VIDAS AL LÍMITE: Robin Friday

VIDAS AL LÍMITE: Robin Friday

2018-08-18 Desactivado Por ElNidoDelCuco

El reconocido periodista de la BBC  David Coles lo incluyó en su lista de los 50 mejores de todos los tiempos, al lado de Diego Maradona, por ejemplo. En Inglaterra la frase “el más grandioso jugador de fútbol que nunca viste” alude a Friday.

Borracho, drogadicto, ladrón, guapo, habilidoso, goleador, sucio, desprolijo, hippie, genio. Friday se convirtió en una bandera del amateur que dinamita las restricciones del protocolo profesional. Y también es una síntesis del virtuoso autodestructivo. Por eso, a pesar de que nunca jugó en primera división, su nombre resuena en la historia futbolera.

Por Ariel Stieben

       En julio de 1972, un obrero del distrito londinense de Lambeth sufrió un accidente casi mortal. El andamio en el que trabajaba se desplomó sobre una reja. El trabajador, que completaba con la riesgosa changa su magro ingreso como futbolista, fue atravesado por uno de los hierros y estuvo a punto de morir empalado, literalmente. Sin embargo, por sus propios medios logró levantarse y acercarse a sus compañeros, que lo trasladaron a un hospital. Allí fue operado y sobrevivió. Tres meses después, ese muchacho que se había salvado de milagro brillaba en la FA Cup, el torneo de clubes más antiguo del mundo. La vida de Robin Friday es más que un relato desbocado y pintoresco. Para quienes lo vieron jugar con regularidad, se trata de uno de los futbolistas más grandes de la historia.

El reconocido periodista de la BBC  David Coles lo incluyó en su lista de los 50 mejores de todos los tiempos, al lado de Diego Maradona, por ejemplo. En Inglaterra la frase “el más grandioso jugador de fútbol que nunca viste” alude a Friday – aunque su uso se ha extendido – a raíz del gran libro biográfico que escribieron con ese título Paul Mc Guigan y Paolo Hewitt.

Borracho, drogadicto, ladrón, guapo, habilidoso, goleador, sucio, desprolijo, hippie, genio. Friday se convirtió en una bandera del amateur que dinamita las restricciones del protocolo profesional. Y también es una síntesis del virtuoso autodestructivo. Por eso, a pesar de que nunca jugó en primera división, su nombre resuena en la historia futbolera.

 

Nació en 1952 en Acton, al oeste de Londres, y murió 38 años después en el mismo lugar. En el medio, vivió. A toda marcha.

Tuvo una novia negra, en una época en la que eso era como escupirle a la Reina en la cara, y la embarazó a los 17 años. Robó, fue al reformatorio, salió, volvió a robar, hizo goles, se drogó, se emborrachó mil veces, tiró caños, pegó algunas patadas, volvió a robar, escuchó elogios de cada persona que lo vio jugar y disfrutó con el fútbol.

A los 14 años, su padre, un ex jugador del Brentford, lo llevó a probarse al Chelsea, donde entró sin discusiones. Antes se había destacado en Crystal Palace y en Queens Park Rangers. Sin embargo, su carácter no tenía nada que ver con la disciplina de las divisiones inferiores inglesas y duró poco en Stamford Bridge. Friday tenía talento natural para casi todo: dibujaba bien, jugaba al tenis, era un gran boxeador y hasta se destacaba como arquero. Pero en nada perseveró, salvo en el error.

A los 15 años dejó la escuela y comenzó su camino en el consumo de drogas y en el delito. Así pasó una larga estadía en el reformatorio de Feltham Borstal. Cuando salió se casó con Maxime Doughan, una chica negra. Eso le costó no sólo las burlas de sus amigos, sino que muchos de ellos ya no le hablarán. Hasta su padre le quitó el saludo. Pero nuestro héroe no se preocupó demasiado. Jamás estuvo muy pendiente de eso que llaman mundo.

En 1971 llegó su primera aproximación al fútbol grande. Un amigo lo llevó al Walthamstow Avenue, un club semiprofesional del norte de Londres. Jugó un partido y deslumbró a todos. No tardaron ni un segundo en ficharlo, claro está. Si algo tenía Friday era magnetismo. Cuando él estaba en un lugar, concentraba todas las miradas. La misma atracción ejercía sobre la pelota. Se dice que hacía todo bien y dejó una marca en cada persona que lo vio jugar. Esas mismas personas elevaron a mito sus habilidades, su recorrido fugaz.

En diciembre de 1971 fue transferido al Hayes, su paso previo a Reading, el club en el que mejor se sintió. Le pagaban apenas 30 libras por semana, por eso tenía a veces que colgarse de un andamio o urdir algún ilícito, rubro en el que también le sobraba habilidad, para llegar a fin de mes. Un día llegó a los diez minutos del primer tiempo, con una borrachera descomunal. Aún en esas condiciones era indispensable para el equipo, así fue que el entrenador lo puso a poco del final. Estaba tan estropeado que nadie se preocupó en marcarlo y convirtió el gol del triunfo. Ni se dio cuenta.

