DARSE CUENTA O TIERRA DE POCOS

DARSE CUENTA O TIERRA DE POCOS

06/06/2020 Desactivado Por ElNidoDelCuco

 

 

 

 

 

 

 

 

Por SERGIO DI BUCCHIANICO

             En otras oportunidades, ya nos hemos referido en este espacio a las diferencias y coincidencias entre el comportamiento individual y el social. También creemos haber dejado en claro, que a pesar de las disimilitudes entre ambos, parece haber concomitancias que tendrían que ver con las expectativas que tanto sujetos como colectividades construyen de cara al futuro, basándose en el criterio de esperanza como único recurso potencial, sin tener en cuenta lo engañoso y frustrante que sería depositar expectativas en conjeturas ancladas en percepciones o simples deseos, cuando a lo mejor lo mas acertado y conveniente podría ser: concretar acciones basadas en razonamientos de orden material y no abstracto, dado que como bien afirmaba Frederic Nietzsche en su Anticristo: “La fe no mueve montañas, sino que inventa montañas donde no las hay”. De lo que invariablemente se concluye -dejando nulos posibles márgenes de error- que mientras la nebulosa mística cubra con sus velos oscurantistas nuestros pensamientos, seguramente éstos permanecerán en un estancamiento vegetativo casi letal, vinculado a la conformación de un devenir superador, en tanto y en cuanto no se sobrepase el escollo mágico-religioso, intrínsicamente relacionado al concepto de fe. Es decir, hasta darse cuenta del mal que se padece en términos concretos, tangibles.

Desde ya, ésta afirmación no conlleva argumentos de carácter sociológico, ni psicológico, tampoco antropológico, ni de ninguna de las disciplinas llamadas humanísticas que suelen nutrir o cuestionar la dicotómica relación entre las conductas del sujeto masificado, versus las conductas del sujeto individual.

Es necesario aclarar que no es nuestra intención refutar, y mucho menos contradecir los postulados de ninguna de las ciencias dedicadas al estudio del hombre, sino permitirnos reflexionar, y esbozar alguna conclusión acerca de interrogantes que desde hace mucho tiempo rondan en nuestro entorno, acrecentando incertidumbres y destrozando certezas.

Entre las dudas que embargan el limitado entendimiento que poseemos, se podrían mencionar las siguientes: ¿Cuánto tiempo debe transcurrir para que se reconozcan errores del pasado que nos permitan modificar el rumbo de un destino eventualmente no deseado? Y ¿Cuántas horas de debate reflexivo, de experimentación empírica, de razonamiento lógico debería tener una sociedad, para “darse cuenta” que los caminos transitados tendrían que ser -por necesidad histórica- el producto del libre albedrío social -si es que existe- estructurado en argumentaciones razonables bajo el paradigma del bien común; y no el resultado de hediondas manipulaciones del poder?

Enigmas que surgen en un marco de entendimiento consensuado, respecto a que “darse cuenta” sería el acto revelador que admite abordar acontecimientos que atentaron o atentan contra los propios intereses y los de nuestros pares; y que serviría de sustento elemental para la elaboración de programas abocados a dar solución a problemáticas directamente ligadas al sector que pertenecemos, en la desigual estratificación social impuesta por los diversos modelos económico-político-sociales, del cada vez más aceptado y menos impugnado capitalismo.

Por otro lado, se podría aventurar que algunas personas resuelven sus dificultades individuales en un abrir y cerrar de ojos, otras en cambio necesitan transitar largos caminos de autorreflexión en determinados ámbitos terapéuticos que muchas veces demandan periodos infinitos de vida, es decir, el “darse cuenta” no llega jamás, como si se tratara de una premonición imposibilitada de ser realizable, vaya a saber uno, por qué misteriosos designios. Pero lo realmente preocupante es que si algo similar sucediera a nivel masivo nos encontraríamos en un verdadero berenjenal existencial, ya que la resolución de conflictos generales, sin lugar a dudas, afectaría positivamente la vida individual; pero al quedar estos últimos, huérfanos de soluciones plausibles, también nuestros tragedias íntimas culminarían atadas a carencias de orden resolutivo ante peligros de carácter universal… y eso sería lo más parecido a un fin desolador e inminente, que cualquier irrelevante improvisador de letras paganas, podría definir con facilidad.

Creemos -y decimos creemos porque solo contamos para nuestras aseveraciones con precarias interpretaciones, cuyo mayor prodigio es carecer absolutamente de rigor científico- que a veces las sociedades al igual que los individuos estiman modificar el rumbo de su porvenir en menos de lo que canta un gallo, solo si previamente ocurre el hecho que aquí nos convoca: “el darse cuenta”. Y algo así parece haber ocurrido en los días de diciembre de 2001: “el darse cuenta” provocó la fuga de un presidente; o yendo más atrás: el levantamiento cara pintada también entraría sin dificultad en esta categorización, pues la movilización popular impulsada por el “darse cuenta”, frustró un factible golpe de estado; o el histórico 17 de octubre: donde la decisión de un pueblo organizado liberó al líder encarcelado, debido a que probablemente se haya dado cuenta del poder que otorga la unidad; y otros muchos casos más, que citarlos nos ocuparían océanos insondables de escritura.

