POLIANDRIA – Una mujer con muchos maridos

POLIANDRIA – Una mujer con muchos maridos

2019-02-14 Desactivado Por ElNidoDelCuco

 

 

 

 

 

 

 

 

POR RICARDO COLER

¿Cómo es la vida de una mujer con muchos maridos? ¿Será dos, tres o cuatro veces más feliz que las que apenas tienen uno? ¿O, por el contrario, se multiplicará su trabajo, su cansancio y sus desvelos?

             Farba terminó su día de trabajo en la fábrica de artesanías, quería regresar a casa y pasar un rato a solas con su mujer. Miró la hora, supuso que sus hijos habrían cenado y ya estarían dormidos. Esperaba no encontrar, frente a la puerta cerrada del dormitorio de su esposa, los zapatos de su hermano mayor o, como le había ocurrido un par de días antes, los de su otro hermano, Noget. El calzado en la entrada de la habitación era señal de que Malee estaba ocupada con alguno de ellos. Sabía que si esto ocurría no debía molestarse. Se mantendría alejado e iría a descansar a otro cuarto. Pero esa noche tuvo suerte; la puerta estaba entornada y sin zapatos en el umbral, así que Farba golpeó esperando ser bien recibido.

Esta historia contada entre nosotros sonaría a escándalo, pero en el seno de una familia poliándrica forma parte de la rutina. ¿Qué podría hacer una mujer con muchos maridos? Imaginemos que uno tendrá que ser el sustento de la familia, lo que se dice un hombre responsable. Otro de ellos jugaría el papel del novio eterno, dispuesto a sostener la mano de su dama y escuchar hasta cualquier hora sin dar consejos ni intentar imponer su punto de vista. No debería faltar un tercero que sea marido y amante, irresponsable, impredecible, pero siempre dispuesto en el momento justo.

Es mucho más sencillo imaginarnos a un jeque árabe con varias esposas, cubiertas con túnicas blancas, que a una mujer caminando en la calle seguida por más de un hombre. Sin embargo, ésta también es una práctica de nuestros tiempos: una esposa, varios maridos.

En las áreas montañosas del Tíbet, en algunas zonas de la India alejadas de los centros urbanos, la poliandria es una modalidad de matrimonio que se encuentra con cierta frecuencia. Una mujer puede incorporar hombres diferentes a su hogar, pero lo habitual es que se case con un grupo de hermanos. Maridos y cuñados al mismo tiempo. ¿Cuál es la razón, si acaso hay alguna? Mantener la propiedad y la familia unida, sin disputas. Subsistir en esas regiones es una tarea ardua donde sólo una porción de la tierra es cultivable. Un lote amplio hace más fácil la economía familiar y mejora el prestigio de sus dueños. Al momento de heredar, todos los hijos varones se casan con la misma mujer. Así se evita en forma drástica reducir la Tierra a porciones improductivas, la envidia por lo que le ha tocado a cada cual en suerte y la posibilidad de hablar mal de las cuñadas. Aunque la boda se celebre con uno, en general con el mayor, el matrimonio se contrae por añadidura con todos los demás. La pertenencia se mantendrá sólida, bajo el mismo nombre, a salvo.

Este rasgo que parece primitivo no es muy diferente al manejo que se hace en occidente de algunas grandes fortunas cuando sólo se permite entrar a los directorios de las empresas a los hijos varones, manteniendo a las hijas y a las nueras lejos de los sitios de decisión. La poliandria se basa en el mismo principio, es decir, en el deseo de prevenir que una sociedad entre hermanos se vea afectada por rencillas que podría traer aparejada la incorporación de mujeres.

En la zona del Himalaya, para lograr el mimo efecto, reemplazan a un ejército de abogados corporativos por el lecho de una sola mujer.

No todas las sociedades poliándricas son iguales. La posición de la mujer varía de una comunidad a otra; puede ser única, deseada y cuidada por un grupo de hombres o, como ocurre generalmente, terminar siendo la esclava de todos ellos. Son varios los maridos para atender, varios a quienes deberá lavar la ropa, servir la comida y aceptar sus exigencias por las noches. Ellas ocupan el lugar más sórdido de la casa esperando, como saben de otras comunidades vecinas, que sus hijas sean de un solo hombre, algo que ellas mismas identifican como más cercano a la posición ideal de una mujer. Eso en vez de muchos maridos y ninguno dispuesto a decirle alguna vez una palabra cargada de humanismo.

La poliandria conlleva otro detalle. Dado que el número de hombres y mujeres suele ser parejo, los integrantes de la comunidad practican el infanticidio femenino para evitar la profusión de solteras. Así se deshacen de gran parte de las niñas recién nacidas.

 

LOS TODA: UNA SOCIEDAD POLIÁNDRICA EN LA INDIA

Los Toda ocupan la zona de los Montes Nilghiris  en el centro – sur de la India. Es un pueblo que está desapareciendo. No trabajan, viven de lo que logran recolectar de los bosques que los rodean o de la leche del búfalo, animal que es central en la supervivencia  y al que tratan como un igual. Amparados en la idea de no modificar su entorno y renuentes a emprender actividades que modifiquen la naturaleza, como cultivar o armar rebaños, pasan la mayor parte del tiempo en la cama.

