UNA HISTORIA DEL FUTURO

UNA HISTORIA DEL FUTURO

16/08/2018 Desactivado Por ElNidoDelCuco

El futuro suele ser una ilusión, una esperanza, pero también puede ser una sentencia. La lógica es despiadada en estos casos, el destino, el futuro, dependen del pasado. Lo que hacemos hoy y lo que hicimos ayer impacta de lleno en lo que vamos a hacer. Es inexorable. Si sembramos hambre, no hay Dios que salve a los hambrientos. Si sembramos ignorancia, es inevitable que se asome la miseria y la bestialidad. Uno sabe lo que fue y lo que es, con esas herramientas puede saber quién va a ser. A los pueblos les pasa lo mismo.

Por Alejandro Braile

       Hace tres años que el complejo Auditorium es sede de la ya famosa “Muestra de la Historia”. La quinta edición es realmente impactante: desde el mismo momento en que uno se baja del monocarril, la estación, con personajes que negocian con el olvido en el incierto destino del cartel, interpela al visitante. Es una buena introducción del acontecimiento cultural y político que ha revolucionado el pensamiento del país.  Por diez días están desfilando en la sala Astor Piazzola distintas miradas de la historia, nuestra historia. El público, casi en su mayoría, llega de Buenos Aires. La hora y cuarto que tarda el tren en llegar de Constitución a Mar del Plata, alcanza para saber de antemano, por los colores, por los cantos, por las risas, qué exposición van a ver esos pasajeros.

La ideología, la lealtad, la memoria, son las herramientas que los autores utilizan para resolver una obra con imágenes y voces del pasado. El misterio del mes de Octubre nos convoca desde el año 2030. Este cronista ha cubierto todas las muestras, hasta ayer, la noche del 17, creí haberlo visto todo. La sala es todo un espectáculo en sí misma, sus dos inmensas paredes laterales son, en su totalidad, dos grandes paneles lumínicos que cambian a increíbles paisajes o reproducen todo el entorno del teatro como si el impedimento visual de los sólidos muros no existiera. El techo…el techo es el cielo, pero un cielo raro, es todo un viaje a la velocidad de la luz entre planetas, estrellas, cometas y algunos rostros difusos. De pronto, la noche del 17 de octubre fue oscura y viejas fotografías flotaron en todo el teatro. El tiempo enhebró, una a una, esas fotos en el ojo del holograma y los personajes del pasado cobraron vida. La impresionante imagen de Eva Duarte con el rostro hundido en el pecho de Juan Perón, con tal nivel de detalle que se aprecia una lágrima a punto de ser absorbida por la tela de la camisa blanca del líder. La imagen se esfuma y aparece un cielo nublado, la plaza de Mayo casi se puede tocar, el frío se adivina. Lejanas turbinas invaden ensordecedoramente el ambiente y después el terror, explosiones que te hacen temblar. El incendio, el humo, la desesperación, la muerte y los aviones que se alejan…

Las escenas se suceden y los verdaderos protagonistas de nuestro pasado cuentan la historia, no hay actores, no hay ficción. Trabajadores, artistas, deportistas, que son casi lo mismo, reviven recuerdos difusos. Jueces, empresarios, escribanos, que son casi lo mismo, reviven la decadencia.

Autos verde oscuro que frenan ruidosamente, secuestros, encierro, tortura, muerte… el espectador llora.

La mirada del joven soldado quemado por el frío reclama un recuerdo amable, afectuoso… la demanda conmueve y dan ganas de abrazarlo. Las madres caminan y las abuelas buscan… el espectador llora.

Hace más de diez años que en el mar de las playas céntricas de La Feliz nadie se baña. Cada 20 de diciembre la playa amanece cubierta de flores y la marea se encarga de llevar el recuerdo a nuestros muertos. La masacre de 2001 puso día a la desidia, al saqueo, a la muerte. Casi a fin de año los argentinos decimos Nunca Más, lo dice la Constitución, pero también lo dice el pueblo: nunca más represión, nunca más presos políticos, nunca más ataques a la educación y a la salud públicas, nunca más la impunidad, nunca más el monopolio de la información, nunca más a la privatización de lo que es de todos, nunca más una desaparición forzosa de persona por el estado, nunca más neoliberalismo. Es por todo esto que cuando el Fiscal Strassera  hace su alegato desde su presencia holográfica y acusa a la junta asesina de genocidio, todos los espectadores gritan con él, Nunca Más.

