YO ESTOY AL DERECHO

YO ESTOY AL DERECHO

15/02/2023 Desactivado Por ElNidoDelCuco

 

 

 

 

 

 

 

 

Por ALFREDO ROSSO

Pequeña reseña a cargo de Alfredo Rosso sobre los primeros pasos de una banda de Hurlingham,  única e indefinible que mezclaba estilos como no lo hacía nadie hasta el momento. 

 

                  Febrero, 1982. El director artístico de Phonogram, Adrián Berwick, señaló el cassette que descansaba sobre su escritorio y me dijo: “Tengo algo para que escuches y me des tu opinión. Es una banda nueva: dos argentinos, una inglesa y un italiano educado en Gran Bretaña. Acabo de grabarles un demo y no sé muy bien qué hacer con ellos”. La duda de Berwick se justificaba: en febrero de 1982 no era fácil introducir en el mercado del rock nacional a un grupo de estilo indefinible, que mezclaba punk-rock con reggae y que –encima– tenía letras en inglés.
Salí de las oficinas de Phonogram con el cassette en el bolsillo y una idea dándome vueltas en la cabeza: verlos en vivo. Tenía una sola pista: ese sábado iban a tocar en un local de Olivos. Mastropiero era el clásico bar-whiskería de los años 80: paneles de madera en las paredes, barra acolchada, mesas y sillas macizas y vidrios traslúcidos. Los sábados a la noche era un reducto de parejas y de amigos tomándose un par de cervezas. La música ambiental era típica de las FM de entonces: baladas tipo “All by Myself”, de Eric Carmen y “Feel Like Makin’ Love”, de Roberta Flack.


Llegué apenas pasada la medianoche. Al rato las luces bajaron y Stephanie Nuttall, semitapada por su batería, ocupaba buena parte del escenario. A su derecha, un delgado y morocho bajista llamado Alejandro Sokol hacía equilibrio para caber en su rincón. A su izquierda, Germán Daffunchio lucía reconcentrado, arqueado sobre su guitarra eléctrica y casi de espaldas al público. El centro del escenario lo dominaba el cantante, un personaje macizo que tenía delante de sí una cajita electrónica y, a su lado, una guitarra acústica. Llevaba una grotesca careta de hippie con barba mefistofélica y unas crenchas de pelo a lo Rasta que salían como tirabuzones y colgaban a los costados. De a poco fue surgiendo el ritmo machacón, hipnótico, de “Night & Day”. Cuando el tema alcanzó el pico de su crescendo, el cantante se arrancó la careta, revelando rasgos faciales poderosos y una soberana pelada. Era, por supuesto, Luca Prodan.
No lo sabía entonces ,  pero estaba presenciando el segundo recital, propiamente dicho, de Sumo.

 

El embrión de Sumo comienza a gestarse en 1968 con la amistad de dos estudiantes pupilos de Gordonstown, un colegio privado escocés: un italiano llamado Luca Prodan y un argentino, Timmy Mackern. “Entre nosotros se dio un acercamiento casi natural”, recuerda Timmy hoy, “ya que ambos éramos tratados por los británicos con cierto tono despectivo por nuestra calidad de extranjeros. Allí empezó la amistad con Luca, que se afianzó durante los tres años siguientes. Un día, cuando le faltaban seis meses para terminar el colegio, Luca se rayó y se escapó. Vendió una escopeta de caza que le había regalado el padre y se volvió a Italia”.

Luca Prodan aprendió a tocar la guitarra gracias a las enseñanzas de un profesor inglés de Gordonstown, que era el jefe de los boy-scouts. Timmy Mackern cuenta que durante el verano que pasaron en Italia, Luca iba a la Plaza España, por ese entonces un reducto de los hippies romanos, y tocaba para los turistas. Luca y Timmy vuelven a encontrarse en Londres, donde comparten un departamento en Chiswick, cerca del jardín botánico Kew Gardens. Timmy estudiaba fotografía y Luca trabajaba en una empresa de seguridad. El hobby de ambos eran los recitales. Era la época de oro del rock sinfónico y progresivo y vieron de todo: Van der Graaf, Robert Wyatt, Henry Cow. “En esa época también empezaba a pegar el reggae”, dice Timmy, “pero todavía era medio mal visto por la sociedad inglesa; estaba confinado a barrios de inmigrantes, como Brixton”.
Mackern retorna a la Argentina al enterarse de la muerte de su padre y decide quedarse. Luca sigue en Londres y comienza a trabajar en la disquería Virgin. “Un día me escribe diciéndome que era adicto a la heroína, que tenía hepatitis y que estaba todo mal”, 

Luca Prodan vino por primera vez a la Argentina al filo de los 80. “Al principio quería hacer algo en el campo, aprender alguna cosa”, dice Timmy. Después de un tiempo, sin embargo, empezó a rondarlo la idea de formar un grupo de rock. “Veía lo que estaba pasando en Argentina con la música y decía que estábamos muy atrasados. Él venía de pasar por la explosión del punk y aquí todavía estábamos a años luz de todo eso. No habían salido ni Virus ni Soda ni el bar Einstein.”
Luca sintió que podía hacer algo aquí. Entonces volvió a Londres, juntó algunos pesos que tenía guardados, vendió algunas cosas y con lo reunido compró una portaestudio y algunos instrumentos. De paso invitó a unirse a la incipiente banda a su ex compañera de departamento, la baterista Stephanie Nuttall. 


