ANARQUISMO CONTRA AUTONOMISMO

ANARQUISMO CONTRA AUTONOMISMO

28/07/2019 Desactivado Por ElNidoDelCuco

 

 

 

 

 

 

 

 

Por JOSÉ SPINA

Continuación del articulo ‘La pandemia de los bobos’.

 

            En la Argentina de fines del siglo XIX, las tendencias organizadoras del anarquismo debieron librar un largo combate contra el autonomismo, originalmente dominante. A comienzos de los ’90, esa corriente, protagonizada sobre todo por intelectuales, se autodenominaba “anarco-comunismo” y editaba el periódico ‘El Perseguido’ (EP). La tendencia organizadora, por el contrario, se conoció como “anarco-socialismo”, de influencia italiana y cuyo núcleo duro se encontraba entre los obreros de La Boca.

El Perseguido rechazaba todo tipo de organización, lo que lo enfrentaba permanentemente con la  presión que ejercía el desarrollo de huelgas y sindicatos. Los organizadores, por el contrario, defendían la formación de sociedades de resistencia y la acción huelguística. Según EP, los sindicatos sólo servían para adaptarse al capitalismo y eran perniciosos para la lucha anarquista. Frente a ellos, reivindicaban los grupos “de afinidad”, dedicadas casi con exclusividad a la propaganda oral y escrita, eran asociaciones momentáneas, que se formaban para realizar un fin concreto y debían disolverse luego. Coherentemente, EP se opuso a la formación de la primera federación obrera de nuestro país, la Federación de Trabajadores de la Región Argentina: el autonomismo que combatió a la Asamblea Nacional de Trabajadores Ocupados y Desocupados (ANT) durante 2002, inició su vida de la misma manera, 110 años antes.

 

Entre los defensores de la tendencia organizadora se encontraba Errico Malatesta, que en su paso por Buenos Aires había bregado por esa corriente. De hecho, su influencia persistió a su partida, sintetizada en la constitución del grupo que editó  ‘La questione sociale’. A este periódico se sumarían ‘El obrero panadero’ y ‘El oprimido’, defensores todos de la tendencia pro-sindical. Se reforzaría aún más con la oleada huelguística  de 1895-96 y con el crecimiento del socialismo, decidido impulsor de la organización obrera.

A esta tendencia general que calaba cada vez más en el seno del anarquismo, EP respondía con la defensa del terrorismo individual, en especial con la apología a la dinamita como instrumento de lucha “anti-burgués”. Según el grupo Los dinamiteros “es preciso que conquistemos la libertad y para eso es necesaria la dinamita, pues la fuerza de ésta contrarresta la fuerza que emplean nuestros opresores”. Este tipo de declaraciones eran ampliamente elogiadas por EP, igual que se reivindicaba a los terroristas más famosos, como Ravachol, el francés Vaillant o el catalán Pallás. Estupideces como éstas, bastante bien retratadas en la figura del anarquista de Germinal, de Emile Zola, no pasaban, en Argentina, de palabrerío vacío, razón por la cual la tendencia organizadora acusaba a su enemiga de charlatanería  inútil. El alejamiento que provocaba en los obreros esta prédica terrorista impulsó aún más a los organizadores hacia los sindicatos. Cuando el ciclo de huelgas terminó en 1896, la corriente pro-sindical iba a alumbrar a su vocero privilegiado por los próximos cien años: La Protesta.

Efectivamente, surgido del seno de la corriente organizadora, La Protesta Humana (LPH), como se la conoció al principio, sería el núcleo centralizador del anarquismo argentino que protagonizaría heroicas luchas al comienzo del siglo XX. Junto con Ciencia Social, una publicación de carácter teórico, LPH acaparó la defensa de la organización y la acción sindical. Por las páginas de ambos desfilaban las mejores plumas del anarquismo mundial: Pietro Gori, Errico Malatesta, Eliseé Reclus, Piotr Kropotkin, Anselmo Lorenzo y Sebastián Faure. LPH va a ser tajante en sus definiciones. Ante la pregunta de un lector acerca de si los anarquistas debían formar partido, responde:  “creemos que por el mero hecho de ser anarquistas, somos un partido, ya que por tal se entiende la coligación de individuos que siguen una misma opinión, o sea, que tienen un ideal común y contribuyen a realizarlo. Un partido puede ser autoritario o antiautoritario, estar organizado o no estarlo”. (LPH, 2/1/1989).

