LA VERDAD QUE NOS ESPERA

                    Acostumbramos pensar que el “decir la verdad” implicaría adecuar de la manera más fidedigna los propios dichos a los hechos u objetos referidos.

Es decir, que para ser auténticos en nuestras palabras necesitaríamos reflejar de la manera más límpida y cristalina con nuestros enunciados una realidad ya existente. Esta “realidad inobjetable” es la que debe ser calcada por nuestro “decir franco” para ser considerados sinceros.

De esta manera, un gobierno que diseñó y logró el proyecto de aumentar el hambre, la desocupación y la violencia se vanagloria de decir la verdad acerca de la situación nacional ya que las estadísticas que difunde dan cuenta de manera “real” de los datos que demuestran como empobrecieron material y simbólicamente al país: es como un amo que explica francamente cual es el látigo que va a utilizar para flagelarnos, a qué hora del día lo hará, con que periodicidad, etc.

Por supuesto, muchos comunicadores que se creen opositores al gobierno comparten la misma concepción filosófica que quienes suponen atacar vanagloriándose de ser objetivos y ecuánimes, afirmando cosas tales como “así como denunciamos las irregularidades de esta gestión lo hacíamos de la otra”, etc. Periodistas, pensadores, intelectuales, que movidos por la culpa (en el mejor de los casos) de rebelarse al dios de la imparcialidad no saben que su sometimiento a los datos objetivos  colabora tanto o más que los Majules o los Lanatas a imponer la ideología de la veracidad de los hechos, ideología que en tanto sometimiento a decir “lo que pasa realmente” cristaliza la concepción de que existen necesariamente hechos objetivos, incontrastables, evidentes. ¿Y acaso no hay nada mas fascista que la suposición de que efectivamente existen, cualquiera sean, existentes incuestionables, verdades esenciales que esperan de nuestra buena voluntad para ser declamas?

Quizás por no revisar (tanto de un lado como del otro de la grieta, tanto por voluntad consciente como por ignorancia supina) esta idea de verdad es que no encontramos una alternativa a nuestra miseria cotidiana.

El problema entonces no es si tal enunciado es verdadero o falso en función de que logre representar o no algún “dato de la realidad”. El problema es la concepción misma de la verdad.

Propongo puntualmente que la verdad que nos espera no existe en sí misma sino que será efecto de lo que deseemos colectivamente.

Una verdad como recuperación de aquello que no sabíamos que teníamos (y que no importa incluso si lo teníamos o lo habríamos deseado tener).

Una verdad que como potencia y como sorpresa enloquezca a quienes quería entristecernos.

Una verdad que genere los peores sentimientos para quienes nos quisieron moderar, envidia para quienes tuvieron todo, cobardía para quienes se creían inalcanzables, timidez para quienes trabajaban de revolucionarios…

Una verdad que nos espera, pero no para que la escuchemos mansamente sino para que la hagamos parir con nuestras palabras, para que la inventemos tan bellamente como los números del I.N.D.E.C. de Moreno.