DON CHICHO CHICO
20/08/2023 Desactivado Por ElNidoDelCuco
EDITORIAL
A Furibundo Tempo nunca le gustó viajar, pero Marcelo Fiore Quercetti insistió. “Pringles 1253, es una historia imperdible”, le escribió en una hoja de agenda que le dejó al profesor en el buffet del club San Martín.
Donde Avenida Córdoba se hace una horqueta con Estado de Israel y cierran un triángulo con Pringles está el Centro Cultural Matienzo. Quercetti lo estaba esperando al viejo profesor que llegó resoplando, había tomado el 166 y tuvo que caminar como 12 cuadras. Entraron al lugar y pidieron dos cafés y una ginebra.
- ¡Profesor! – dijo Marcelo con entusiasmo- En este lugar, cuando comenzaba el otoño de 1932, asesinaron a uno de los mafiosos más célebres del siglo XX, Don Chicho Chico. Lo hizo liquidar otro mafioso, capo en Rosario, lo apodaban Don Chicho Grande, lo curioso es que, a Francisco Marrone, que era como se llamaba realmente Chicho Chico, terminó enterrado en una quinta de Morón.
- Algo conozco del tema- apuró la ginebra y pidió otra- una noche en “El farolito”, después de una ronda chiva de codillo y varios vinos, Eduardo Teodoro Espíndola me contó la historia. “A Don Marcial Salomón había dos cosas que le gustaban mucho, hacer bandera de que tenía línea con la mafia y la otra, el escabio. Una noche en un boliche de la calle Udaondo se le escapó un secreto y contó que, en su quinta, la de los duraznos, estaba enterrado Don Chicho Chico”. Pasaron un par de años y en una tarde de insoportable calor del año ‘38, un grupo de policías y periodistas se amontonaban frente a una fosa, al pie de un duraznero. El Juez de instrucción escoltaba disimuladamente al tipo con esposas que murmuraba: ¡La “Maffia” non perdona Signori! ¡Fare adurmiscere!… (castiga con la muerte).
Furibundo Tempo miró a Marcelo con curiosidad…
- Y entonces…
- Lo que pasa es que cuando era muy pibe me contaban esta historia, y no le prestaba atención, o si, pero no me acuerdo. Me quedaron algunos retazos, algunos nombres… estoy preocupado, ya me olvidé un montón de cosas. Me gustaría reconstruir lo que pasó y para eso lo necesito a usted, es muy importante para mí.
- Veremos qué podemos hacer. – Lo dijo mientras se ponía el abrigo y se calzaba el sombrero, le había quedado en el tintero quién era la o el que contaba la historia, pero no preguntó.
Furibundo Tempo puso manos a la obra…
El hombre conocía los atajos que tiene la memoria y se encontró con algunos viejos, hizo un viaje a Rosario, leyó varios libros y miró varias veces la misma película.
El argelino, Alí Ver Amar de Sharpé, Francisco Marrone y Chicho Chico fueron las distintas maneras de nombrar a una misma persona, el tipo había caído en Rosario cuando empezaba la década infame, varios periodistas, escritores y parlanchines le adjudicaron un prontuario frondoso. Italia, dicen, fue su teatro de operaciones. Cuando la policía lo tenía en la mira el chabón se rajó, los escribas afirman que cuando llegó a Rosario traía en un bolsillo órdenes expresas de la mafia, radicada, como todos sabemos, en Sicilia. Como estas historias son incomprobables la imaginación de las plumas vernáculas dibujaron varios pasados en el viejo continente de “Chicho Chico”. La versión menos difundida fue, que era un cafiolo al que un día se le fue la mano con una piba y los hermanos se la juraron.
Furibundo Tempo navegó en la historia, se impregnó de añejos sentires, por las noches lo visitaban antiguos fantasmas que desde los misterios del pasado le contaban historias. Estuvo un tiempo en el tenebroso mundo de los muertos hasta que un día volvió y decidió contarle a Marcelo Fiore Quercetti su periplo. No lo citó en ningún lugar, ni le mandó un mensaje, ni lo llamó por teléfono. El viejo profesor despachó la carta certificada en el correo de la avenida Pedro Díaz.
Marcelo hacía varios años que no recibía una carta, cuando leyó el remitente la abrió rápido, se encontró con varias hojas de papel romaní, el texto estaba escrito a mano, con tinta azul documental y letra cursiva. El hombre fue hasta la cocina, puso la pava y preparó el mate, se acomodó en la cabecera de la mesa y comenzó a leer.
“Estimado Marcelo:
Antes que nada, le quiero agradecer, hacía mucho tiempo que la investigación histórica, a la que dediqué gran parte de mi vida, no me llevaba por esa senda donde el tiempo se derrite. La historia de Francisco Marrone, ha despertado la curiosidad de mucha gente, pasa que los condimentos que la componen son fascinantes, pero usted, eso ya lo sabe.
Hay una película argentina, “La maffia”, dirigida por Leopoldo Torre Nilsson, protagonizada por Alfredo Alcón, José Slavin y Thelma Biral. La historia cinematográfica muestra por qué nuestra Rosario fue bautizada como la “Chicago argentina”, el rigor histórico está puesto ahí, las vidas de Chicho grande y Chicho chico fueron deformadas, tal vez para que el cuento mafioso tenga sentido. Este largometraje fue estrenado en Buenos Aires en marzo del ’72, no puedo dejar de mencionarle, que en ese mismo año se estrenó “El Padrino”, dirigida por Francis Ford Coppola, protagonizada por Al Pacino, Marlon Brandon, Diane Keaton… Pero, todo esto, usted ya lo sabe.
