AMOR A PRIMERA VISTA

Situémonos en un estadio de futbol repleto. Todos cantan. 50.000 personas al unísono cantando. No importa si es un partido de futbol o un recital. 50 mil voces cantando. El poder de la voz humana se hace presente.

Si el escenario cambia y es Plaza de Mayo ese poder ya tiene otras connotaciones.

El poder de la vos humana.

Parece que nadie se diera cuenta y sin embargo está ahí.

Nos podemos hacer escuchar, de lejos, desde el anonimato del público, esa mascarada endulcorada pero eficiente.

Sobran las teorías sobre cómo el canto de la hinchada influye sobre un equipo de futbol. Y cómo la voz humana en multitud ha cambiado el curso de la historia también.

El poder de la voz humana, que como una orquesta multitudinaria de trompetas hiciesen sonar el escarmiento.

Pero el instrumento más bello del universo está asordinado contra ese poder. Mejor hablar el idioma sin ritmo ni música. El idioma muerto. El lenguaje cobarde.

Hay que volver a enamorarse de la música, a primera vista. Poseídos por los misteriosos pliegues del tiempo, suspendidos en la belleza eterna de una melodía que nos acuna maternalmente. Conscientes del poder transformador.

La música nos libera de las cadenas ideológicas. Crea voces genuinas en una multitud de posibilidades. Esas voces brillan como luces y no hay árbol que tape el bosque.

Las catástrofes bíblicas solo ocurren en culturas bíblicas. Un nuevo cantar hace falta para que bailen a otro ritmo las nuevas generaciones.

Imaginemos un árbol frondoso y un viento bravo. Escuchen la multitud de hojas vibrando al paso del viento. Algunas serán arrancadas. Pero el árbol se hace escuchar.

Así debería sonar la voz humana.