Mientras jugaba allí, sufrió ese accidente que puso a prueba su fortaleza, y cuatro meses después jugó uno de los encuentros más importantes de su carrera. El rival era Reading, un equipo muy superior y jugaban por la segunda fase de la FA Cup 1972-73. Con gran actuación de Friday, Hayes empató 0-0 y en el replay sólo perdió 1-0. El entrenador de Reading, Charlie Hurley, quedó asombrado con la figura del rival y viajó varias veces para verlo. Cada vez se convencía más de contratarlo. Reading pagó 750 libras y Friday dejó Hayes tras haber convertido 46 goles en 67 partidos.  Aunque Hurley trabajó muy duro para lograr que su nueva estrella se pusiera un traje para la presentación, no lo logró. En cambio, para motivar a Friday no necesitó hacer ningún esfuerzo. Él siempre daba el ciento por ciento, en los partidos y en los entrenamientos. No le importaba conocer de tácticas, eso no le impedía correr más que cualquiera. Además de tener una destreza sobrenatural, transpiraba la camiseta. Su furia espontánea, congénita, lo llevó a lesionar compañeros en las prácticas, pero ninguno se atrevió nunca a decirle nada.

No pasó mucho hasta su debut en la cuarta división. Los hinchas se enamoraron de él a primera vista. Enseguida se corrió la voz: en Reading jugaba un tipo que era un fenómeno. Los rivales no podían  frenarlo ni a patadas. Él, que jugaba  sin canilleras, devolvía las agresiones con fútbol. Y con agresiones también.

Ya era la gran figura del equipo y uno de los jugadores más desequilibrantes de la cuarta división, pero su estilo de vida no había cambiado ni cambiaría jamás. Seguía tomando como un cosaco, se drogaba y frecuentaba lugares de pésima reputación. Sufría  palizas impresionantes por la noche y a la mañana siguiente se levantaba para entrenar como si nada. En la cancha, volvía a recibir palizas.

Al final de aquella primera temporada, pasó el verano en la comunidad hippie de Cornwall. Cuando regresó a las prácticas su estado era calamitoso, pero en el césped seguía imparable. Eso era lo único que les importaba a los muchachos del Reading. En la temporada 1974-75 su equipo peleó el ascenso, pero se quedó en la puerta. Friday siguió haciendo de las suyas todo el año. En una ocasión hizo un gol, corrió hasta un policía, le quitó el casco y lo besó en la frente. “Parecía tan frío y aburrido que decidí alegrarlo un poco”, dijo después.

Lo expulsaron de muchos bares. Se emborrachaba en el Boar´s Head y se quitaba la ropa en el medio del salón. Se peleaba con la gente y también con la policía, que se lo llevaba detenido una y otra vez como si fuera una comedia en capítulos. Su popularidad muchas veces también lo protegía para evitar problemas con la ley.

Antes del comienzo de la temporada siguiente volvió a desaparecer durante varias semanas hasta que regresó el día del amistoso contra Watford. Estaba otra vez en un desastroso estado físico, pero también muy por encima del nivel técnico de sus compañeros. Algunos clubes de la primera división, como Sheffield United y Arsenal ya lo habían visto cuando lideró al equipo que logró el ascenso a la tercera división en 1975-76. Marcó 21 goles en el año, que fue el mejor de su carrera.

Esa temporada asombró hasta a los árbitros. Clive Thomas, un referí de primer nivel, quedó deslumbrado con un gol de Friday. Tras la magistral definición del delantero de Reading en un partido contra Tranmere, el árbitro, que ya había dirigido una Copa del Mundo, comenzó a aplaudir. Tras la felicitación, Friday le dijo: “Deberías venir más veces. Lo hago todas las semanas”.

Después de firmar un nuevo contrato con el Reading, se casó por segunda vez, con una chica llamada Liza Deimel. Llegó a la iglesia vestido con traje de terciopelo marrón, camisa animal print y botas de piel de serpiente y prendió un caño de marihuana antes de entrar. Se casó como pudo y a la salida, tras el clásico saludo en el atrio, regaló porros a todos los presentes.

En 1977, Cardiff City pagó la suma de 30.000 libras y se quedó con el pase de Friday. Parece un monto ínfimo por un jugador extraordinario como Robin, pero sus problemas fuera de la cancha hacían que  su cotización bajara a esos niveles. Apenas llegó a la capital galesa vio unas esposas, lo arrestaron por viajar sin boleto. En su primer entrenamiento se encontró con algunos conocidos ya que, en una ocasión, al cruzarse en la ruta con los que ahora eran sus compañeros, le había enseñado el culo por la ventanilla del taxi.

Friday debutó con su nuevo equipo frente a Fulham, el conjunto donde se desempeñaba el veterano Bobby Moore, capitán campeón del mundo en 1966 y un tal George Best, otro descarriado muy famoso. La gente de Cardiff asistió al estadio quizás más interesada en las estrellas del rival que en disfrutar con su equipo. Sin embargo, Friday desplegó todo su repertorio y lideró la histórica goleada 3-0. Su primera temporada en Gales fue irregular. Alternó grandes actuaciones con enfermedades y situaciones traumáticas. El equipo se salvó del descenso y Friday cayó de nuevo en desgracia durante el verano. Tanto que contrajo un desconocido virus que lo hizo perder varios kilos.

Su último partido en Cardiff fue un escándalo. Lo expulsaron tras pegarle una patada criminal a Mark Lawrenson. Aquella fue su despedida como futbolista profesional, a los 25 años de edad. Reading intentó volver a contratarlo luego de un pedido masivo de sus hinchas, pero no hubo caso. Estaba consumido por las adicciones y su vida iba definitivamente barranca abajo.

Miles de personas asistieron a su funeral en Diciembre de 1990. Fue el último show, acaso el único en el que Robin Friday tuvo una conducta serena de principio a fin.

  

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