DE LENGUAJES, INCLUSIONES Y CHAMUYOS

DE LENGUAJES, INCLUSIONES Y CHAMUYOS

13/02/2019 Desactivado Por ElNidoDelCuco

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

POR SERGIO DI BUCCIANICO

Las condenas de la real academia española al lenguaje inclusivo, despertó infinidad de opiniones y toma de posiciones respecto a si este atenta contra el idioma español, y si es posible generar conciencia -frente a situaciones injustas que estarían amparadas bajo paradigmas ancestrales- a través de modificaciones morfológicas en el lenguaje.  

                          Sin dudas la infinidad de debates acerca del tema, lo que ha logrado es desnudar una problemática instalada y normalizada en nuestras sociedades: la influencia del patriarcado en las relaciones de género y la aceptación de la existencia de importantes colectivos de seres humanos auto percibidos por afuera de los cánones morales y convencionales, impuestos por la concepción masculina de la realidad humana y sus interacciones.

Pero también parece quedar al descubierto que el patriarcado funcionaría dentro de organizaciones político-socio-económico-culturales que podríamos denominar sistemas, y que siempre fue funcional a la desigualdad en todas sus manifestaciones, ya que tanto en la antigüedad, en el feudalismo, el capitalismo y hasta en los modelos socialistas del siglo XX, parece haber formado parte del engranaje de la maquinaria opresiva de esos sistemas vigentes, al menos a lo largo de la historia occidental.

Es necesario advertir que la expectativa de estas reflexiones no es arribar a resultados concluyentes, ni mucho menos, simplemente nos parece atinado abordar el tema con la única y humilde  intención de aportar alguna mirada capaz de enfrentar los interrogantes que despierta la aparición del lenguaje inclusivo, como posibilidad de batallar contra el despotismo de arcaicos esquemas de pensamientos, que parecen ser útiles al mantenimiento y reproducción de modos opresivos de convivencia y que han beneficiado –y siguen beneficiando- a reducidos grupos de poder.

Frente a la irrupción del lenguaje inclusivo y el posterior rechazo de la Real Academia Española diciendo: “Si se aplicaran estrictamente las directrices propuestas en las guías del lenguaje no sexista, no se podría hablar”, se escucharon voces tanto a favor de un lado como del otro, pero hubo muchas preguntas sin responder en el ámbito lingüístico y también político.

En primer lugar vale la pena señalar que antes del uso de la “e” como neutro entre la “a” y la “o”, se intentó usar la “x” y el “@” con ese fin, pero al no tener realización fonética, estos signos eran inocuos en el mundo de la oralidad y por esa razón parece haber quedado instalado el uso de la “e”. Y en segundo término nos parece valioso mencionar la apreciación de Karina Galperin, Doctora en Letras por la Universidad de Harvard y directora en la maestría de periodismo en Universidad Torcuato Di Tela, quien sostiene que “los lenguajes no son machistas o feministas. Las lenguas expresan relaciones y registran al mundo tal como existe” (Galperìn Karina, Infobae cultura 4-8-2018), en consecuencia podríamos entender que cuando se producen alteraciones en el mundo, quizás la imprecisión del lenguaje formal para la denominación de los nuevos fenómenos, sea motivo suficiente para exigirle a la lengua modificaciones acordes a las nuevas realidades.

Ahora bien, más allá de la sana y necesaria aparición de los temas relacionados al género que lograra suscitar el lenguaje no sexista, no parece que los cambios morfológicos idiomáticos vayan a lograr modificaciones significativas a corto plazo en las relaciones de género, ni tampoco parece que afectará demasiado la hegemonía del patriarcado en dichos lazos sociales, porque tal vez, al ser el patriarcado una pata fundamental del capitalismo tan importante como la propiedad privada y la plusvalía, acotar la discusión nada más que al genero, no parecería suficiente para la liberación de miles de seres humanos sojuzgados por la perversidad de una trama vincular aceptada masivamente y muy poco cuestionada por quienes la padecen y la conforman. El lenguaje inclusivo, dice el Doctor en Historia Eduardo Sartelli, “es parte del dispositivo ideológico de la burguesía. Parece que hago algo, que lucho por vos, pero es puramente cosmético, falso, copta y distrae a la militancia. Individualiza la política: no se trata de grandes transformaciones sociales, sino de pequeños cambios individuales. Transforma al militante en un marciano que habla un lenguaje ininteligible para las masas. Muestra a las masas que las preocupaciones de la izquierda están mas vinculadas a la pequeña burguesía universitaria que al proletariado. Hace fácil a la derecha reaccionaria lograr la identificación con las masas a las que habla campechanamente y aparece más cercana que la izquierda” (Sartelli Eduardo 2018).

