ESENCIA CALLEJERA DEL FÓBAL

ESENCIA CALLEJERA DEL FÓBAL

29/07/2019 Desactivado Por ElNidoDelCuco















 

 

 

Por ARIEL STIEBEN

             Faltando un minuto están cero a cero, tomó la pelota sereno en su acción, gambeteando a todos enfrentó al arquero, y con fuerte tiro quebró el marcador”: que descripción maravillosa hacen el autor de la letra, Reinaldo Yiso, y   el artífice de la música, Juan Puey, en su tango “El sueño del pibe”, que cantara magistralmente el uruguayo Enrique Campos con la orquesta de Ricardo Tanturi allá por 1945.

Y no es casual que Diego Armando Maradona lo tomara como un himno y lo acunara en su corazón, como lo hacía con la número cinco en el empeine de su mágica e inconmensurable zurda.

Tal vez, imaginariamente, la voz de Enrique Campos acompañó como una letanía a Maradona, que culminó su obra ante los ingleses en el Mundial ’86, con uno de los goles más lindos de la historia, no sólo de los mundiales, sino del fóbal de todos los tiempos.

¿Quién no recuerda la jugada? El diez con sus piernas macetonas, ojos bien abiertos, lengua afuera, pelota pegada a la zurda y quiebres de cintura a lo Nicolino Loche. El crédito sobrante de Villa Fiorito, Pelusa Maradona, de un pincelazo, trazó una síntesis perfecta de la esencia del fóbal argentino.

No importa que nunca se llegara a explicar una de las máximas del potrero, “hagamos la nuestra”, que después se expandiera al imaginario futbolero que los argentinos, cuando la selección nacional o el equipo de un club se enfrenta a un rival extranjero.

¿Y cuál es la esencia del fóbal argentino? Vaya uno a saber… Como tampoco hay una certeza de qué significa ‘jugar bien’, porque a muchos resultadistas les importa poco eso sino ganar, y el cómo no cuenta a la hora de llevarse los puntos que da un triunfo.

Jugar, ganar y gustar, podría ser también lo ideal para quienes le dan a la redonda con talento, desparpajo, enjundia, sudor y sacrificio.

Los sacrílegos del fóbal fueron matando lentamente a los ‘rebeldes’, que osaban aportarle al juego más maravilloso del mundo, y fueron ganando batallas  para alcanzar sus objetivos: decapitar a los wines. Así sepultaron a los Oreste Corbatta, René Houseman, Oscar Mas, Oscar Ortiz, Raúl Bernao, por citar a algunos de los que los marcadores podían apretar contra la raya de cal, el hábitat natural de los güines, porque siempre ganaba el puntero. Y después les fueron cortando las piernas a los marcadores de punta, a los “cuatro” y a los “tres”, como se les decía antiguamente, que eran los que le daban salida y respiro para que el ‘manija’ o ‘creador’ del equipo descargara el juego por los laterales.

Y también el “ocho” fue al cadalso, y hoy los tecnicistas los llaman pomposamente ‘carrileros’, como si fuesen un tren que va y viene por la misma vía. Y como para hacer un aporte más a la causa, se juega con doble “cinco”, dos volantes centrales de marca. Es muy común escuchar a los técnicos gritarles a sus jugadores “¡por afuera!” para que vayan por un lateral y bartoleen la redonda a cualquier lado, menos para que caiga en el área.

Tampoco quedan “nueves de área”, como Luis Artime o Carlos Bianchi, que se relamían cuando llegaba un centro a la olla para meter la testa o capturar un rebote y definir antes de que pestañeen defensores y arquero. Y hace tiempo, muchísimos “diez” – ahora llamados ‘enganches’ aunque antes no enganchaban nada – sólo tomaban la pelota de los que menos sabían para edificar una jugada ofensiva.

¿Y que quedó de los grandes talentos que poseían la mayoría de los equipos? Vaciaron la fábrica que construía, y a duras penas hoy un Ricardo Centurión cuando juega, mete tres o cuatro pases, un tiro libre  o un bombazo de treinta metros, y eso lo inmuniza de las críticas por varias semanas.

Y Daniel Willington hoy iría a juicio ante la corte suprema por jugar parado y dar pases precisos de cuarenta metros. Claro, todo eso por la maquiavélica teoría de los castradores, porque el cordobés no corría como lo hacen hoy, que llegan más rápido los jugadores que la pelota.

En la anemia futbolística en la que nos sumieron los cráneos fanáticos de la destrucción, seguramente Ricardo Bochini hubiese sido un transgresor por dar un pase milimétrico ante diez o más piernas rivales. Y Claudio Borghi hubiese ido a prisión perpetua por el sólo hecho de hacer ‘rabonas’, curiosamente todas terminadas con el mismo destino del balón: el pecho de un compañero, esté a treinta o cincuenta metros. Igual castigo merecería Norberto Alonso por portación de ‘guantes’, porque se los colocaba en su pie zurdo, acariciaba la pelota y le daba la dirección que se le ocurriera.

Y ya comenzó la extinción de la especialidad de la casa: los marcadores centrales, y prueba de ello es que Argentina concurrió al último Mundial con zagueros de dudosa capacidad técnica para afrontar una copa del mundo. Ya no están José Ramos Delgado, Roberto Perfumo, Rafael Albretch, Daniel Pasarella, Federico Sachi o Silvio Marzolini.

Tampoco se contará con Ubaldo Matildo Fillol para cuidar la valla como ninguno, pero sí estará Leonel Messi, el as de espadas, pero con el ancho bravo solamente no se gana sino se lo refuerza con el de basto y dos siete bravos.

Ante los eventuales fracasos, de la forma en que se den, no habrá que buscar las razones ni excusas en los actuales actores, sino que se deberá retrotraerse a los tiempos en que los destructores comenzaron a tener más importancia que los constructores.

En otros tiempos el fóbal se basaba, para lo no teóricos, en “garra, corazón y pases cortos”, cuando hoy la consigna es pegarle de punta y para arriba, y la respetan a rajatabla los defensores de la táctica, estrategia, videos y cuanto delirio a que se apela desde la teoría, pero cuando comienza a rodar la pelota sobre el verde de la gramilla, el futbolista es el que decide, si es que no se deja manejar como un robot desde el banco de suplentes.

  

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