomodó el sobretodo en su brazo y empuñó el manillar del estuche, la puerta sonó como un adiós definitivo.

Permítame una licencia, este cronista podría terminar este relato diciendo que ese estuche y ese sobretodo guardaba el producido de una miserable vida. Sería casi un acto de justicia poética, sin embargo me permito romper la burbuja de mi ilusión.

El hombre no pasa desapercibido entre la gente que pasea por la avenida, un músico piensan todos… Lo que no sabe el tipo es que hace muchos años ese sobretodo y ese estuche de guitarra acompañaban a un artista desesperado llegando a un conventillo.

  

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