Por otro lado nos parece adecuado destacar que el lenguaje inclusivo visibiliza un reclamo justo de forma artística, y como bien expone José María Gil, Filósofo e investigador del CONICET en temas de lenguaje, “produce extrañamiento con respecto al lenguaje mismo: des autoriza la percepción del lenguaje ordinario. En términos de Román Jakobson, la comunicación se orienta al mensaje como tal. Con el lenguaje inclusivo se consigue el predominio función poética del lenguaje por encima de otras funciones” (Gil José María, “Lenguaje inclusivo” Clarín. Com Sociedad, 10-12-2018). De lo cual se podría inferir que el lenguaje no sexista serviría como una herramienta artística dentro de un proceso mucho más complejo que modificaciones morfológicas en la lengua, y que probablemente tenga mucho más que ver con la lucha política entendida en el marco de la lucha de clases, dado que tanto el dominio de estructuras sociales, económicas , políticas y culturales, como de esquemas simbólicos que predomina en un determinado  momento histórico, pertenece a la clase dominante en ese momento de la historia.

En la nota citada en el apartado anterior, José María Gil también nos advierte que “un cambio morfológico no implica un cambio conceptual. Ni, por contrapartida, para que haya un cambio conceptual se necesite un cambio morfológico”, y la evidencia de ello sería que en los idiomas que carecen de distinción de genero, en gran parte de sus sustantivos como el ingles, no existe más ausencia de conciencia de genero en los hablantes que en otros idiomas, por lo tanto la lucha contra el patriarcado parece ser estrictamente una lucha política más que lingüística, ya que esta última no redundaría en prósperos beneficios, porque como diría el gran Alfredo Zitarrosa “el que no cambia todo no cambia nada”.

Pero aunque este precepto zitarrosiano contenga un elevado porcentaje de verdad, quizás sea relevante tener en cuenta algunas incógnitas planteadas por la Socióloga Sol Minoldo en una entrevista realizada por Mariano Pacheco el 16 de Agosto de 2018, en contraehemoniaweb.com.ar donde se pregunta: “¿Creemos de verdad que el lenguaje se puede romper? ¿Acaso no cambió? ¿Acaso no dejamos de usar algunos conceptos que eran despectivos hacia algunos colectivos? ¿Cuál seria el Apocalipsis si de pronto se empieza a usar de otra manera el habla y sobre todo si es de una forma inclusiva y menos sexista? Entonces trataría de apelar a que bajen un poquito la guardia y lo consideren de una manera un poco menos combativa y que piensen que lo que hay detrás de esa propuesta tiene un transfondo muy grande y que lo importante es que reflexionemos sobre ese trasfondo” (Minoldo Sol 2018). Intuimos que el trasfondo mencionado por la socióloga, tal vez sea la trama vincular aceptada que referíamos en los apartados precedentes.

Mara Glozman, docente de la facultad de filosofía y letras, también en contrahegemoniaweb.com.ar, se pregunta ¿Por qué habría que pedirle respuestas a la lengua en cuestiones de orden político? Y nos recuerda que el latín clásico es un idioma que contempla el uso de masculino, femenino y neutro y que sin embargo no había menos patriarcado en la antigua Roma. De lo cual se desprende nuevamente que la verdadera y fructífera discusión no sería de carácter lingüístico sino político, si realmente se piensa en buscar caminos que ayuden a revertir los tantos espacios de opresión propuestos por el poder concentrado, y más en estos tiempos complicados de descifrar, donde el individualismo post moderno ha invadido todos los campos de acción y las formas organizativas, dejando afuera cualquier interpretación integral de la realidad, como si los fenómenos sociales fueran producidos sin la influencia de los contextos políticos, sociales, económicos y culturales de una época.

Lo que si nos parece indudable es que el lenguaje inclusivo irrumpió en nuestras vidas con la legítima y ponderable intención de defender la igualdad de género, pero tal vez en ese desbordante deseo de justicia, incurra involuntariamente “en la falsa hipótesis del determinismo lingüístico según la cual el léxico y la gramática de la lengua que hablamos crea una trama de hierro para los pensamientos que elaboramos” (José María Gil). En consecuencia podríamos deducir que la defensa de valores nobles no estaría en estricta concordancia con renovaciones morfológicas, pues la  promoción de valores igualitarios y democráticos quizás sería posible sin aquellas, ya que lo realmente necesario acaso sea el cambio en el pensamiento de las personas, cuya complejidad intrínseca supera a la pretendida y forzada mutación morfológica lingüística.

