La insoportable levedad del ser (obrero) II

La insoportable levedad del ser (obrero) II

25/07/2018 Desactivado Por ElNidoDelCuco

 
 

Aunque parezca insólito, en los bares más mugrientos de nuestra querida ciudad porteña, dos culturas se encontraron para que la perversión diera una nueva rosca de tuerca y personas de lo más simplonas descubrieran un placer que estos japoneses caracterizados de mujeres dieran alguna vez.
Sólo una clase es revolucionaria, decía el viejo Marx y, sólo esa clase, por ser destinada a serlo, puede sin prejuicios disfrutar de lo que pocos lograrían hacer en el transcurso de su vida.

Por Chinasky

                                                                                                              El mal gusto conduce al crimen.
                                                                                                                                                            Aristóteles

 

Querido lector:

           En esta nueva entrega trataré de ahondar más profundamente en el fetiche del que antes estuve exponiendo. Es sabida, para todos, la profunda crisis en que nuestro precario país se está sumiendo, más para los que pertenecemos a la única clase que genera riqueza, la cual hoy está atravesando, como dice nuestro presidente, una tormenta, aunque si eres uno de los que produce bienes de servicio como oficinista, abogado, arquitecto o publicista (espero que no), tú eres uno de los muchos más que chupan de nuestro esfuerzo. Bueno, sabrás que en nuestras espaldas recae la producción de la riqueza nacional y, sólo por suerte, caro lector, los trabajadores argentinos tenemos representantes obreros en el  parlamento (FIT), que sabrán denunciar y defender nuestros intereses, claro, si no son corrompidos por los placeres seductores a los que la democracia nos tiene acostumbrados, lo cual no sería de extrañar ya que desde la primera caída, allá en el Edén, no hay mucho que esperar del humano.

Tuve el privilegio de vender mi fuerza de trabajo a una multinacional japonesa. Esta empresa, cuya tarea era la de proporcionar servicios en el rubro ascensores (tanto su fabricación como colocación) estaba instalando sus máquinas en la zona de Puerto Madero, en edificios de más de treinta pisos, por lo cual los ascensores eran de alta velocidad y tecnología de punta; en esa época vuestro chico trabajador desempeñaba allí sus funciones.

Por supuesto, la mano de obra criolla sólo se encargaba de la colocación del ascensor, lo cual no era para nada sencillo; pero para programar el aparato en las paradas, tiempo de espera o situación de emergencia, enviaban a un técnico desde Japón a nuestras tierras, ya que se necesitan varios softwares que la empresa guarda celosamente, como corresponde. Estos técnicos japoneses que llegaban al continente, como era de esperar también, venían con sus perversiones, lo cual es lógico. Pues bien, si hay algo seguro en la cultura japonesa, es su fascinación por la ambigüedad de los sexos. Si tienes algo de cultura, caro lector, lo cual dudo bastante ya que tu medio de consumo es la red, sabrás que la mujer perfecta para los japoneses es el hombre que interpreta a tal. En sus obras de teatro, la mujer caracterizada por un hombre es su ideal perfeccionado de una manera profunda para ellos: lo femenino logra su pureza cuando lo masculino puede traducirlo a un lenguaje corporal.

No quiero agobiarte con una interpretación que requiere un vuelo alto de abstracción. Sólo necesitas saber que a estos técnicos japoneses, después de hacerles probar nuestra cerveza y asado por los bares obscenos y demenciales de la zona de Once, combinados con la estridente música tropical con la cual se educa a generación tras generación de proletarios, cualquier puerta les cede. Y la puerta oriental cedió de una manera tal, que una gran cantidad de proletarios ávidos de explorar nuevos horizontes vivieron experiencias cross tan educativas y placenteras que nadie podría imaginarlas.

Aunque parezca insólito, en los bares más mugrientos de nuestra querida ciudad porteña, dos culturas se encontraron para que la perversión diera una nueva rosca de tuerca y personas de lo más simplonas descubrieran un placer que estos japoneses caracterizados de mujeres dieran alguna vez.
Sólo una clase es revolucionaria, decía el viejo Marx y, sólo esa clase, por ser destinada a serlo, puede sin prejuicios disfrutar de lo que pocos lograrían hacer en el transcurso de su vida. Claro que eso, tal vez, para estos proletarios ignorantes no sea mucho pero, para los cuales nos elevamos por encima de la media, éstas experiencias nos transforman en lo que pocos se imaginan.
Ahora, caro lector, tu tarea semanal será imaginarte esto, si es que tus ocupaciones mundanas te lo permiten.

Calurosamente tuyo, Chinasky
vuestro chico trabajador abnegado

  

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