EL PODER DEL ENCANTAMIENTO
19/02/2023 Desactivado Por ElNidoDelCuco
Por ANDRÉS GARCÍA
Lo intento, te juro que lo intento, pero no encuentro explicación. Ni la vuelta de Perón, ni la recuperación de la democracia movilizó tantas personas como la conquista del último mundial de fútbol. A mí también me pasó por arriba como un tren descarrilado. Cual gesta épica de héroes griegos que buscan fascinar a los dioses del Olimpo, festejamos los eternos laureles en el Coliseo moderno donde nadie muere, pero parece estar en juego la vida. El hechizo es tan poderoso que nos conmueve hasta las lágrimas. Yo compro el paquete completo, como si fuese Navidad o noche de Reyes.
Me repito una y otra vez que no voy a caer en la trampa, que ya conozco como funciona la maquinaria, como nos manipulan los medios, como somos hablados por la opinión y disciplinados por las costumbres. Pero salgo a festejar y lloro de emoción cuando veo las repeticiones de la saga. Por todos lados lustran el bronce de la humildad, el juego en equipo, la superación y la gloria, como moraleja de lo que debemos ser. Como contraste y reproche. La moral pequeño burguesa metiendo el dedo en la yaga de la culpa, para que lleguemos a tiempo a la iglesia y confesemos nuestros pecados.
EL ESPEJO INVERTIDO
Me repito una y otra vez que no voy a caer en la trampa, pero ahí estoy pidiéndole al Diego que Messi haga el gol o el Dibu ataje el penal, haciendo los cuernos cada vez que el rival llega al área, siempre sentado en el mismo lugar, no vaya a ser que nos quedemos afuera por mi culpa. El poder de sentir que uno está haciendo algo para ganar, que es parte esencial de lo que está pasando a miles de kilómetros de distancia. Por eso nos incluimos en el “ganamos”, “le metimos tres” o cualquier fraseología inclusiva. Queremos colgarnos de las tetas de las Moiras.
El amor patológico por Maradona o Messi dejó chiquito a cualquier prócer y destronó al mismísimo Dios del altar. El hijo del hombre conquistó el mundo con su evangelio mundano. No curan a nadie ni resucitan muertos, no dan de comer ni generan trabajo, pero hacen milagros deportivos que movilizan más gente que el peronismo. El deseo de una generación frustrada por las derrotas arrastró a la gente a las calles, como una procesión que intenta conjurar nuestro propio fracaso. El festejo desmedidamente apasionado es el síntoma de una profunda carencia. El espejo invertido.
DIOSES Y HOMBRES
Las iglesias se convirtieron en museos de dioses muertos. La misa en los estadios genera más creyentes que las religiones. Algunos dicen que es la sublimación de la guerra, pero la verdad es que a veces también se matan. Inquisiciones y fanáticos sin cruces ni lunas ni estrellas. Solo banderas luciendo los colores de la gloria. Se canta para comulgar, pero también para alentar a los gladiadores del Circo. El espectáculo no sería nada sin los feligreses y los capangas, sin las víboras y las plumas de panelistas de la polémica, sin las tarántulas disecadoras que tejen la tela para quedarse con todo. Ahí detrás del escenario está el negocio de la fascinación, bien repartido entre pocos, como manda el sistema.
LA PELOTA NO SE MANCHA
Yo soy de la generación que jugó en los últimos potreros. Barrio contra barrio, por la coca o por nada. Pasamos del barro al sintético, pero el fútbol sigue siendo un deporte popular. La pelota no se mancha por los pecados del negocio del espectáculo. Hay un sentimiento de gloria que sigue intacto desde las primeras guerras. La codicia hace caja en todos los aspectos de la vida, pero desaparece en el resplandor de la gloria sin dejar manchas. La copa se levanta como un arco del triunfo, símbolo de una odisea digna de Ulises. El encantamiento en su máxima expresión.
Cuando juego al fútbol con amigos por nada, siento lo que significa la pasión por este deporte. No hay manera de ensuciar eso. Y tampoco se opaca el asombro ante los milagros vistos en la arena del Circo, donde unos pocos hombres demuestran qué tan cerca están de los dioses. Obvio que ese brillo es pulido para que cotice en bolsa, pero no nos castra el sentimiento.
A pesar de todo, el cáncer ideológico hace metástasis colando el nacionalismo representativo o el fanatismo kamikaze en una pasión sin tantas pretensiones. Todo es transformado en violencia para que la picadora de carne siga haciendo hamburguesas para la gilada.
ELIJO CREER
El argentino se tomó tan enserio el Mundial de fútbol, que eligió creer. Quizás la frase más lograda de todas, por su poder hipnótico, por su fuerza de contagio. Elegir creer es distinto a creer. Es una apuesta que se defiende como inevitable. Un gualicho con garantía.
Tan intensa fue la enfermedad que hasta un tema se compuso. Sonaba en los estadios como un himno alternativo, y como un mantra sagrado encendía la llama de la argentinidad para que los miedos perdieran sus sombras. En definitiva, un oráculo que venía a confirmar lo que habíamos elegido creer.
NUNCA EL PEÓN SE COME AL REY
El fútbol profesional es un híbrido de dos deportes: el fútbol y el ajedrez. No hay dudas de que los jugadores son los protagonistas del evento, pero con el tiempo el Director Técnico cobró una importancia fundamental. Se convirtió en un estratega. Como un Mariscal de campo, evalúa las posibilidades de acuerdo a las circunstancias. Esquemas, tácticas y picardía se mezclan en la arena del Circo para darle un plus ultra a este deporte. El poder del encantamiento es doble.
Pero todos sabemos que en el ajedrez de la vida el peón nunca se come al Rey. Nacemos y nos desarrollamos en un mundo de hechos consumados y consumidos. Todo es transformado en un producto de consumo con su respectivo espectáculo publicitario. El fútbol no escapa de esta lógica de desechos.
Pero que lindo es el ajedrez del fútbol. Que admirables las mentes maestras del trabajo táctico.
PASIÓN SIN VAR
Intenté de alguna manera darle una explicación a esto sin caer en el trotskismo forense, me dejé llevar por la nostalgia romántica para aligerar la carga crítica de la verdad, salirme del fastidioso lenguaje del “periodismo deportivo”, alejarme del análisis técnico del juego, y me encontré cara a cara con la pasión. Pero no la pasión del “barra brava”, que es un desecho escatológico del espectáculo, sino la pasión del hincha de fútbol o del que juega con amigos y grita desaforadamente un gol como si eso transformara al mundo o cambiara la historia.
Todavía no lo termino de entender, y creo que está bien que así sea, porque eso es lo más lindo del fútbol, que sea un sentimiento inexplicable, inmune a cualquier mancha bursátil y a cualquier VAR de eunucos analistas.
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