24 HORAS DE ODIO

24 HORAS DE ODIO

19/09/2018 Desactivado Por ElNidoDelCuco

Por JUSTO LAPOSTA 

Hemos perdido la batalla cultural, incluso hemos traicionado nuestro más básico instinto de supervivencia, poniéndole un voto de confianza a gente nefasta y sin escrúpulos, portadores de apellidos que siempre aparecen en las páginas más oscuras de nuestra historia.

Es hora de una subversión cultural, nada de reformas ni enmiendas, que cambian cosas para que nada cambie. Un desafío enorme para una sociedad que fracasó estrepitosamente.

 

    Todos los días a la misma hora se oía un espantoso chirrido que procedía de la Telepantalla, un ruido que le hacía a uno rechinar los dientes y que ponía los pelos de punta. Así empezaban los Dos Minutos de Odio.

Los programas de los Dos Minutos de Odio variaban todos los días, pero en ninguno de ellos el Traidor, el Enemigo del Pueblo, dejaba de ser el protagonista. Todos los crímenes, los sabotajes, las herejías, desviaciones y traiciones de toda clase provenían de sus enseñanzas.

Antes que el Odio hubiese durado treinta segundos, la mitad de los espectadores lanzaban  incontenibles exclamaciones de rabia. En su segundo minuto, el Odio llegaba al frenesí. Los espectadores saltaban y gritaban enfurecidos tratando de apagar con sus gritos la perforante voz que llegaba a sus oídos. Gritaban: “¡Cerdo! ¡Cerdo!” y arrojaban cosas a la pantalla.

Lo horrible de los Dos Minutos de Odio no era desempeñar un papel allí, sino que era absolutamente imposible evitar la participación porque uno era arrastrado irremisiblemente. A los treinta segundos no hacía falta fingir. Un éxtasis de miedo y venganza, un deseo de matar, de torturar, de aplastar rostros con un martillo, parecía recorrer a todos los presentes como una corriente eléctrica, incluso contra su voluntad…

 

Nada más cierto eso de que la Realidad supera a la Ficción. Este pequeño recorte de la novela 1984 parece hoy un texto pasado de moda, no porque aburra o sea anacrónico, sino porque el cinismo y la crueldad del mundo de hoy ha superado los principios de ese futuro distópico. Si George Orwell se levantara de la tumba y viera que no son dos minutos, sino 24 horas ininterrumpidas de Odio que disparan las pantallas de todo el mundo, se sonrojaría de vergüenza al darse cuenta lo corto que se quedó o lo ingenuo que fue. No sé, a lo mejor Orwell se divertiría de lo lindo y terminaría escribiendo farsas y comedias grotescas.

Lo cierto es que en nuestro país, las corporaciones económicas y mediáticas, dos monedas de la misma cara, supieron inyectar las sobredosis de odio y de miedo necesarias para que esa gran masa de desclasados con pretensiones de estanciero, elija al peor verdugo que había en escena, a ese Gran Hermano que venía a unirnos en una revolución de alegría. No hubo revolución ni alegría. ¿En qué cabeza homínida entra la idea de que un empresario hijo de la Patria Contratista con discurso de Pastor evangélico querría unirnos, y menos todavía generar una revolución de lo que sea? Al contrario, la maquinaria de Odio-full-time intensificó sus dosis de perversidad, horadando esa grieta irracional abierta por ellos, convirtiéndola en una úlcera purulenta, mientras echan nafta al fuego del egoísmo insuflado de la clase media.

Otros de los principios de 1984 es el Neolenguaje, la destrucción de las palabras, la limitación del alcance del pensamiento, la muerte ideológica. Perfectamente expresada en consignas vacías y slogans publicitarios de las campañas políticas, al mejor estilo misa  evangélica de la Iglesia Universal, Pare de sufrir, Dígale No al maligno, Con fe, Con esperanza, Juntos, ¡¡¡Sí se puede!!!… Y en los debates televisivos donde la indigencia política hace gala de su ignorancia supina. “Hay que desideologizar la política”, dijo el actual presidente como si eso fuera algo posible. Ni hablar de su capacidad oratoria y la de la Vicepresidenta, que muestra a las claras el grado de precariedad intelectual, como síntoma de un daño cerebral irreversible. Y el odio unido a ese lenguaje de loros que hablan sin decir nada, se multiplicó exponencialmente en los medios de incomunicación, y se logró lo que nadie creía posible: vender exitosamente un producto malo, dañino y mal terminado, como si fuese la túnica milagrosa de Jesucristo. ¡¡¡Alabado sea el Señor, fuera Belcebú!!!

