HISTORIAS DEL FIN DEL MUNDO III

De una moneda de cinco tereristars (equivalente en tamaño a las de diez sevesenkos) creció una especie similar a la Sequoia, pero tupida como un Flamboyán en su época de esplendor. 
Hablamos de 80 metros de altura (sin incluir las raíces) y 5,6 metros de diámetro. 
Lo vi crecer. Perdón, más bien vi el momento preciso en el que un señor, de unos sesenta años, de jetra marrón con finas líneas amarillas, suéter amarillo, camisa celeste y corbata roja, dejó caer la moneda de cinco tereristars en la esquina de calle xJ y avenida Klll. 
¿Qué hacía yo ahí a las 14:04? Disfrutaba de un cono glaceado con jugo de sarlaca. El local de Tobe hace los mejores, sin duda.
Dejó caer la moneda y en ese preciso instante, en continuado, la escupió con todas sus fuerzas desde arriba. 
Una explosión de luz, el viejo desapareció, se esfumó, se fue en blanco, y a la esquina le nació una vida. 
Una vida más por todos los que la dejaron ir por la alcantarilla.
Cada tanto paso por la esquina de xJ y Klll para acariciar la especie a la pasada. Ni miro a lo de Tobe para morfar el cono, aquel fue el último. Esquivo los turistas que se agolpan para retratar al ciudadano ilustre. Busco al viejo que ya no está. Se fue en blanco, se fue en el brillo de un flash, la locura de un cono y otro poco de birra que se va por la alcantarilla.