Los periodistas de esa época y después los historiadores coinciden en que, el argelino, Alí Ver Amar de Sharpé, llegó a Rosario cuando empezaba la década infame, inmediatamente le mostró a Don Chicho sus credenciales y se especializó en el secuestro y la extorsión. En poco tiempo reclamó su independencia gestando sus propios negocios y la comunidad lo bautizó “Don Chicho chico”, teniendo que aclarar de ahí en más cuando alguien decía Don Chicho, si era el grande o el chico.
Dicen que a Francisco Marrone, el verdadero nombre de Don Chicho chico, el secuestro de un pibe de la capital, perteneciente a la crema burguesa, le salió muy mal. La muerte del muchacho provocó la reacción de las autoridades nacionales que salieron a buscar por todo el país a los asesinos. Chicho grande, para ese entonces, medio retirado ubicó al argelino y lo citó en su casa de Buenos Aires. Así se cierra la historia, con el asesinato de Chicho chico, con el entierro clandestino en una quinta de Morón. Pero, todo esto, estimado Marcelo, usted ya lo sabe.
Don Chicho grande tenía una hija, Ágata Galiffi, conoció a
“El argelino” cuando tenía 23 años. Dicen que ese fue el comienzo de un romance sin destino. Encuentros clandestinos, disimulos descuidados, caricias y besos al paso, generaron una relación que los llevó al umbral del amor. Cuando a Francisco Marrone lo buscaba toda la policía federal la última persona que lo vio fue Ágata. Los ojos verdes más hermosos que se hayan visto quedaron rojos de tanto llorar, él le dijo que se tenía que ir, que no sabía si la volvería a ver y que sin dudas ella era el amor de su vida. Juan Galiffi por algo había llegado a ser Chicho Grande y cuando conoció la causa de la pena de su hija reaccionó y lo hizo como lo hace la mafia, lo sentenció a muerte a “El argelino”, a “Francisco Marrone”, a “Chicho chico” y también a “Alí Ver Amar de Sharpé”. La ejecución fue materializada cuando lo citó en su casa de la calle Pringles 1253, cuando el otoño de 1932 asomaba. Pero, todo esto, estimado Marcelo, usted ya lo sabe.
Parece que la ejecución en la casa de Don chicho nunca ocurrió, Marrone fue golpeado, torturado, pero no lo mataron. Fue trasladado al oeste del gran Buenos Aires y el verdugo (Juan Rubino) no cumplió su función, pasaba que el hombre debía un gran favor. El entierro en la quinta de Don Marcial Salomón fue una puesta de escena, el muerto era un vagabundo. Es cierto, ese día, “Chicho el chico” murió para siempre. Algunos retazos de esta verdad aparecen en la película de Leopoldo Torre Nilsson.
La verdadera historia comienza 15 años después en Castelar. El 10 de marzo de 1957 el piloto César Raúl Piñón, del Grupo de Caza Interceptora, a poco de haber despegado de la Base Aérea de Morón, pilotando un Gloster Meteor, perdió altura y chocó en la esquina de Av. Libertador y Maison contra dos casas, ocurrió a las 11,30 horas de la mañana. Destruyó el primer piso de una de las viviendas, donde quedaron el fuselaje y un ala. El resto de la nave, en llamas y a gran velocidad, continuó tres cuadras más por la calle Maison, pasando por el costado de la plaza, y por la puerta de la Escuela Nº17, incendiando y destruyendo en este recorrido otras casas. Los restos se quedaron quietos y ardientes en la esquina de Maison y Dardo Rocha. El recorrido mortal había dejado 20 muertos y medio centenar de heridos.
Un hombre muy mal herido quedó sentado en el suelo, contra la pared de una casa que había quedado sin techo. Eduardo Teodoro Espíndola vio el desastre de lejos, corrió y se acercó al tipo que respiraba con gran dificultad, el hombre en un susurro le pidió que le avise a la familia y le dictó una dirección. La mano hecha un puño estrujaba una vieja carta, cuando estiró el brazo para dársela a Espíndola se le escapó el último suspiro. Llegó a la dirección que le había dado un par de horas después, la mujer de unos cuarenta años lo atendió con desconfianza, cuando le entregó la carta y la anotició de lo ocurrido, ella lloró en silencio.
Tenían dos hijos, vivían en Villa Tesei y los dos trabajaban en Italar, la carta que estaba escrita en italiano se la llevó Espíndola para traducirla.
No es necesario contar el final, solo me queda agregar que Juan Galiffi fue deportado en el año ’35, le habían aplicado la ley de residencia, murió en Milán en un bombardeo aéreo inglés, contra el régimen de Benito Mussolini, del que Don Chicho decía ser amigo. Ágata Galiffi, el gran amor de los dos Chicho, murió en San Juan, el 6 de julio de 1985.
Dicen que son varios los nietos de “El argelino” que viven en el oeste del gran Buenos Aires, la carta, que nunca fue devuelta por Espíndola, la saben leer algunos italianos en reuniones clandestinas.
Amigazo, agradezco enormemente este viaje que con su curiosidad hizo posible. No puedo dejar de mencionar que en todo este periplo me ha surgido una profunda sospecha. Pero todo esto, estimado Don Marcelo Fiore Quercetti, usted ya lo sabe.
Enorme abrazo de un amigo.”
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