Esto es lo peor de todo, porque cualquier delincuente con dinero se puede presentar a elecciones y juntar diez votos, ya que en un sistema representativo nadie debería querer ser representado por personas de tan baja calidad humana. Pero no, ganaron. El espejo de la “Voluntad Popular”, la “Anti-voluntad”. Representantes que nos degradan incluso como ciudadanos, que como el reflejo de un espejo, están al revés de lo que parecen.

Hemos perdido la batalla cultural, incluso hemos traicionado nuestro más básico instinto de supervivencia, poniéndole un voto de confianza a gente nefasta y sin escrúpulos, portadores de apellidos que siempre aparecen en las páginas más oscuras de nuestra historia.

Y esto es un síntoma mundial, no tiene nada que ver con tiranías nacionales ni ideologías políticas domésticas. Es el Totalitarismo Global, que no tiene banderas; tiene marcas registradas, patentes, royalties, derechos de autor, Corporaciones, Organizaciones e Instituciones mundiales que regulan el comercio, las guerras, las riquezas, la miseria y el poder. El Gran Hermano no tiene Partido, ni nacionalidad: tiene bancos, jueces y bufetes de abogados; y si esto no alcanza tiene ejércitos y armas de destrucción masiva, que no son solo bombas sino corporaciones mediáticas y publicistas. En este sentido George Orwell fue refutado por la Historia: los políticos y los partidos perdieron la guerra y el poder. Hoy son simples actores de reparto.

Ganó el éxtasis del miedo y la venganza, el odio vacío, el deseo de matar, de torturar, de aplastar rostros peronistas con un martillo. Fuimos derrotados pero no vencidos. Vienen tiempos de lucha, pero de luchar alegremente, bailando sobre el odio del enemigo. Porque su finalidad es entristecer, desmoralizar, romper lazos sociales, y hacer todo el daño posible sin medir consecuencias, ya que, como decía Don Arturo: “Los pueblos deprimidos no vencen, nada grande se puede hacer con la tristeza”. Por eso odian cuando ven a las mayorías vivir alegremente. Pero es un desafío doblemente difícil, en una sociedad limitada por el Neolenguaje y las difíciles condiciones de vida que van a sobrevenir en una economía de subsistencia.

Va a ser difícil la alegría en gente con el estómago vacío, en chicos descalzos y con el futuro roto, en viejos abandonados en la indigencia, en las multitudes de desocupados que desesperan. Va a ser difícil, pero no imposible, si logramos generar rápidamente un cambio cultural, una subversión social contra los valores establecidos que demostraron ser los enemigos de la humanidad, contra el odio sintonizado y los esbirros mediáticos que sembraron el cáncer en falsas esperanzas y espejismos,  contra esa genealogía patricia que sembró de crímenes nuestra historia sólo para enriquecerse y ser suboficiales del Imperio. Y, por qué no, contra esta República y contra esta Democracia vetusta, puesta al servicio de los patrones de estancia y los saqueadores foráneos. Hay que refundar todo de nuevo. Nada de reformas ni enmiendas. Una nueva Constitución, una nueva división de poderes, una nueva representatividad, y por supuesto un castigo ejemplar a todos los responsables de este vergonzoso y humillante estado de cosas.

George Orwell fue refutado por la historia. Es nuestro turno de refutar toda la historia. Nada de fatalismos, el futuro no está escrito, y nosotros, como diría un existencialista, estamos condenados a ser libres, y ser libres es reinventarse rompiendo las viejas reglas que impiden que las cosas cambien.

Algún día tendremos que dar cuenta de qué hicimos con nuestra libertad. Hagámonos cargo entonces de lo que está por venir.