LA VOZ DE CROSBY: EL VIAJE DE LA LUZ

LA VOZ DE CROSBY: EL VIAJE DE LA LUZ

04/06/2019 Desactivado Por ElNidoDelCuco
















Por SERGIO OMAR

Creo en el poder de las palabras. Pero hay un poder superior. Y es el de ciertas voces.

              La voz, que es identidad e instrumento del lenguaje, en algunos seres se convierte en lenguaje por sí misma. Incluso, con independencia de las palabras. Lo que esa voz comunica, no las necesita. Y si las usa, su significado se amplifica, y su sentido se nos revela con la claridad de un estallido de luz.

Los portadores de una voz así, pueden brillar en otros terrenos. Pero es esa voz la que los pone más allá. Y desde esa lejanía impensable (porque no se la puede ubicar en ningún sitio) lo atraviesan todo a la velocidad del sonido. Incluso aquello que en nosotros es propia lejanía.

En el reciente álbum “Here If You Listen”, el piano inaugura “Your Own Ride”, y con él, nuestra esperanza se compromete. Con acordes que son como humildes súplicas, toca a las puertas del secreto. Es un llamado bajo la lluvia en procura de refugio. Lo acompaña una guitarra que pareciera depender de los dos, del llamado, pero también de esa majestad en el dolor que todo comandante proyecta y el piano parece encarnar como una misión que se acepta sin cuestionamientos.

No obtienen una respuesta. Lo que les contesta es una armonía de voces comprensivas. La serenidad con que esas voces presentan sus argumentos es una mera continuidad de la doble nostalgia del llamado: la nostalgia por lo perdido en el camino, y por el cobijo que aún no se conoce. Son apenas unos breves instantes en que nuestra soledad y nuestra expectación han sido resueltas por invocación de la música.

Entonces, en el segundo cuarenta, un acorde desciende como una lágrima y nos agarra por los hombros: nos urge a levantar la vista para mirarlo a los ojos. Como toda mirada que al ver se entrega, ese acorde es una puerta abierta. Lo que hay del otro lado no es una luz, no es una cara, no es un abrazo, y es todas esas cosas siendo algo que las palabras que le escuchamos no pueden decir nunca: la voz de Crosby, desnuda como un pájaro antes de echarse a volar.

Como en una encrucijada, la música no puede no ofrecernos el correlato a lo que sentimos. Cuando Crosby, de la primera frase a la segunda, pasa de ser una voz que nos recibe a ser una voz que nos habita, el piano reacciona igual que nosotros: con cinco acordes como peldaños de una escalera invisible, alzamos vuelo también, henchidos de aire, al amparo de todos los cielos.

Y todo debe, inevitablemente, callarse. El silencio le hace lugar a la voz de Crosby, que lo recorre como sin moverse de su sitio, y con la misma devoción.

Va apenas un minuto de música, y una epifanía, la resolución de un drama, y la promesa de la revelación de una verdad, han sucedido.

Ahora la voz comanda al resto en lo que podría ser el estribillo del tema, pero estamos dentro de un disco de Crosby, y esas categorías de la forma se transfiguran. Ha reunido el ejército disperso y en esa sola acción ha hecho renacer todas sus fuerzas. Es una transformación tan notable, que ya no importa adónde nos lleve la canción: mientras la voz de Crosby nos acompañe y nos cobije, siempre estaremos en casa.

Este minuto ejemplar que elijo, puede replicarse en otros temas de su último disco (el cuarto en los últimos cinco años) así como en cada uno de los anteriores, o de cualquier otra época o encarnación suya. Es una condición del sonido, o de la luz. Y no se trata de una cuestión de potencia, histrionismo, altura de registro, afinación, despliegue técnico. Es una cuestión del espíritu. Y el sonido, como la luz, no sólo se le parecen a veces: son lo único que nos permite vislumbrarlo.

Esta voz no viene a negociar los términos de una comunicación posible. No propone un diálogo tentativo. No se guarda nada, ni averigua con cautela. Lo que hace es establecer una intimidad inmediata, inevitable.

Que la voz que desafía las nociones de distancia y cercanía a través de esa intimidad, pueda ser asociada de manera natural con el canto colectivo, es parte de su magia. Pero es también atributo de la condición de fraternidad que impone: fundida en una sólida armonía, la propicia y la capitanea, sin perder nunca la razón que hace de su poder un enamoramiento a primera escucha, y que es la propia e inconfundible identidad.

La voz de Crosby nos toca. Pero nos toca desde adentro. Porque nos pasa a través como un láser. Da escalofríos y entibia a la vez. Es un abrazo relajado que se nos queda a vivir bajo la piel. Una luz que nos llega viajando desde muy lejos, pero sólo vemos cuando se enciende en un rincón muy remoto de nuestra vigilia interior.

Cada vez que la voz de Crosby queda sola frente a la inabordable inmensidad de la música, esa soledad  se articula en un ritual que nos convoca y nos reúne, como si de un encuentro casual se tratara, en torno a lo esencial.

Hago el viaje de los cuarenta segundos iniciales de “Your Own Ride” otra vez, para recibir a solas esta voz proveniente de un más allá que,  a fuerza de hacerse canto, se convierte en refugio de todo aquello que no podemos guardar más que en la música.

Y escribo esto, por necesidad de contártelo, antes de dejarte con su sola compañía.

Sé que va a decirte otras cosas que las que aquí comparto.

Quizás habrás de contármelas, entrecerrando los ojos, sin que la voz de Crosby deje de sonar para los dos.

  

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