Pero al mismo tiempo, observamos que suelen producirse conductas sociales a lo largo de la historia, donde pareciera ser que al inmenso cuerpo social le resulta imposible “darse cuenta” de fenómenos que se suceden y se repiten incansablemente, además de agredir, dañar, corromper y hasta destruir las redes vinculares que lo sostienen: energía esencial, pilar necesario y recurso vital para cualquier régimen político, social, económico y cultural, puesto que sin esas redes vinculares no hay sistema posible. En consecuencia, el no “darse cuenta” sería una forma de complicidad autodestructiva que convierte al campo popular en tierra de pocos. Basta repasar brevemente algunos hechos perfectamente comprobables, que se podrían comprar con sal en las heridas de una sociedad, que aparenta estar condenada a permanente terapia intensiva.

En este tramo del texto resulta imposible no recordar el regreso de Perón luego de dieciocho años de exilio, cuya misión redentora fuera la concreción de la patria socialista, pacificación nacional mediante, y que paradójicamente concluyó con Isabelita y López Rega en el gobierno y la Triple A en el poder, generando el escenario perfecto para un genocidio sin precedentes, pero los argentinos… no nos dimos cuenta. En el 1976 nos dijeron que la reorganización nacional venía de la mano de los uniformes con consignas tales como: “tiempo de vacas gordas” y “somos derechos y humanos”, como resultado tuvimos 30.000 desaparecidos, la ley de entidades financieras, la desnacionalización de bancos entregando el ahorro nacional a manos extranjeras, el aumento de sueldos a militares que duplicaban el salario de trabajadores, el mundial 78, la guerra de Malvinas, etc., etc., etc… y tampoco nos dimos cuenta. Recordemos de paso, el axioma: con la democracia no solo se vive, sino que se come y se educa…, que arrojó como secuela: el plan austral, la hiperinflación y el adelantamiento de las elecciones… aquí tampoco pudimos darnos cuenta; allá por los ’90: revolución productiva, salariazo, y la promesa de un estado eficiente, fueron la correa de trasmisión para dar origen a las privatizaciones más descarnadas (con la aprobación y el voto de quienes una década después estatizaban con bombos y platillos), además de la desocupación más elevada de la historia y cientos de casos de corrupción que aún hoy siguen impunes, reelección de por medio, y… no nos dábamos cuenta; luego, llegó el gobierno de la alianza que prometía honestidad repartiendo coimas en el congreso y corralitos bancarios. Inmediatamente después irrumpió el despojo legalizado con el inolvidable: “el que depositó dólares recibirá dólares”, sin nombrar el asesinato de Maximiliano Costeky y Darío Santillán en un marco de represión feroz perpetrado por muchos de los que aún hoy gozan del privilegio de ser votados… y seguíamos sin darnos cuenta. Así, arribamos a la primavera kirchnerista, con el ingreso de divisas más grande de la historia a través de la explosión sojera, que auguró futuros de inclusiones perpetuas, obras públicas interminables y corruptas, y asignaciones universales para todes; inmediatamente después conocimos el retroceso cristinista -porque lo que no avanza retrocede- cristalizado en acuerdos con Chevron, Monsanto, ley antiterrorista y algunas rutas de un dinero non tan santo. Al poco tiempo, compulsivamente el electorado argentino recibió la candidatura de Scioli, dejando al descubierto el rostro más derechista posible del tan nombrado y tan falaz proyecto nacional y popular, a pesar de ello, “el no darse cuenta” flameaba como un estigma disfrazado de estandarte, en los aires republicanos de nuestra argentinidad.

Posteriormente -apenas cinco años atrás- se produjo la instalación en el poder -a través del voto republicano y democrático- de la aristocracia empresarial con olor a cianuro, a bosta de vaca y a panamá papers, prometiendo pobreza cero a través de alegres y amarillas revoluciones, que concluyeron en 40% de desocupación, negociados infames y pornográfica fuga de capitales. Pero lo curiosamente sorprendente fue -y sigue siendo- que el proceso descripto mantuvo la característica histórica y enfermiza de estar atravesado por la ausencia mortal del no “darse cuenta”.

Así mismo, hoy con la vuelta de los viejos lobos con piel de cordero, jubilaciones congeladas, pagos incondicionales de deuda no tan popular como sus slogans, pandemia, aislamiento social obligatorio y mucha, pero “mucha tropa riendo en las calles”, nos encontramos enredados nuevamente con la fe, la esperanza y la salida mágica, en los umbrales de un nuevo orden económico internacional y sus derivaciones socio-culturales, que acaso nos sorprenda deambulando de aquí para allá, por el desierto fantasmagórico de un Alzheimer colectivo, en una tierra de pocos que pudo ser de todos, y donde el éxito del gran fracaso personal y grupal, estará signado eternamente por el mítico, eficaz y siempre funcional, no “darse cuenta”.

  

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