Stephanie y Luca pasaron unos días más en la casa bonaerense de Timmy, en Hurlingham y, después de tomarse una tarde para comprar una batería, la comitiva puso proa hacia las montañas de Traslasierra, donde se juntaron con Germán Daffunchio y Alejandro Sokol. Luca conoció a Germán Daffunchio -cuñado de Timmy, hermano de su esposa Inés– y a su amigo Alejandro Sokol. Cuando supo que tocaban algo de guitarra los invitó a integrarse a Sumo. “Un día que estábamos en Buenos Aires, Germán fue a Promúsica, ahí en la calle Florida, y con su recibo de sueldo sacó una guitarra eléctrica a pagar en 20 cuotas”, recuerda Timmy. “Se la llevó para Córdoba y empezó a tocar con Luca. A aprender a tocar, en realidad.”
En noviembre del ‘81 Sumo comenzó a ensayar en la casa cordobesa de Timmy, en El Huayco, a pocos kilómetros del pueblo de Nono. “Ensayábamos desde las 10 de la noche hasta las 6 de la mañana”, dice Daffunchio. “Al principio los temas eran sólo de Luca. El que le dedicó a su hermana muerta, Claudia, ‘Warm Mist’, y ‘Regtest’, ‘Teléfonos que suenan en habitaciones vacías’… También había covers: ‘Five Years’ de David Bowie, ‘Goin’ Up the Country’ de Canned Heat, ‘Solid Air’ de John Martyn. 

El primer tema que salió de los ensayos fue ‘Night & Day’, después de una noche… llamémosla de festejos. Recibíamos grandes lecciones de Luca. El tipo sacaba los discos simples de su colección y nos enseñaba. Me acuerdo de tapas con rastas adorando una planta… Se dio una química increíble y Luca siempre fue la punta de la flecha. Después de dos meses de ensayos intensos, Sumo bajó a Buenos Aires y tocó por primera vez en público en el patio de la casa de Hurlingham, el día de Año Nuevo 81-82; un recital para familiares y amigos del barrio. Más importante, aún, en esos días grabaron su primer demo.

Esa primera versión de Sumo pronto iba a enfrentar su primera prueba de fuego. Ocurrió en marzo de 1982, durante un festival en la cancha de Estudiantes de Buenos Aires, en Caseros. Participaban bandas en vías de consagración, como Memphis La Blusera, Los Violadores y otras que se perdieron en los pliegues de la historia. A Sumo le tocaba la nada placentera parada de tocar antepenúltimos, justo antes de Orions -organizadores del evento– y de la atracción principal, Riff. 

Algunos apostaban a cuántos temas les iban a dejar tocar las huestes metaleras antes de utilizar elementos persuasivos para acortar el set. El tiempo de armado de instrumentos entre grupo y grupo era considerable y antes que saliera Sumo ya se escuchaban crujir los viejos tablones de Estudiantes con el grito de la hinchada del Carpo & Cía: “¡Y dale Pappo, dale dale Pappo!”. Al rato sube Sumo. Alejandro y Germán toman sus instrumentos, Stephanie se sienta a la batería y, último, sube Luca, todavía con el truco de la careta de hippie que, al sacársela, revela al pelado que hay debajo. De repente, un ¡¡aahhh!! general de sorpresa: un cantante pelado era algo insólito en el rock argentino. Luca no estaba dispuesto a desaprovechar el momento. Revelando desde temprano su enorme carisma con la gente, encaró a la “pesada” de Riff y les dijo, en un castellano cargado de acento romano: “¡Para que sepan, Pappo es mi amigo! ¡Y es más, le juego una carrera a Pappo tomando ginebra, cuando él quiera!”.
En el campo, en los alambrados, en las tribunas se hizo un instante de silencio que pareció eterno, lo que siguió fue un aplauso de reconocimiento, cerrado y sincero. La pesada metalera se dio cuenta de esas cosas que están más allá de las palabras. El pelado tiene aguante.


El show de Sumo en el festival de Estudiantes no fue excepcional. Esa formación tuvo días mucho mejores. Pero lo importante fue lo otro. Ese entrar en el rock nacional sacando pecho que Luca, German, Alejandro y Stephanie consiguieron esa tarde de marzo del ‘82, en condiciones francamente adversas. A pocos días del recital de Estudiantes, Galtieri y compañía entran en la  guerra de Malvinas. En medio de la propaganda antiinglesa, Sumo tuvo que ingeniárselas para conseguir recitales en la Capital y el Gran Buenos Aires, disfrazando el origen de dos de sus miembros de las maneras más cómicas e insólitas. 


Vino el primer enroque de piezas: Alejandro pasó a la batería y un viejo amigo de Hurlingham, Diego Arnedo, se hizo cargo del bajo. Con los meses aumentó el repertorio de temas y, de a poco, los clubes se fueron transformando en teatros y las tímidas columnas de las revistas especializadas se volvieron notas de varias páginas. En el habitual sube y baja por el que pasa toda banda, Alejandro se tomó unos años sabáticos de rock y entraron Roberto Petinatto, Ricardo Mollo y Alberto Troglio.

El resto, como suele decirse, es historia.

  

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