En otro orden de cosas creemos de suma utilidad entender a las instituciones como entidades reproductoras de vínculos humanos, siempre funcionales a aquellos núcleos de poder enquistados en las cúspides de las pirámides sociales en todos los tiempos, y la Real Academia Española no escapa a ese mandato como reguladora de normas en cuanto a prácticas lingüísticas, legitimando, estandarizando y oficializando dichas practicas. En este sentido tal vez sería conveniente interpretar al Sociólogo francés J. Bourdieu, pues para este autor “la construcción de identidad grupal es una forma de lucha por dar a conocer y hacer que se reconozcan las clasificaciones propuestas por un grupo. El mundo social es representación y existir socialmente consiste en ser percibido. Para el autor, el poder de las palabras procede de la objetivación y la oficialización que lleva a cabo la nominación pública, acto por lo que el grupo ignorado, negado y rechazado se hace visible frente a los otros y frente a sí mismo, corroborando su existencia como grupo conocido y reconocido que aspira a la institucionalización”. El paso de grupo práctico a grupo instituido supone, para el autor, la construcción del principio de clasificación, capaz de construir características distintivas del grupo. Para ello una herramienta es el lenguaje ya que todo lenguaje que se hace oír por un grupo es lenguaje autorizado que a su vez autoriza lo que designa al expresarlo” (Furtado Victoria, “El lenguaje inclusivo como política de genero”). Esta visión tal vez nos permita incurrir en el siguiente razonamiento: si “existir socialmente consiste en ser percibido”, el lenguaje inclusivo ha dado muestras de su valor en cuanto a su novedosa aparición refractando en la sociedad realidades grupales no percibidas o negadas hasta hace apenas unos años, asimismo pareciera quedar claro que un grupo percibido y visibilizado, o sea existente, con voz propia –es decir autorizada e inclusive institucionalizada- no necesariamente es un grupo incluido; y si observamos las ideas de M. L. Calero quien entiende que “los comportamientos lingüísticos son símbolos de la realidad social, y por tanto las desigualdades que se constatan son indicios de que es preciso cambiar una situación que es extrema a la lengua”, entonces “ el cambio lingüístico solo podrá producirse con la modificación del contexto social de desigualdad” ( Furtado Victoria, “El lenguaje inclusivo como política de genero”). Con lo cual quedaría en evidencia definitivamente que el llamado lenguaje inclusivo o no sexista podría ser solo una herramienta entre tantas otras, en un proceso transformador mucho más complejo y abarcativo, que la mera modificación morfológica de la lengua y mucho mas parecido a una revolución social que a una controversia dialéctica de carácter  idiomático.

Sin querer ser reiterativos en cuanto a la insistencia de conceptos, consideramos oportuno desarrollar una conclusión, luego de haber indagado en diferentes miradas, respecto al tema que pretendemos aproximarnos, con el objetivo –insistimos- solo de realizar un modesto aporte a la disyuntiva planteada: entendemos que toda innovación en cualquier actividad que apunte hacia la liberación de los seres humanos oprimidos es digna de ser tenida en cuenta, siempre y cuando los cambios planteados sean portadores de sanos intereses libertarios, y para ello indudablemente necesitan estar imbuidos de apreciaciones políticas, donde se pongan en juego relaciones sociales, de producción, de comunicación y acepciones fundamentalmente ideológicas, es decir, configuraciones simbólicas de la realidad, puesto que todo acto humano contiene en esencia fines de esa índole. Por tanto percibimos que si el lenguaje inclusivo no se enmarca en una lucha integral de carácter social, este quedará atrapado en las redes intrascendentes del “chamuyo flaco”, expresión lunfarda utilizada para designar al palabrerío hueco, falso, engañoso e inconsistente, es decir vacío de contenido, pues pensamos, que la potencia transformadora de la palabra radica, cuando es utilizada en marcos o contextos históricos que interpelan los paradigmas vigentes, con el legitimo afán de construir otros, que nos permitan acercarnos a ese estado que en leguaje corriente llamamos felicidad.         

  

Desde los arrabales andinos, Sergio Di Bucchianico.

 

 

La fuerza nunca desaparece porque ha presidido el nacimiento de los Estados […] La

Ley no nace de la naturaleza, junto a las fuentes a las que acuden los primeros pastores.

La ley nace de conflictos reales: masacres, conquistas, victorias que tienen su fecha y sus honoríficos héroes; la ley nace de las ciudades incendiadas, de las tierras devastadas; la Ley nace con los inocentes que agonizan al amanecer […] La guerra es la que constituye el motor de las instituciones y del orden: la paz, hasta en sus mecanismos mas ínfimos hace sordamente la guerra. En otras palabras, detrás de la paz se debe saber ver la guerra; la guerra es la cifra misma de la paz. Estamos entonces en guerra los unos contra los otros: un frente de batalla atraviesa toda la sociedad, continua y permanentemente, poniendo a cada uno de nosotros en un campo o en otro. No existe un sujeto neutral.

Somos necesariamente el adversario de alguien.

(Foucault, 1996:46-47)

  

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