LA AGONIA CULTURAL Y EL  ALIMENTO DEL CAPITAL

LA AGONIA CULTURAL Y EL ALIMENTO DEL CAPITAL

06/06/2019 Desactivado Por ElNidoDelCuco
















Por SERGIO DI BUCCHIANICO

Cada 14 días muere un idioma. En los últimos 10 años desaparecieron más de 100 lenguas y en Argentina de 14 idiomas originarios 10 están en peligro de extinción. Una realidad que al menos debería inducir a sospechar, que definitivamente la agonía y muerte del patrimonio cultural sea el alimento urgente, necesario y nutritivo para el desarrollo, el mantenimiento, fortalecimiento  y reproducción del tan aceptado y cada vez menos combatido capital.

              Según la UNESCO cada 14 días muere un idioma en el mundo, y en nuestro país donde más de 20 pueblos originarios -2,4% de la población nacional- hablan alrededor de 14 idiomas, 10 están en peligro. Al mismo tiempo esta entidad afirma que de las 6700 lenguas que se hablan en el mundo casi el 50% está en agonía y el 90% de ellas corre el riesgo de extinguirse durante el siglo XXI. Otro dato alarmantemente curioso es que en la última década han desaparecido 100 lenguas y que otras 400 padecen fragilidad existencial, y cincuenta y una son habladas solo por una persona.

Ante semejante escenario cabe preguntarse: ¿Cómo es posible la desaparición vertiginosa de idiomas? ¿Por qué se produce dicho fenómeno? ¿Tendrán los idiomas fecha de caducidad? y ¿Qué implicancias conllevaría ese hecho para los pueblos, etnias y personas que aparentemente quedarían desposeídas de su acerbo cultural?, en tanto y en cuanto se convenga que la lengua funcionaria como dispositivo elemental en la configuración de patrones de comportamiento útiles y necesarios para elaboración de estructuras, que permitirían ordenar la vida social con las características propias de cada comunidad, etnia o sociedad. Además de ser un elemento fundamental en la construcción de relaciones sociales, motor vital en la creación de cultura: esencial para la conformación de procesos civilizatorios.

Con certeza y convicción la  representante de la UNESCO de Perú afirma: “Con cada lengua que desaparece se va una parte de la vida humana sin posibilidad de retorno. Se extingue no solo un vehículo de comunicación, sino una cultura. Un acerbo de conocimientos, un sistema de pensamientos, una forma de ver el mundo, un sistema de relaciones y valores familiares, y una fuerza ciudadana” (Robalino Magaly, representante de la UNESCO en el Perú).

Si se tomaran como válidas las expresiones de la funcionaria peruana, probablemente la desaparición de un idioma sea mas grave de lo que parece a simple vista, ya que grupos sociales enteros carecerían de una herramienta primordial para la realización de su propia identidad.

Tal vez convenga observar que para el padre de la lingüística moderna, Ferdinand de Saussure, “la lengua es un sistema de signos que expresan ideas”, por tanto se podría inferir que en un mundo globalizado donde la lucha por la imposición de estas es cada vez más cruel y sutil al mismo tiempo, la extinción de tantas lenguas sea el resultado de la derrota cultural de comunidades vulnerables, frente al poderío del capitalismo industrial desarrollado; cuyo real objetivo radicaría en crear nuevos consumidores en un contexto de ampliación de mercados, sumamente necesarios para reproducción del capital como para la perpetuidad del mismo.

En relación a lo antes mencionado se podría sugerir que la muerte y la agonía de un elevado porcentaje de idiomas quizás esté vinculado también a una cuestión ideológica, dado que: “Todo lo ideológico posee significado: representa, figura o simboliza algo que esta fuera de él. En otras palabras es un signo. Sin signos no hay ideología.” (Voloshinov, “El estudio de las ideologías y la filosofía del lenguaje” cap.1).

Por consiguiente, si el pilar fundamental y fundacional de la lengua es el signo y éste el ADN de la conformación ideológica, la muerte de los idiomas no parecería natural, sino verdaderos asesinatos, puesto que el avance sistemático y colonizador de lenguas provenientes de países dominantes en lo político, económico y cultural tendrían su correlato depredador con la imposición del habla y la escritura en otras culturas, pues sin diversidad lingüística habría imposibilidad de diversidad ideológica, generando sumisión cultural e inmediato control de necesidades, deseos, expectativas, etcétera; es decir subjetividades conquistadas impunemente para el consumo direccionado.

