EL HÉROE

EL HÉROE

05/11/2019 Desactivado Por ElNidoDelCuco
















EDITORIAL

AÑO 2 – NÚMERO 12

                   El boliche “La Loba” estaba en el barrio de los olvidados, bien en la periferia; si el barrio estaba en los arrabales de la ciudad, el boliche estaba en los arrabales del barrio. La caprichosa traza de calles había dejado un triángulo que rápidamente algún funcionario municipal lo transformó en una plazoleta. Cuando los yuyos y los cardos parecían destinados a ocupar el lugar eternamente, una cuadrilla limpió el lugar e instalaron un pedestal, sobre la base de mármol amuraron una loba, debajo de ella dos niños dorados que con sus manos trataban de apretar las mamas del animal. Desde ese día, lejano, el boliche que estaba justo frente al monumento no necesitó jamás en su ochava un cartel con el nombre.

Fue Furibundo Tempo el que contó la historia fundacional de Roma, en ese lugar, donde nadie se había atrevido a decir en voz alta algo más que un “quiero retruco”. Juntar cuarenta tipos un sábado a la tarde en un boliche, de movida es difícil. Ahora, que los cuarenta, en el más profundo silencio dediquen toda su atención, a un personaje, que desgranando un episodio fundamental de la historia universal los interpele y los desafíe a hacer una nueva Roma, fue todo un hallazgo. El viejo historiador hizo notar los miles de años que tardó esa imagen en llegar hasta esa esquina, “que lejos está Roma de este barrio”, reflexionó. Desde ese día el talento y la inspiración tuvieron un lugar privilegiado, primero en el boliche, después en el barrio, que, como no podía ser de otra manera se llamó “La nueva Roma”.     

Nadie se acordaba de cuando el Turco Lorenzo había construido el boliche y la cancha de paleta, lo cierto era que los domingos el lugar reventaba de gente, algunos venían de ganarle a la noche anterior a puro codillo, truco, taba y ginebra. A la sombra de la cancha de paleta había crecido Julio Cesar que de pibito corrió detrás de las pelotitas negras, cuando se escapaban por arriba de los altos muros e intentaban esconderse en los yuyales y después, cuando empezó a pegarles con cualquier cosa. A los 14 años el pibe fue cosa seria con una paleta en la mano, sin embargo, ese muchacho encontraría su verdadera vocación una tarde, cuando “El Profesor” habló de un tal Picasso y de lo que fue capaz de hacer con un pincel. “Que un tipo con siete pinceladas pueda retratar el horror del que es capaz el hombre, es mucho más que una habilidad, es mostrarle al mundo que todavía tenemos alguna esperanza”. Fue Furibundo Tempo el que lo llevó a un profesor de dibujo y también el que le compró todos los elementos que se necesitan para pintar, nobleza obliga, dicen que la pequeña fortuna que gastó fue producto de una apuesta de un partido muy chivo que supo ganar el pibe.

El talento del muchacho floreció y se manifestó de diversas maneras, hizo carteles publicitarios, retratos de chicas que cumplieron quince años, el frente del almacén “Pereira”. Dos obras son celosamente guardadas en la memoria popular, una es “La ventana”, un mural que reproduce una escena de despedida, (una muchacha que se va rodeada de mariposas y el pibe de la mirada triste parado con una ventana abierta a su espalda). La otra es una obra que los críticos todavía mantienen en una áspera discusión, unos niegan terminantemente su existencia, mientras que otros reconocen una efímera existencia, de no más de un segundo y medio. La obra es en realidad una reproducción literaria que documenta los testimonios de más de treinta personas, todas testigos directos del evento. “Cuando le preguntaron de quién estaba enamorado, el muchacho se paró en una silla y levantó los brazos, justo a la altura donde se había estacionado el humo de los cigarrillos, sus manos se movieron armoniosamente, fue como si acariciara el humo, de pronto apareció un rostro inconfundible en el aire, duró poco, lo suficiente para reconocer a “La Turca”, la imagen desapareció cuando el artista dejo salir un inevitable suspiro de amor”. El párrafo, segmento fundamental del alegato de Furibundo Tempo ante la Academia de Arte, fue tomado por los eruditos como un florido relato. La prensa incrédula, esa que jamás acreditó merito alguno a la cultura popular, calificó al hecho como una verdadera “venta de humo”, inaugurando en nuestro país una filosofía de vida.