Con este tipo de declaraciones, LPH se ganó la acusación de “socialista”. De hecho el anarco-sindicalismo  no era más que un partido socialista extra-parlamentario. Actuando en consonancia con esta declaración, LPH llamaba a reconocer la “importancia de la organización profesional”, algo que hace explícitamente en sus páginas, en las que da un lugar cada vez más importante a la vida y la lucha de los obreros argentinos. Este desarrollo de LPH va a ser impugnado por un nuevo vocero de la corriente anarco-individualista, Germinal, que comenzó a editarse en Buenos Aires y Rosario a fines de 1897.

Adelantándose a los autonomistas actuales, los de Germinal acusarán a LPH de “socialismo estatal”, de desvalorizar la lucha espontánea del pueblo y de constituirse en una élite de elegidos, una aristocracia de talentosos. Cuestionaban además su derecho a dirigir y organizar, porque deformaría la iniciativa revolucionaria de las masas. Según Germinal, en lugar de organizadores debe haber “propagandistas” que actúen espontanea e inesperadamente en todas partes, lo que dificultará el accionar de la policía. Habrá que estimular huelgas violentas, la destrucción de materias primas y el incendio de fábricas.

De abierto tono stirneriano, Germinal elogiaba el egoísmo como factor de progreso y consideraba el altruismo como una forma de salvar a los débiles de la necesaria “selección”. La “ayuda mutua” era entonces repudiable, porque los fuertes y talentosos no tenían por qué frenar su avance para ayudar a los más débiles. Al igual que con Stirner, el anarco-individualismo sólo confiaba en una sociedad basada en la posesión de los medios de producción por el individuo, es decir una posición abiertamente pequeño-burguesa.

Los anarquistas organizadores del ‘Grupo Libertario de buenos Aires’ contestaron a barbaridades como éstas, que tendrían un futuro promisorio bajo el nazismo, lo siguiente : “El individualismo, en el sentido de repudiar cualquier cooperación ajena y demoler la teoría de la sociabilidad por autoritaria, el aislamiento completo de todos los miembros de la especie, para una mayor independencia; el exterminio de los seres débiles y homogeneización del género humano en una sola raza y nivel físico e intelectual, todo eso, en fin, constituye un enloquecimiento tan pronunciado que en verdad esteriliza cualquier propósito de educación popular”.

La llegada de Pietro Gori a la  Argentina consolidó aún más a la tendencia organizadora, aunque el debate entre ambas corrientes no terminó allí. Por el contrario, hacia fin de siglo un nuevo periódico, ‘El Rebelde’, tomó la posta dejada por Germinal. El siguiente párrafo los pinta de cuerpo entero: “Como táctica no aceptamos ninguna organización con programa mínimo ni máximo, es decir, no nos queremos ligar a determinadas líneas de conducta, porque estamos suficientemente convencidos de que el individuo debe ser libre de sus facultades, lo que dentro de esa organización con tantos compromisos no lo puede ser, rindiéndose, al contrario como instrumento ciego al movimiento organizado”.

Para esta época, sin embargo, un nuevo período de lucha de clases volvía a colocar la acción del proletariado en la primera plana de los diarios, volcando decididamente su fuerza a favor de los defensores de la organización. A partir de allí, y hasta al menos 1922, La Protesta y el movimiento anarco-sindicalista dominarían el panorama e imprimirían una página enorme en la historia del movimiento obrero argentino. No fue sino después, sin embargo, de extirpar el cáncer stirno-nietzcheano de su propio cuerpo.

  

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