A su vez, aquellos objetos consumidos estarían constituidos por signos ajenos a la cultura desposeída de su lengua y esto revelaría un doble dominio ya que “cualquier bien de consumo puede convertirse en signo ideológico” (Voloshinov, “El estudio de las ideologías y la filosofía del lenguaje” cap. 1), lo cual resultaría un verdadero pleno en la ruleta estratégica de la hegemonía capitalista.

Tal vez el siguiente fragmento de la obra de Herbert Marcuse “El hombre unidimensional”, logre echar un haz de claridad para lograr ver la relación entre lengua, política, economía y cultura: “Las vicisitudes del lenguaje son paralelas a las vicisitudes de la conducta política.

En la venta de equipos para diversión, en los refugios contra bombas, en el programa de televisión de los candidatos que compiten por el liderazgo nacional, es completa la articulación entre política, negocios y diversión. Pero la articulación es fraudulenta y fatalmente prematura: los negocios y la diversión son todavía la política de dominación. No se trata de la pieza satírica después de la tragedia, no es finis tragoediae: la tragedia puede empezar ahora. Y, de nuevo, no será el héroe, sino el pueblo, la víctima ritual” (Marcuse Herbert, “El hombre unidimensional”).

Entre tanto, si se entendiera al ser humano como el único animal constituido por universos simbólicos, quizás seria acertado tener en cuenta la afirmación de Pierre Baurdeau: “No hay poder simbólico sin una simbólica del poder” (Baurdeau Pierre, ¿Qué significa hablar?) para comprender aquello que Marcuse en ese sentido quiere demostrar, con respecto al lenguaje y su aparente alineación al hecho político, puesto que ambos ámbitos estarían estrechamente vinculados al poder propiamente dicho, es decir, a una dialéctica de dominación y sumisión.    

Desde ya pensar que el patrimonio cultural de los pueblos se desvanece hasta desaparecer en el olvido de la historia sin causa aparente, sería encontrar una explicación ingenua o cómplice frente a las cifras brindadas por la UNESCO, aunque ésta lo haga con la camaleónica intención de manifestar preocupación, para evitar acciones tendientes a revertir dicha situación, pues ello implicaría cuestionar los intereses de los países centrales de los cuales depende la existencia de la organización en cuestión.

Pero más allá de las posiciones solapadas del organismo antedicho lo realmente alarmante es que las comunidades periféricas del sistema global imperante, que se mantenían a salvo de la toxicidad capitalista, amparadas en su tradición ancestral, hoy corren el peligro no solo de perderla, sino también de perecer ante el altar del mercado, impuesto salvajemente a través de la sofisticada guillotina del desarrollo tecnológico en un proceso de recolonización material y subjetivo.

También en su trabajo “Qué significa hablar” Pierre Boudieu cita a Augusto Comte refiriéndose al valor de la palabra en cuanto a su contenido o sustancia; habla Comte de “un tesoro interior”, de un “tesoro depositado por la práctica de la palabra en los sujetos que pertenecen a la misma comunidad”, de una “suma de tesoros individuales de lengua”.

En esa misma línea se podría suponer que esos tesoros probablemente sean las constituciones simbólicas que permiten elaborar el lenguaje hablado y escrito, así pues, no sería difícil comprobar que cuando de tesoros se trata el capitalismo a dado sobradas muestras de su voracidad en cuanto a éstos, lo cual habilitaría a pensar que la desaparición masiva de lenguas no esté intrínsicamente ligada a una casualidad, sino a un verdadero proyecto político-económico-cultural.

Pero lo realmente cierto es que cada 14 días muere un idioma, que en los últimos 10 años desaparecieron más de 100 lenguas  y que en Argentina de 14 idiomas originarios 10 están en peligro de extinción, una realidad que al menos debería inducir a sospechar que definitivamente la agonía y muerte del patrimonio cultural sea el alimento urgente, necesario y nutritivo para el desarrollo, el mantenimiento, fortalecimiento  y reproducción del tan aceptado y cada vez menos combatido capital.

  

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