El final es parcial, remite a una generación y a doce años de gobierno. La gran sala muestra un ambiente íntimo, parece un bar desierto, con la sola presencia de un historiador, ignorado por la historia. Es un hombre al que se le notan cicatrices de utopías perecederas. Camina entre las mesas y habla, habla de él y de los que cambiaron el futuro, se llamaba Furibundo Tempo.

Así estoy esta noche, entre los recuerdos y la genial composición de Gastón Ciarlo, El Dino: “Milonga de pelo largo, de ojos oscuros, como la noche, como la noche; historia de penas grandes, de gente joven, de penas viejas, de veinte años.”

Soy de esa generación, la que creció en la confusión de Elvis, The Beatles, los Rolling, Pink Floyd, La Negra, Atahualpa, Guaraní, Piazzola, El Polaco, Rubén Juárez, Palito Ortega, Sandro, Leonardo Favio, Nino Bravo, Serrat, Raphael y Julio Iglesias. Y la otra confusión: militares, Frondizi, Illia, Balbín, Cámpora, Perón, Alsogaray, Vandor, Tosco, Rucci. El asesinato del Che, el Mayo Francés y el hombre en la Luna. Soy de esa generación que dio el peor Presidente de nuestra historia. 

El Dino no lo sabe, pero habla de mí cuando era joven y también habla de mí ahora que soy viejo. Soy de esa generación a la que, de pibe nomás, le hicieron entender a fuerza de tortura y muerte que acá mandan los de siempre. Sí, soy de esa generación que empezó de nuevo varias veces, que tiene desertores que se fueron a otras tierras, escapando de la miseria, de la violencia. Soy de la generación que sólo tuvo margaritas marchitas, vacías.  Soy de la generación que ni milonga tuvo y no se queja, ya no se queja… ya no se queja.

Me lo dice al oído y me acuerdo… sin sospechar que sería un soporte ideal para el recuerdo del hasta pronto más atronador de la historia Argentina. De aquellos doce años de recuperación, pero mucho más de inspiración. De aquello que nos enteramos: que el horizonte no estaba tan lejos, que fue toda una revelación, solo teníamos que caminar. Aprendimos que la verdadera revolución estaba en la educación y fue una esperanza inconmensurable. Recuerdo cuando florecieron Universidades y a muchos pibes le crecieron sueños nuevos. Gracias a eso, lo del horizonte, el alcance de la mirada fue otro, fuimos más ambiciosos, queríamos ser felices…felices de verdad…en el patio, brindando con la familia, en la calle del barrio, con la murga, en la plaza, abrazando al nieto que venía. Mirábamos diferente… ya nada será igual, cómo van a sacarnos del horizonte, cómo nos van a borrar la sonrisa, cómo van a quitarles el futuro a nuestros hijos si hicimos un destino. Aprendimos, claro que aprendimos; ya sabemos que con pintar en las paredes Luche y Vuelve no alcanza.

Jamás entendimos bien lo que pasó, no pudimos ver el cambio que se estaba gestando y, creo entender, sólo por haberlo vivido. Cuando pibe contaba los años para llegar al 2000, lo imaginaba con transformaciones notables en el transporte, con ciudades imponentes, robots limpiando y cocinando; una evidente sobredosis de Isaac Asimov. Llegó el nuevo milenio y estábamos más miserables que nunca. Después, lo de los doce años, donde los que gobernaron no figuraban en ningún lado, sino que estaban atrás de los 30.000 que masacró la dictadura cívico-militar-eclesiástica, detrás de los que quedaron en el camino, como Germán Abdala. Fue un ensayo, para que sepan los que vienen que es posible vivir mejor. Muchos tipos honestos, probos, están dejando huellas imborrables, alertando a las generaciones futuras de las calamidades que hemos soportado y que no deben ocurrir Nunca Más.

Sólo un pedido a los hacedores del futuro, el progreso es inevitable pero no descarten hacer jardines, es el lugar ideal para los pájaros, para cantar serenatas, para enamorarse, para soñar un futuro”.

Recién anoche entendió este cronista porque hay tantos jardines en nuestras ciudades, perdón por las lágrimas.

  

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