Julio Cesar Sarlanga pintaba y jugaba a la paleta, a los 18 en la cancha del turco Lorenzo no había quien le gane, cuando revocaron el boliche pidió permiso y en la pared del fondo pintó una cancha, esa que estaba afuera, repleta de gente… “la pelota parece ovalada, esa deformidad tal vez delata un defecto del artista… el pelotaris en el aire, en pleno movimiento, la paleta en un ángulo imposible, el brazo cortando viento sobre las gorras de vasco, la muñeca casi quebrada indicando un destino y la mirada acompaña una sonrisa de tambor y tanto”, escribió el cronista del diario local cuando le dijeron que en esa cancha se jugaría el partido del siglo.

El natural de “La nueva Roma” dominaba dos talentos de manera descollante pero no tenía definido con cuál de ellos quería convivir, la noche anterior al partido, vino tinto de por medio, le confesó al Profesor que su vida era pintar… “pasa que siempre estuve como escondido en una habitación oscura, despacito descubrí que había una puerta, que se empezó a abrir a paletazo limpio, afuera, pude ver por la hendija de la puerta entreabierta, que hay mucha luz, luz del cielo y parece ser que es un cielo de otro lado, sin embargo hoy me doy cuenta que esa puerta no la abrió una paleta, la abrió un pincel. Me voy esta noche don Furibundo”.

Oscar Messina llegó temprano, se acomodó en una mesa lejana, era imposible ignorarlo, la leyenda entraba con él. El manco de “Teodolina” fue el mejor de todos los tiempos, retobado, recitador, analfabeto. Suspendido por 99 años por la Federación, pasó que discutió un fallo de un juez a los tiros. Daba ventaja si la veía fácil y ganaba igual, había volteado al invicto de Colón, el Cabezón Papaolo, un imbatible en su pago. Le ganó a los campeones mundiales, en encuentros que rozaban la clandestinidad, por plata, a él no le gustaba jugar al pedo.

Solo Furibundo Tempo sabía que el partido no se jugaría y acariciando el vaso de ginebra esperaba el momento oportuno para hablar con Oscar Messina. El Manco tomaba whisky, cuando buscó el fondo del vaso vio en el fondo el mural, se levantó despacio y se acercó a la pintura, “¿Quién hizo esto?” preguntó… “Sarlanga, Julio Cesar, el pibe que juega contra Ud. hoy”, le contestó el bolichero. El Manco no sabía nada de pintura, pero era el que más sabía de paleta, frontón y pelotas nerviosas. Pasó la mano por la mancha ovalada y trató de imitar el quiebre de muñeca. Estiró el brazo y se le escapó una sonrisa, cosa que casi nunca ocurría. Cuando volvió a su mesa no pudo dejar de mirar aquella pintura.

  • Patrón, hoy no hay partido, Oscar Messina se va a su casa que ya hace rato no ve a su familia, además el Manco de Teodelina está un poco cansado.

Tomó sus cosas y con lento tranco cruzo el boliche, antes de que saliera Furibundo Tempo lo alcanzó y en voz baja le preguntó: “¿Que vio en la pintura maestro?”, “Imaginación Don… no se le puede ganar al que sonríe cuando imagina semejante cosa”, subió al auto que lo estaba esperando y se fue.

El mejor partido de pelota vasca de la historia no se jugó jamás, sin embargo hay tipos que juran haberlo visto.

Los que tuvimos la enorme fortuna de crecer en el barrio “La nueva Roma” quedamos impregnados de inspiraciones inexplicables, este cronista en una rocambolesca travesía un día llegó a la plaza mayor de Bruselas, las galerías de arte se asoman discretamente detrás de las solidas columnas. Juro que lo vi a más de 50 metros, con una vieja vidriera de por medio, el pibe estaba ahí, en una tela, con una remera que se me antojó gastada y aunque no pude definir el color, me pareció azul. En una habitación oscura, empujando una puerta que se abría venciendo al encierro, al otro lado la luz, cegadora, cálida, pura… en su mano hay un pincel, o no, tal vez puede ser una paleta, en esa parte del cuadro hay como humo y el humo tiene cara de mujer. A esa obra me la había contado una noche Don Furibundo Tempo. Se llama “El héroe”, ver la temblorosa firma cerca del marco me hizo sentir que Roma siempre estuvo en mi barrio.

 

Alejandro Braile

  

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