“El gobierno nos tiene prohibida la poliandria” se queja Karnataga, un hombre Toda de 32 años. “Anteriormente era nuestra forma familiar, parte de nuestra cultura”. ¿Cuál es entonces el destino de las mujeres que quedaban solteras? “Pocas quedaban solteras pues a muchas las mataban cuando nacían”, afirma mirando desde la ventana la pradera donde pastan los animales. Y luego agrega: “De eso también se encargaban los búfalos”.

Los Toda tienen fama de ser pacíficos, amables y poco ambiciosos.  Son capaces de regalar hasta lo último que poseen, como si careciera de sentido de la propiedad. Sin embargo no podemos comprender el origen de ese desprecio hacia la mujer. Karnataga continúa: “La muerte de recién nacidas , era para mantener nuestra poliandria, pero luego las respetamos: son nuestras madres”. Entre ellos que una mujer tenga muchos maridos, sigue siendo cosa de hombres.

 

TIBET: LA POLIANDRIA COMO NECESIDAD ECONÓMICA

Diferentes son las cosas entre los tibetanos.

Malee tiene 54 años y ocupa una casa en el barrio de refugiados en el Norte de Katmandú. Las viviendas son precarias, algunas de ellas están adornadas con banderas a la usanza de su lugar de origen y dan a un enorme patio central. Son familias que huyeron de la persecución china. Hace más de veinte años que Malee tiene tres maridos: Norbu de 56, Noget de 54 y Farba de 50.

Cuando llegaron del Tibet ella era una joven de 21 años casada con un solo hombre, Norbu. No tenían otra manera de mantenerse que ir a los hospitales a vender su propia sangre. Ambos provenían de familias con un solo padre y una sola madre. Se instalaron en el campo de refugiados. El asentamiento, con ayuda del gobierno creció al ritmo de su fábrica de artesanías. Poco tiempo después llegó Noget, apenas con lo puesto, para vivir por una temporada en la casa de su hermano hasta que pudiera conseguir trabajo y un lugar donde alojarse. Era uno de los tantos tibetanos que huyendo, habían cruzado la frontera. A Norbu se le ocurrió algo, lo consultó con su esposa y mantuvieron una reunión entre todos. Así fue como decidieron convertirse en una familia similar a la de tantos de sus vecinos de las montañas del oeste y que frecuentaban de pequeños.

El tercero, Farba, sirvió un período en el ejército hasta que decidió pedir la baja, fue a visitar a sus hermanos y terminó convirtiéndose en el tercer marido. Tres hermanos, una esposa.

 

¿CÓMO ES VIVIR CON TRES MARIDOS?

Malee sonríe. Es una mujer pudorosa con una mirada vivaz. Junta las manos sobre la falda y se detiene un momento antes de responder. “Tenemos cuatro hijos y que haya tres hombres trabajando para la familia hace las cosas más sencillas. Además, si uno de ellos muere, los niños no dejarían de tener a quien seguir llamando papá.”Legalmente están anotados a nombre del hermano mayor, pero los niños se dirigen a todos los hombres de la familia del mismo modo, son sus padres.

El que llega primero del trabajo es el que cocina, y todos son igualmente responsables del orden. Salvo el que cumple horario nocturno, los demás, Malee incluida, trabajan en la fábrica de artesanías.

Uno de los maridos decide comentar lo que le gusta de su mujer. Conoce a otras tibetanas del campo que tienen relaciones con un hombre y luego como si eso poco les importara, buscan a otro. Su mujer es una mujer de su casa, él está seguro que ella no anda por ahí haciendo locuras y ésa, precisamente, es una de las cualidades que más aprecia de ella.

Malee está contenta con la estabilidad de su hogar. “Hace más de veinte años que estamos juntos”. Se siente a salvo de la inseguridad de los matrimonios monogámicos. Malee cuenta de una mujer que la criticaba por no adaptarse a la sociedad moderna. Estaba casada con un solo hombre que terminó abandonándola luego de haber tramitado una visa a los Estados Unidos sin tenerla al tanto. Ahora tiene dos hijos pequeños y no sabe cómo seguir adelante. Recurre a Malee en busca de consejo.

“Uno o muchos, la única forma en que una relación funcione es que todos estén comprometidos y que lo encaren con seriedad”, dice. Sus maridos asienten al unísono.

Malee habla del Karma, el destino escrito en la frente al nacer. “Mi karma es estar casada, el de otras que se quedan sin ningún marido  también está escrito. El de ellas es no estarlo”.

¿Quién es el jefe de la familia? Seguramente queremos saber. Malee sonríe con malicia y responde de inmediato: “No hay jefe, las cosas se deciden entre todos”. Los maridos cabecean afirmando lo que dice su esposa. Mirándola a ella manejar la situación con tanta seguridad… tal vez deberíamos permitirnos dudar de la respuesta.

  

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